Capítulo 25:

“No, todos estamos bien, Simón”.

“Escúchame bien, Marcela, mañana mi asistente te llamará para pedirte tus datos, el de tus hijas, sus esposos e hijos, te enviaré pasajes para sacarlos de México, no digas una palabra a nadie, solo a tu familia, antes de que termine la semana saldrán de allí. Recoge y embala las cosas de mi abuela y cierras la casa cuando se vengan”.

“Está bien, Simón”.

“Y que nadie llame a mi abuela, yo le daré la noticia”.

“No sé si alguien la llamó, todo el mundo tiene su teléfono”.

“Está bien, ella está en la despedida de soltera de la hermana de Madison y es probable que no tenga su teléfono a mano, voy en camino a la casa para darle la noticia”.

Simón se despidió y cerró la llamada, no tenía más opción que decirle a su abuela lo de la casa, pero no les contaría la amenaza contra ella y Madison. Por lo menos no en ese momento, sabía que a la larga tendría que hacerlo sobre todo porque iba a aumentar la seguridad.

Cuando llegó a la casa, las invitadas se estaban despidiendo, Simón se bajó de la camioneta y entró para buscar a su abuela, se topó de frente con Marga.

“Hola, Marga, has visto a mi abuela y a Madison”.

“Hola, cuñado, que bien nos distingues, ni siquiera dudaste en llamarme Marga”.

Simón se la quedó mirando no estaba para aguantar sus tonterías egocéntricas.

“Tu abuela se marchó a su habitación y mi hermana creo que está en la cocina ayudando a recoger”, respondió Marga al fin tras el silencio de Simón.

‘Algo que por supuesto tú no harás’, pensó Simón.

“Gracias”, fue lo único que le dijo.

Simón se dirigió a la cocina de la casa, iba a entrar cuando su esposa salió.

“¡Simón, regresaste!”, dijo ella con una sonrisa.

Simón no supo lo angustiado que estaba hasta que vio que ella se encontraba bien, por lo que la abrazó y hundió la cara en su cuello. Sorprendida ella se separó de su cuerpo para mirarlo a la cara, Simón bajo su rostro y la besó.

“Ven conmigo, tengo algo que decirle a mi abuela”.

Simón la tomó de la mano y se fueron a buscar a Lucía sin darse cuenta de que Marga los miraba desde el comedor con un poco de envidia, deseando que Roy fuese un poco más cariñoso con ella.

Simón tocó la puerta de la habitación de su abuela, cuando está le dijo que pasara entró. Lucía estaba sentada frente al tocador poniendo en su rostro una crema, se había bañado y estaba con su camisón puesto.

Al mirarlo a través del espejo de inmediato supo que algo andaba mal por lo que se giró para enfrentarlo.

“¿Qué sucede, hijito?”.

Simón se acercó y se sentó en la cama frente a ella, Madison se sentó a su lado sin saber que estaba pasando.

“Abuela, tengo una mala noticia que darte”.

“¿Quién se murió?”, preguntó ella con la mano en el pecho.

“Afortunadamente nadie, pero hoy los Zetas volaron mi casa en el pueblo, quieren que les pague para no volar la tuya. Así que no podrás regresar, no voy a financiar a asesinos y narcotraficantes”.

Madison se llevó la mano a la boca de la impresión y los ojos de Lucía se llenaron de lágrimas y la barbilla comenzó a temblarle.

“¿Nadie salió herido? ¿Marcela?”.

“Todos están bien, hablé con Marcela y la próxima semana se vendrá con sus hijas, yernos y nietos”.

“¿Y dónde viviremos?”, preguntó la abuela a punto de llorar.

“Dónde tú quieras que no sea en el pueblo, ni cerca de la frontera con México. Me gustaría que te quedaras con nosotros o al menos cerca, abuela, puedes vivir en mi casa o te puedo comprar una donde quieras, la que te guste. Si no quieres vivir en Houston, puede ser aquí en Corpus Christy o en otra ciudad o pueblo de los Estados Unidos. O te puedo alquilar esta habitación todo el año y alojar a Marcela en otra, darles trabajo a los yernos y a las hijas de tu compañera, cerca de donde tú decidas que puedes vivir”.

“¿Harías eso por mí?”, preguntó ella con voz temblorosa.

“Haría lo que fuera por ti, abuela”.

“¿Y que haré todo el día?”.

“Atender tu casa, quizás estar con mis hijos cuando nazcan, inclusive hay muchos migrantes y personas de nuestro país a las que puedes ayudar, tienes muchas posibilidades”.

“¿Y mis cosas? ¿Mis recuerdos?”.

“Marcela empacará todo y lo traerán. Solo piensa en lo que quieres o discútelo con Marcela cuando llegue. No hay prisas”.

“Está bien, hijito”, respondió Lucía con resignación, no le gustaba los Estados Unidos, pero ama demasiado a su nieto para exponerlo a algún peligro.

Simón se levantó y se inclinó para besar a su abuela en la cabeza, un suspiro de alivio le salió del alma, su abuela estaría bien, sabía que sería difícil para ella adaptarse a un nuevo país, pero no les quedaba otra opción.

“Buenas noches, abuela”, dijo Madison besando a la anciana.

“Buenas noches, hijitos”.

Cuando entraron a la habitación, Madison se giró hacia su esposo y le pasó los brazos por el cuello.

“¿Estás bien?”, le preguntó a Simón.

“Sí, estaba preocupado por cómo iba a tomar mi abuela la noticia de que tenía que dejar su casa, temía que se empeñara en regresar y allí iba a tener que decirle que no regresaría, pero al aceptar que no podría volver me bajó un poco la presión”.

“Me da un poco de pena pensar que no podremos volver y que la casa ya no exista”.

“A mí también, me gustaba la sencillez del pueblo y volver a mis raíces… Madison ¿No te importa que la abuela viva con nosotros?”.

“No, Simón, quiero a la abuela, y me gusta tenerla cerca”.

Simón bajó la cabeza para besarla, Madison se derritió en sus brazos.

Él necesitaba sentirla, juntar sus cuerpos y dejarse llevar por la pasión, durante una fracción de segundo mientras escuchaba la amenaza contra Madison, sintió una rabia profunda aderezada con un poco de miedo, pero se dijo que todo estaría bien, porque él se ocuparía de protegerla.

Nada ni nadie podría lastimar a Madison.

El día de la boda amaneció claro y despejado, sería un hermoso día de verano. Las carpas blancas estaban instaladas en el patio trasero, todas con un maravilloso sistema de enfriamiento que contrarrestaría el calor del verano.

El altar estaba dispuesto mirando al mar, sería una boda de cuentos de hadas.

Marga estaba desde temprano encerrada en su habitación con su dama de honor, su maquilladora y estilista arreglándose para lucir hermosa.

Estaba tan impaciente por casarse que comenzó a vestirse muy temprano. Aún faltaba mucho para la ceremonia cuando estuvo lista por lo que se sentó en su habitación a tomarse una copa de champan con sus amigas, feliz de estar lista y de tener tiempo para disfrutar un rato de risas.

“Marga, he visto que tienes algo nuevo, algo prestado, algo azul. ¿Qué es lo viejo?”.

“¿Viejo? ¿No es algo robado?”, preguntó confundida.

Sus amigas reventaron a reír a carcajadas.

“¿Qué demonios te robaste para usar hoy?”, preguntó una de ellas entre risas.

“Los aretes”, confesó ruborizada.

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