Capítulo 37:

“No quiero hablar contigo, Simón”, dijo ella dando un paso atrás hacia la seguridad del baño.

Fue entonces cuando él vio la silueta de su cuerpo. Simón se quedó petrificado al ver su barriga.

“¡Por Dios! Estás embarazada”.

Madison palideció. La hora de hablar había llegado, ya no podía posponerlo más.

“¿Soy el padre de tu hijo, Madison? ¿O acaso es alguno de tus amigos?”, preguntó Simón con voz fría.

Madison lo miró con rabia, ¿Cómo se atrevía a dudar de la paternidad de su hija? Eso no se lo perdonaría jamás.

Con toda la dignidad que pudo reunir en su barato camisón, caminó hacia su maleta y sacó la carpeta con los análisis e informes que su médico le dio para entregar al doctor que la atendería en Corpus Christy.

Se acercó a Simón y con rabia los puso en sus manos.

“Lo único que responderé a esa odiosa pregunta es que tengo veintiocho semanas de embarazo, como dice mi informe médico, si sabes contar echa tus números, Simón, porque yo no tengo ningún interés en responderte o justificarme ante ti. Quiero que salgas de la habitación, mires el informe del médico, lo dejes en la mesa de afuera y te vayas, estoy cansada y quiero dormir”.

Simón tomó la carpeta y se marchó a la sala de la suite como le ordenó su esposa, necesitaba luz para ver la historia clínica que el doctor le entregó a Madison. Necesitaba leer todo lo que allí había.

Sacó la cuenta y su cálculo le confirmó que Madison tenía poco más de seis meses de embarazo. El alivio lo inundó, el bebé era suyo.

Se emocionó pensando en que en menos de tres meses tendría un hijo, y no era para poder presentárselo a su abuela, eso había quedado atrás el día que se dio cuenta de que se había enamorado de su esposa.

Lo malo es que nunca se lo dijo, Madison solo lo escuchó cuando se lo confesó a su abuela, pudo haber pensado que era una mentira más para convencer a Lucía.

Simón tenía mil preguntas en la cabeza, pensaba que era muy probable que Madison no supiera que estaba embarazada cuando huyó, pero ¿Por qué no volvió cuando se enteró de que estaba esperando un hijo?

Quería saber todo lo que pudiera del embarazo de Madison, ya se había perdido seis meses por una estupidez, había estado furioso con Margaret por meterle a su esposa el loco plan de huida y con Madison por hacerle caso a su hermana gemela.

Sonrió cuando se dio cuenta de que tendría una niña.

Siguió leyendo, y se espantó cuando se enteró de que durante el primer trimestre no tuvo atención médica y aún más cuando leyó el informe de esa fecha.

[Desnutrición, agotamiento físico, cuadro depresivo, sangrado mensual].

Sentía el corazón apretado, una mezcla de rabia mezclado con dolor no lo dejaba respirar.

‘¿Por qué ocurrió todo esto? ¿Qué razones pudo tener para aguantar tanta necesidad sabiendo que yo podía darle todo lo que quisiera? ¿Qué la mantuvo lejos tanto tiempo?’.

Pensó él caminando de un lado a otro del salón.

Volvió a la habitación en busca de respuestas, pero el suave ronquido proveniente de la cama le indicó que ella dormía. Eran las once de la noche.

Ahora entendía sus ojeras y su cara de cansancio, la cantidad de comida que ingirió y sus ganas urgentes de ir al baño.

Quería preguntarle mil cosas y al mismo tiempo sabía que ella necesitaba descansar, así que dejó la carpeta en el tocador y salió de la suite de los guardaespaldas que al llegar con la segunda camioneta, estaban apostados afuera.

Fue hasta la suite que ocupaban el resto de los guardaespaldas, para buscar a su jefe de seguridad.

“¿Sabes cuál es la habitación de los amigos de Madison?”

“Están en la suite al final del pasillo, la 812”, respondió este.

