Capítulo 35:

Y él no podía decirles que la mujer que vivía en su casa no era su esposa, y que esta no estaba interesada en sus problemas, ni en los de nadie, que suficiente tenía con los suyos. Con el remordimiento de conciencia.

Simón había desistido de obligar a Margaret a tomar el lugar de Madison en actos sociales y eventos, no tenía ganas de verla a la cara y pensar que, por el estúpido plan de su cuñada, su esposa estaba muerta.

Porque no había otra razón para que no hubieran podido dar con ella, ni ninguna excusa lo suficientemente razonable para que Madison no hubiese llamado a nadie en esos seis meses.

Su teléfono sonó en ese momento y contestó con premura al ver que era Meredith. Porque a pesar de que pensaba que Madison había muerto una pequeña parte de él mantenía la esperanza de hallarla con vida.

“Simón, es Maddy, me llamó, está viva, me llamó”, dijo Meredith, estaba llorando a lágrima viva por lo que él no entendió lo que había dicho.

Solo escuchó Simón y Maddy.

Su rostro palideció, por la forma en la que su suegra lloraba le hizo pensar que la habían hallado muerta en alguna parte.

“No te entenderá nada, Meredith”, oyó a su abuela decir.

Al parecer Lucía le quitó el aparato a Meredith.

“Hijito, Maddy llamó a su mamá hace unos minutos”, dijo con emoción Lucía.

Una sensación de alivio lo recorrió, fue tan fuerte que sintió que su mundo se tambaleaba y tuvo que apoyarse en la pared.

“¿Qué dijo? ¿Está bien?”, preguntó ansioso.

“Sí, hijito, dijo que estaba bien, pero no quiere hablar contigo”.

Las palabras de su abuela le cayeron como un balde de agua fría, eso confirmaba la teoría de que Madison había desaparecido a propósito. Todo ese tiempo que ellos sufrieron y se preocuparon, ella estaba muy feliz y campante disfrutando de la vida en otro lugar.

“¿Sabes dónde está, abuela?”, preguntó con voz lúgubre.

“Está saliendo en coche de Amarillo, vuelve a casa o eso fue lo que le dijo a Meredith”.

“¿A nuestra casa?”, preguntó con suavidad, debía mantener la rabia en control, por lo menos hasta que hablara con ella y le diera una explicación.

Deseaba que hubiese una justificación.

“No, viene aquí a la Mansión Fulton, dijo que llegaría en unos días”.

“¿Puedes pedirle a Meredith que me pase el número de teléfono del cual llamó Madison?”.

‘Si ella no quiere hablar conmigo, yo sí quiero hablar con ella. Madison me debe muchas explicaciones’, pensó furioso.

Su abuela confirmó con Meredith la petición de Simón y cerró la llamada, unos segundos después, que se le hicieron eternos, el número desde el que había llamado Madison le llegó por un mensaje.

El teléfono repicó innumerables veces hasta que se cortó la llamada. Volvió a intentarlo y una operadora le dijo que el número al que llamaba no estaba disponible en ese momento, que, por favor, lo intentara más tarde.

Repitió la llamada una y otra vez mientras su rabia crecía.

Madison había apagado su teléfono para no hablar con él, pero Simón no esperaría tres días para hablar con ella.

Caminó hasta su oficina y llamó a su asistente y a su jefe de seguridad, necesita ubicar a Madison de inmediato.

“Jane, quiero que me busques cual es la carretera más rápida desde Amarillo hasta Corpus Christy, y me imprimas las indicaciones, llama al piloto y diles que tenga listo el helicóptero”, ordeno a su asistente.

Cuando esta se marchó le informó las novedades al jefe de seguridad.

Buscarían a Madison y la esperarían en algún punto de la carretera y no le importaba no saber en qué coche viajaba. De alguna manera la encontraría.

“Puedo conseguir rastrear este número por la compañía de teléfono, tengo un contacto allí”, aseguró el jefe de seguridad.

