Capítulo 20:

Sus manos buscaron el camisón que había dejado debajo de la almohada y se lo puso con cuidado.

“No podía irme así”.

Sus palabras la ilusionaron por un segundo.

“Creo que debemos hablar de lo que sucedió anoche”.

“Te prometí que no te reprocharía nada, ni me escudaría en el alcohol”.

“Es cierto que lo hiciste, pero ¿Aún piensas lo mismo?”.

“No soy una adolescente, Simón, estaba consciente de lo que hacía, no sé si haya sido la mejor decisión que pude tomar, pero no me arrepiento”.

“¿Quieres que intentemos tener un bebé de forma tradicional o prefieres seguir usando la inseminación? Quiero tener un hijo pronto, pero no te obligaré a hacerte un tratamiento médico cuando existe la posibilidad de que lo engendremos en mi cama”.

“Técnicamente es mi casa”, le recordó ella con una sonrisa.

“No, si decidiste que nuestro matrimonio sea real, anoche fue tu última noche en esta habitación, hoy te mudarás a la mía”.

“No pongo objeción a eso, y si prefiero quedar embarazada en tu cama que en el consultorio”.

“Entonces le pasaré un mensaje al médico para decirle que cancelamos el procedimiento”, señaló él acercando el carrito a la cama.

“Una última pregunta. ¿Te gustaría ocuparte del proyecto de la guardería? Hoy van al edificio el arquitecto, el constructor y la diseñadora, podrías hablar con ellos y darles tus ideas o ser la directora de la guardería.

“¡Oh, Simón! Eso me encantaría”, exclamó ella lanzándose a sus brazos.

“No sabes lo feliz que soy teniendo algo que hacer”.

“Entonces termina de desayunar y arréglate para irnos”.

Madison comió con rapidez, saltó de la cama y se quitó el camisón antes de correr a la ducha”.

“Otro espectáculo así y te nombro jefa de operaciones”, le gritó Simón.

Dentro del baño Madison sonrió feliz.

Las camionetas de lujo donde viajaban Simón y Madison llegaron al sótano del edificio, el guardaespaldas que los esperaba en la puerta del ascensor se sorprendió al ver descender a Simón con su esposa, pero lo que más le impactó fue la sonrisa de su jefe, en los años en los que había trabajado a su lado solo lo había visto sonreír un par de veces.

Al llegar al último piso se encontraron con que el equipo seleccionado para hacer realidad la guardería para los trabajadores de la Barton Petroleum Company les estaba esperando en el salón de juntas, junto a la jefa de recursos humanos. Simón entró a saludar a los profesionales, seguido de una nerviosa Madison.

“Buenos días, soy Simón Barton y esta es mi esposa Madison Barton”.

“Buenos días, Señor Barton, señora, gracias por seleccionar a nuestra constructora para realizar este proyecto, mi nombre es Jake Méndez, y soy el arquitecto que diseñará el espacio, mi hermano Johnny es el ingeniero constructor y nuestra prima Teresa será su diseñadora”.

Después de los saludos correspondientes Simón comentó:

“El proyecto es una idea de mi esposa y será ella la que tomará las decisiones con respecto a todos los detalles de la guardería, yo lamento tener que retirarme, pero tengo una reunión dentro de diez minutos”.

Madison acompañó a Simón hasta la puerta, iba muy emocionada y sonriente.

“Es tu proyecto, haz lo que desees con la guardería sin importar costos, sin embargo, revisa las recomendaciones de los constructores y de la jefa de recursos humanos con respecto a los permisos y las normas de seguridad”, le dijo Simón fuera de la sala de juntas.

“Sí, lo haré, y Simón gracias por dejarme trabajar en este proyecto”.

“Más tarde puedes ir a mi oficina a agradecerme de manera más tangible”, replicó él con una sonrisa.

“¡Simón! Por eso me pediste que me pusiera vestido”, susurró ella medio escandalizada y divertida.

“Por supuesto, es una de mis fantasías”, le susurró en el oído antes de despedirse con un beso ante la mirada atónita de los trabajadores que se encontraban cerca, aunque no escucharon la conversación si vieron las sonrisas y el lenguaje corporal de su jefe y su esposa.

Madison entró a la sala de juntas aun sonriendo y con las mejillas arreboladas.

Dos horas después, los constructores se marcharon después de examinar, fotografiar y medir el piso que se destinaría como guardería, prometieron regresar el lunes siguiente con el proyecto elaborado para la aprobación o para realizar las modificaciones correspondientes.

“Mi oficina ha recibido no sé cuántas llamadas y correos preguntando por el proyecto de la guardería, inclusive me han preguntado si es posible traer a sus hijos más grandes cuando salgan de la escuela o si no tienen clases”.

“Creo que podemos revisar los casos, pero no se puede juntar niños pequeños con los de edad escolar, quizás podamos atender algunos casos puntuales de niños entre seis y diez años, previa evaluación”.

“¿Por eso pidió ese salón de tareas adicional?”.

“Sí, también lo pedí que se adaptara como sala de juegos. Estoy segura de que en esta compañía se trabaja hasta tarde y los fines de semana”.

“Solo en casos muy puntuales, el Señor Barton es muy estricto sobre el personal que labora horas extras, no le gustan dice que todos deben tener su tiempo de ocio”.

“Eso es cierto”, respondió Madison.

“Debo marcharme, voy a comer con mi esposo”.

Apenas Madison puso un pie dentro de la oficina de Simón, él la tomó por las caderas para besarla con fuerza.

“Tardaste mucho”, dijo él al soltarla, sin embargo, se dirigió a la puerta para asegurarla.

“Mi asistente me hizo una reservación para comer en mi restaurante favorito, pero antes de salir creo que me debes un pago”.

Madison se echó a reír.

“¡Oh, no, Señor Barton! Aquí es mi jefe y puedo acusarlo a acoso laboral, así que será mejor que se guarde su víbora en los pantalones y me lleve a comer antes de tener su recompensa”, dijo ella imitando un acento campesino.

“¿Si no hay comida no hay se%o?”.

Simón le siguió el juego.

“No, porque sé que no saldré de aquí igual a como entré, anoche me demostraste lo bruto que puedes ser”.

“¿Acaso no te gustó lo bruto que soy?”, preguntó con una ceja levantada.

“Sí, pero no saldré de aquí con cara de bien follada y oliendo a se%o. ¡Qué vergüenza, Simón!”.

“¡Aguafiestas!”.

Simón la haló a sus brazos y la besó hasta que Madison perdió la noción del lugar en el que se encontraban y de la reserva que tenían, cuando él la soltó su mirada vidriosa le mostró cuan excitada estaba por sus besos.

Quizás la promesa que le hizo a su abuela no fue tan mala idea.

El sábado en la noche como ya era costumbre tomaron el avión para viajar a México para ver a Lucía, durmieron todo el vuelo y despertaron cuando la aeronave estaba aterrizando en Ciudad Victoria, cuando llegaron a la casa de la abuela, apenas estaba amaneciendo.

Madison bajó del helicóptero cayéndose del sueño, en las últimas noches Simón la tenía despierta hasta tarde, según sus palabras porque tenían que trabajar en hacer un heredero.

Él pasó el brazo por los hombros de su esposa para guiarla desde el helipuerto a la puerta que daba al patio trasero de la casa de su abuela.

“Hola, hijitos, ¿Qué le pasa a Madison?”, preguntó Lucía a Simón preocupada de que su nueva nieta estuviera enferma, no tenía buena cara.

“Tiene sueño abuela, no ha dormido bien las últimas noches”.

“Estoy bien, abuela, solo necesito dormir unas horas más”.

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