Simón caminó hasta la habitación y sin importarle la hora tocó la puerta. Un malhumorado Johnny abrió y lo miró con una ceja levantada en actitud interrogante.

“Estoy a punto de pensar que no eres heterosexual y vienes a por mi Henry”, señaló Johnny con mordacidad.

“¿Puedo pasar?”.

Johnny se quitó de la puerta para cederle el paso.

Henry estaba sentado en el sofá con el pantalón del pijama puesto y una camiseta, al igual que su compañero. Estaban viendo televisión.

“Hola, Simón”, dijo Henry con alegría.

“¿Qué te trae por aquí?”, preguntó Johnny.

“Quiero que me cuenten que pasó con Madison estos meses”.

“¿Por qué no se lo preguntas a ella?”, preguntó el cocinero.

“Porque está durmiendo, me dejó sus informes médicos y decía desnutrición, agotamiento físico, cuadro depresivo y otras cosas más, estoy a punto de volverme loco de pensar que pasó por todo eso sola”.

“Siéntate”, dijo Johnny viendo por primera vez la desesperación de Simón.

El cocinero le contó del robo que sufrió, de cómo llegó al pueblo en un coche destartalado con solo cincuenta dólares en sus bolsillos, del trabajo que encontró en el restaurante, de su falta de dinero para ir al médico.

“Le daba comida todas las noches, hasta el día que colapsó en el trabajo y se desmayó. La llevé al médico, fue allí donde se enteró que estaba embarazada. Henry y yo nos hemos encargado de cubrir sus gastos médicos sin que ella lo sepa, de darle tiempo de descanso y comida. Ahora está bien”.

“Muchas gracias por todo, no tengo forma de pagarles lo que hicieron por ella”, dijo Simón con la emoción bordeando su voz.

“Maddy se convirtió en nuestra amiga, es una mujer muy dulce y nos hemos encariñado mucho con ella”, explicó Henry.

“Mi esposa tiene ese efecto en las personas, todos la quieren. Quiero que sepan qué independientemente de lo que ocurra con Madison, siempre los consideraré unos amigos y cualquier cosa que necesiten de mí, estoy a sus órdenes”.

“Gracias, aunque no nos debes nada, quizás podamos ser amigos, todo depende de cómo trates a Madison”, dijo Johnny.

“De eso no tendrán que preocuparse, será una reina en mi casa. Casi no me lo puedo creer voy a tener una niña”, exclamó Simón con una sonrisa.

“Aún se ve agotada, y no entiendo porque prefirió pasar por todo eso antes de volver a casa”, continuó él con sus reflexiones.

“Tienes o tuviste un amorío con su hermana, y aun así te preguntas por qué prefirió pasar por todas esas penurias que volver. Maddy tiene dignidad”.

“¿Qué?”, preguntó Simón sorprendido.

“No tuve ningún amorío con Margaret. ¿Eso es lo que ella cree?”.

“Sí, y nosotros también, en los últimos meses has hecho pasar a Margaret por Madison y vives con ella”.

“¡Solo porque Los Zetas amenazaron con secuestrar a Madison si no les pagaba una indignante suma de dinero! Si la prensa se enteraba que ella había desaparecido de seguros esos malnacidos hubiera salido en su búsqueda y me daba miedo de que la encontraran primero que yo”.

“Entonces tendrás que convencerla que eso fue lo que pasó porque ella los odia por haberla traicionado”.

Madison sabía que debía levantarse, pero no podía abrir los ojos, quería seguir durmiendo un par de horas más, pero a través de sus párpados podía sentir la luz de la mañana. Había dejado la cortina descorrida la noche anterior porque sabía que era la única forma de despertar.

“Buenos días, Madison, ¿Qué te gustaría desayunar?”, preguntó Simón parado en la puerta de la habitación.

“¿Qué demonios haces en habitación, Simón?”, dijo Madison tratando de abrir los ojos.

“Vine a preguntarte lo que quieres comer, así lo pido mientras te duchas”, respondió él con calma.

