Capítulo 22:

“No, tuve otra opción abuela, de no hacerlo mi madre hubiese perdido la antigua casa familiar. Mamá se ha sacrificado mucho por levantarnos. Después de que nuestros abuelos murieron, abrió la casa como posada turística, después de graduarme de la universidad decidió hipotecar la casa para poder hacerle el mantenimiento y arreglar las habitaciones que ya estaban muy desgastadas, de ese modo podría tener más clientes y pagar la hipoteca en pocos años. Un incendio destruyó las habitaciones que había remodelado. Logramos limpiar todo y reparar un par, pero sin terminar y sin muebles no podía abrir de nuevo la posada y no podía pagar la hipoteca, así que acepté el contrato para ayudar a mi madre a conservar su casa”.

“Simón. ¿Tú sabías porque Madison se casaba contigo?”, preguntó la abuela con seriedad.

“No, no me lo dijo, pensé que era por la oferta económica, pero nunca pregunté más allá”.

Lucía volvió a menear la cabeza.

“Te casaste con una mujer sin siquiera preguntarle los motivos que tenía ella para hacerlo”.

Simón recordó lo de la triste historia y pensó que era un tonto por no indagar los motivos de Madison y lo peor de todo es que había desilusionado a su abuela.

“¿Y tu madre sabe todo esto?”, preguntó la abuela a Madison.

“No, nunca lo hubiera permitido, hubiese preferido perder la casa a que yo me sacrificara a una boda sin amor”.

“¿Y sabiendo eso porque seguiste con esto?”.

“Mi madre ha sufrido mucho en esta vida, y no quiero que ella siga sufriendo”.

‘Su sufrimiento iba a ser mucho mayor si Marga y yo íbamos a la cárcel’, pensó Madison para sí misma.

“Así que ustedes nos engañaron a ambas”, murmuró Lucía con cara de decepción.

“Sí y lo lamento, pero lo que Simón dice es cierto, nos hemos enamorado y queremos hacer funcionar este matrimonio”.

“Espero que eso sea cierto y no me sigan engañando… Simón cuando te pedí que te casaras lo hice pensando en que buscaras una buena chica, te dieras la oportunidad de enamorarte y quisieras casarte. Sé que el ejemplo de tu padre fue muy malo porque ni con tu madre, ni con su esposa fue bueno, pero tienes alrededor miles de ejemplos de parejas que se aman”.

“Esos ejemplos no influyeron en mi vida”.

“Lo sé y lamento mucho que todo lo que te haya dejado tu padre haya sido dinero porque ese es el único lenguaje que quieres usar. ¿Sabes qué? Puedes divorciarte si es lo que deseas, no volveré a meterme en tu vida. Todo esto fue un mal plan”.

“Pero, abuela, no me has escuchado, quiero permanecer casado con Madison, quiero formar una familia, ella me gusta, me hace sonreír e ilumina mis días”, replicó se había parado detrás de la silla donde ella estaba sentada y le acarició el cuello a su esposa.

Lucía lo miró, su cara profesaba todo el amor que sentía por su nieto.

“Eres libre, hijito, puedes hacer lo que quieras con tu vida, me gusta Madison, le he tomado cariño, pero no quiero que te quedes con ella solo para hacerme feliz”.

“No, abuela, me quedaré con ella porque me hace feliz a mí, me he dado cuenta de que es una persona generosa, sincera y correcta, es una gran mujer”.

Madison cerró los ojos ante sus palabras, no había sido sincera con Simón porque la mujer que él escogió fue a Marga, no a ella.

Esperaba que Simón nunca descubriera la verdad.

Ella lo había engañado desde el primer día en que lo conoció, eran muchas las mentiras que le dijo para salvar a su hermana y para salvarse ella misma. Ella pudo haberse salido del problema y dejar que Marga se hundiera sola, pero la que más sufriría sería su mamá.

Lo peor de todo era que Marga aún pensaba que hacia lo correcto al involucrarla en sus problemas, que era su deber resolver todos sus problemas. E inclusive se había atrevido a insinuar que Maddy había sido muy afortunada al tener que hacerlo.