“Hazlo, saldremos cuando Jane traiga la información, no debe tardar mucho”.

Un par de minutos después su asistente llegó con una carpeta de todas las carreteras y helipuertos cercanos, además le pasó el enlace de los mapas.

“Nos vamos”, anunció Simón a sus guardaespaldas.

Estaban volando por las afueras de Houston cuando el jefe de seguridad recibió un mensaje con un enlace para rastrear el teléfono de Madison.

“Mi contacto dice que está rompiendo varias leyes al darte esta información”, le dijo a Simón.

“Dile que la recompensa valdrá la pena”.

Por pura terquedad Simón continuó llamando al teléfono de Madison, pero este estaba desconectado.

Volaron varias horas hasta llegar a un helipuerto y de allí alquilaron un coche hasta el lugar que pensaban sería una parada obligatoria en la carretera.

Solo quedaba esperar y rezar porque ella llegara y se bajara en ese lugar. Lo bueno es que se darían cuenta de inmediato si no lo hacía, gracias al enlace de la operadora de teléfono.

Madison salió del baño mirando hacia los lados, estaba buscando a sus amigos, al verlos comprando comida g!mió, se habían comido todo lo que había en la cesta.

Al parecer pidieron para llevar porque venían cargados de paquetes.

“Vamos, Maddy, es hora de seguir”, dijo Henry.

“No me dejaran conducir nada, ¿Cierto?”.

“No, me toca a mí”, bromeó Henry.

La idea era llegar a un motel de carretera un par de horas después, pasar la noche y continuar al siguiente día.

Maddy subió al coche y sostuvo su bebida mientas miraba a sus amigos montarse en sus puestos.

De repente la otra puerta trasera se abrió y un furioso Simón se subió a su lado en el coche.

“Hola, querida esposa, al fin te encontré”.

Madison pegó un grito del susto de encontrarse a su esposo, la bebida que llevaba en la mano cayó sobre el cojín del asiento, el vaso se abrió y el té caliente salpicó el costoso abrigo de Simón.

“¡Maldita sea, Simón! Me asustaste”, gritó Madison atrayendo la mirada de sus amigos.

Con rapidez tomó una de las mantas y comenzó a limpiar el cojín del coche que por suerte era de cuero.

“¿Este es Simón Barton? ¿Tu esposo?”, cuestionó Henry mirando a Simón

Su amigo se había volteado completamente para inspeccionar a Simón.

‘Sí. Definitivamente es más guapo en persona’, pensó Henry.

“Si, él es el hombre de hielo, Simón Barton”, respondió Maddy dándole una mirada de rabia a su esposo.

“¿Quieres que lo eche, cariño?”, preguntó Johnny mirándola por el espejo retrovisor.

“No, no es necesario, solo vine a llevarme a mi esposa”, respondió Simón indiferente ante la amenaza.

“Me quedaré con mis amigos, así que puedes marcharte”, señaló Madison.

‘Aún no estoy preparada para lidiar contigo, me duele demasiado y lo único que quiero es llorar’, pensó la joven.

“Te irás conmigo, Madison, no permitiré que sigas viajando con ellos, tú y yo tenemos que hablar, me debes unas cuantas explicaciones”.

“No te debo nada, ve y pídele cuentas a Margaret”, le dijo Maddy furiosa.

Henry y Johnny se bajaron del coche dispuestos a bajar a Simón del coche para continuar con su camino, antes de llegar a la puerta del asiento trasero por donde había subido el intruso se vieron rodeados por el jefe de seguridad de Simón y de dos de sus guardaespaldas.

“No les harán daño a menos que ellos ataquen, me bajaré a hablar con ellos”.

Madison pensó en seguirlo, pero al parecer Simón aún no se había dado cuenta de que estaba embarazada, el abrigo cubría su pequeña barriga y como prefería no tener que discutirlo mediante testigos se quedó dentro del coche atenta a lo que ocurría a su alrededor.

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