Tenía rato parado en la puerta viéndola dormir, no se atrevía a despertarla así salieran a mediodía, cuando le pareció que estaba despierta fue que se atrevió a hablarle.

“¿Cómo entraste?”, cuestionó ella.

“¡No me digas que dormiste aquí!”, exclamó sin darle tiempo de responder y fulminándolo con la mirada.

Simón la miró y le pareció que estaba más bonita que nunca, la había extrañado mucho, Madison se había convertido en la luz de su vida.

“Entré con mi llave, y no, no dormí aquí, esta suite tiene dos habitaciones y dormí en la otra”.

“¿Qué? ¿Compartimos una suite? Pero te escuché pedir otra suite”.

“Era para mi jefe de seguridad y mis guardaespaldas, anoche llegaron más y trajeron otra camioneta”.

“No quiero tener nada que ver contigo, Simón. ¿Acaso es imposible para ti respetar mis deseos?”.

“Tenemos cosas que hablar, Madison, y lo haremos en otro momento, estamos contra el reloj; debemos salir pronto si queremos llegar en la noche a nuestro próximo alojamiento, así que ¿Qué quieres desayunar?”.

“Huevos con tortitas y un café”, gruñó ella cuando su estómago gruñó de hambre.

“Ahora, por favor, vete que quiero levantarme”.

“Como ordene la señora”, respondió Simón con galantería antes de irse.

‘Está muy contento, por lo menos aceptó que es el padre de mi hija. ¿Cómo le caerá a Marga mi regreso y mi embarazo?’.

Se preguntó mientras se duchaba.

Cuando llegó al estacionamiento se encontró con que estaban dos camionetas de su escolta y su Volvo. Caminó directamente hacia su coche, pero Henry la llamó.

“Maddy, hoy nos vamos en esta camioneta, es más cómoda para ti”.

“Prefiero mi coche”, respondió testarudamente.

Henry se acercó a ella con cara de tristeza.

“Simón me iba a dejar conducir esa belleza de camioneta, pero entiendo que no quieras ir”, respondió su amigo con dramatismo abriendo la puerta del conductor del Volvo.

“Está bien, está bien, nos iremos en la camioneta”, replicó Madison con resignación.

“Gracias”, exclamó su amigo dándole un beso en la mejilla.

Henry estaba que daba saltitos de alegría, por lo que Madison subió a la camioneta y se puso el cinturón de su seguridad. Sus amigos subieron a los puestos del conductor y acompañante y Simón subió a su lado. Sin decir nada le extendió una manta

“Puedes recostar tu asiento si te da sueño o ver televisión”, dijo su esposo señalando la pantalla que tenía enfrente.

“Miraré el paisaje”, respondió sin mirarlo.

Mirarlo le daba tristeza, ella lo había perdido cuando él tomó a Margaret como su amante, no perdonaría una infidelidad y menos con su hermana, por eso recurría a la rabia porque si no se pondría a llorar.

Y no quería que él la viera llorando.

Un rato después, aburrida de ver el paisaje volvió a dormirse, Simón le recostó el asiento con suavidad, le puso la manta y se puso a trabajar. Sus guardaespaldas le trajeron su computadora portátil por lo que se dijo que aprovecharía el tiempo respondiendo algunos correos.

Un nuevo correo electrónico de amenaza volvió llegar a su bandeja, no había querido tomar acciones, pero había pensado en contratar algún grupo de mercenarios que acabaran con esa facción de Los Zetas, según lo que había logrado investigar estaban actuando solos.

Pararon a comer, cuando Madison abrió los ojos se dio cuenta de que hacía mucho tiempo que no se sentía tan descansada. Tenia que reconocer que era mucho más cómodo viajar en ese vehículo.

“Necesito ir al baño”, dijo enderezando su asiento.

“Tienes suerte, cariño, estamos a una calle del restaurante donde vamos a comer”.