Su hermana solo la llamó semanas atrás para pedirle que le enviara el lujoso vestido de novia que compró para casarse con Simón.

No había ni una pisca de arrepentimiento en la voz de Margaret.

“Al fin te dignas a llamarme, no es posible, Marga te he llamado millones de veces”.

“¿Para qué Madison? ¿Para seguir reclamándome que te tuviste que casar con Simón? Te hice el favor de tu vida, si no fuera por mí, de seguro te habrías casado con un fracasado, en cambio te casaste con un millonario, tendrás tu futuro y el de tus hijos asegurado”.

“¿Crees que eso es lo más importante? Tú te vas a casar con el amor de tu vida, tienes la boda que yo siempre soñé para mí, Marga, en los jardines de la casa familiar, con todas las personas importantes de tu vida acompañándote, con la ilusión de crear una familia con un hombre bueno y sencillo”.

El silencio se prolongó tanto tiempo que Madison creyó que Marga había colgado.

“Ya no hay nada que pueda hacer para cambiar las cosas, Maddy, solo envíame el vestido y si es posible la ropa que te di, estoy segura de que ya Simón te compró trajes nuevos”.

“¿No está haciendo Roy lo mismo contigo? Su familia tiene dinero”.

“Aún no nos hemos casado, y no quiero que piense que soy una pobretona. Él piensa que hice algo de dinero como modelo y quiero que siga pensando así”.

Después de esas palabras Marga había colgado la llamada y Madison como una tonta embaló una caja y la envió por correo a privado a su hermana.

Aunque en el fondo pensaba que era muy descarado casarse con un hombre con el vestido que compró para casarse con otro, hizo lo que siempre hacía: obedecer a los caprichos de su hermana.

¿Habría un día en que Madison dijera ya basta?

El avión de Simón aterrizó en el aeropuerto de Corpus Christy al mediodía del día de la despedida de soltera de Marga, allí su equipo de seguridad los esperaba con tres camionetas blindadas para trasladarlos a la mansión Fulton.

“Creo que nunca me acostumbraré a toda la parafernalia que se monta cuando sales de tu casa, hijito, siento que estoy viajando con el presidente de México”.

Simón sonrió.

“Soy más rico que el presidente de México, abuela, y el dinero tiene muchos amigos y crea muchos enemigos, es preferible prevenir que lamentar”.

“¿Y tú, Madison? ¿Te has acostumbrado a salir con tanta gente pisándote los talones?”.

“No, abuela, hay días que parezco candidata presidencial y que creo que me enviaron al servicio secreto a protegerme”, dijo en broma.

El camino a la mansión Fulton era corto, solo treinta minutos desde Corpus Christy. La casa se encontraba ubicada frente a la bahía de Aransa en el Golfo de México, en el patio trasero había una zona de césped verde y bien cuidada con una magnifica fuente de agua y más allá se divisaba la playa.

Cuando las camionetas se detuvieron frente a la casa, Madison miró con nostalgia los techos de lona que poblaban la zona del jardín. Aunque la despedida de soltera se realizaría en uno de los salones de la casa, se había comenzado a instalar lo que se usaría en la boda dos días después.

Lo que ella siempre soñó.

“Es una casa hermosa y muy grande, hija, ¿Cuántas habitaciones tienen?”, preguntó Lucía.

“Veintinueve, mis abuelos y mi madre la trasformaron en posada hace mucho tiempo para poder mantenerla. La posada da trabajo a una treintena de personas que también se vieron afectadas por el fuego”.

“Tu familia debió tener mucho dinero”, afirmó Simón mirando la casa con admiración.

“¡Oh, sí! En 1877 cuando fue construida éramos millonarios”, respondió Madison riendo mientras subía las escaleras.

En ese momento la puerta de la casa se abrió y Meredith salió a recibirla.

“Maddy, cariño, que alegría volver a verte”, dijo su madre abrazándola.

“Seis semanas es mucho tiempo sin verte, hija, te he extrañado”.

Madison se refugió en los brazos de su madre y unas lágrimas asomaron a sus ojos.

“Yo también te extrañé, mamá”.

“Simón muy mal hecho en que no hayas traído a Madison a ver a su madre”, lo regañó Lucía.

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