Se estaba lavando las manos cuando su teléfono sonó, miró la pantalla y el número que marcaba era el de su madre.

“Hola, mamá”, respondió Madison.

Había pensado en llamarla la noche anterior, pero después de encontrarse a Simón en su habitación y que dudara de su paternidad no tenía ni el ánimo, ni la energía para hablar con ella.

“Hola, Maddie, ¿Cómo estás? ¿Llegas mañana?”, preguntó Meredith con un tono de voz demasiado alegre para el mal humor de Madison.

“Estoy bien, Simón apareció como por arte de magia y ahora viajamos con él. ¿O debería decir gracias a ti?”.

“Yo solo le di número de teléfono de donde me llamaste, él ha estado muy preocupado, es tu esposo y era mi deber avisarle de que habías aparecido”.

“¡Vaya! Creí que tu deber era proteger a tus hijas, mamá”.

“¡Por Dios, Madison! No sé qué pasa contigo, nos dejamos llevar por el pánico cuando se descubrió todo, sé que debí ser la racional y evitar que te fueras, pero no creo merecer que me trates así”.

El silencio lleno la línea telefónica, Madison lloraba y no podía hablar.

“Imagina nuestra desesperación cuando no llamaste como dijiste qué harías, pensamos que te habían secuestrado o que estabas muerta, tú sabes la cantidad de mujeres que desaparecen cada año en este país y nunca se vuelve a saber de ellas. Me sentía muerta en vida, culpable de dejarte marchar y Marga…”.

“Marga logró lo que quería quedarse con mi esposo, así que no creo que haya estado muy triste porque desapareciera, mamá”, gritó Madison llorando.

“¿De qué coño estás hablando, Madison?”, preguntó su madre sorprendida.

Su madre nunca decía palabrotas por lo que la sorprendió mucho que la dijera.

“Tú sabes de lo que estoy hablando”, aseguró Maddy cerrando la llamada.

Su madre volvió a llamar, pero Madison ignoró la llamada y apagó el teléfono.

Madison lloró un rato más, antes de lavarse la cara con agua fría para tratar de borrar las huellas de su llanto, no quería que Simón la viera llorar.

Un toque en la puerta la sorprendió.

“Madison ¿Estás bien?”, preguntó Simón a través de la puerta.

“En un momento salgo”, dijo Madison.

Cuando abrió la puerta Simón estaba fuera esperando por ella.

“Meredith me llamó preocupada, esperaba que a estas alturas hubiéramos resuelto nuestras diferencias y se sorprendió cuando se dio cuenta de que no era así. También sospecho que no le has hablado de tu embarazo”.

“¿Cómo crees que puedo perdonar tu relación con Marga?”, preguntó Madison a bocajarro, estaba harta de que Simón actuara como si nada hubiese pasado.

“Porque no hubo ninguna relación, Marga se hizo pasar por ti porque cuando volaron la casa de mi abuela Los Zetas amenazaron con secuestrarte si no pagaba. De haberse filtrado a la prensa que tú me habías abandonado y estabas sola por allí, estoy seguro de que ellos habrían ido por ti”.

Madison lo miró dudando si creerle o no, de ser cierto había sido demasiado cruel haber desaparecido de esa manera.

“¿Por qué no me hablaste de la amenaza en ese momento?”, pregunto cruzándose de brazos.

“Porque no quería arruinarte la celebración de la boda de Marga”, explico Simón pasándose la mano por la cabeza en un gesto que Madison nunca le había visto hacer.

“Yo no sé si creerte o no, Simón, mi cabeza es un torbellino de cosas, no sé ni que pensar”.

Antes de que Simón pudiera decir algo, una explosión en el restaurante retumbó en el lugar haciéndolos caer al piso.

Un segundo después los disparos resonaron por todo el lugar.

Simón empujó a Madison dentro del baño, cerró la puerta y la guio hasta meterse en el cubículo del medio. Él entró detrás de ella y cerró la puerta de metal de este.

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