Gemela equivocada, amor correcto -
Capítulo 14
Capítulo 14:
Cuando Simón salió de la habitación, Madison se preguntó dónde estaba el señor témpano de hielo, sin embargo, se guardó su opinión, se sentía mal y lo que menos quería era que él cambiara de actitud.
Un rato después él trajo la almohadilla eléctrica, la conectó a una toma que había al lado de la cama de Madison, ajustó la temperatura y se la puso en el abdomen.
“Ya pedí la comida, cuando lleguen nos la subirán. ¿Puedo sentarme en la cama?”.
Madison dio dos golpecitos en la cama para indicarle que se sentara.
Estuvieron charlando un rato y hasta que les llevaron la comida en dos bandejas para la cama. Ambos se recostaron al cabecero de cama.
“¿Te molesta si prendo el televisor?”, pregunto Simón.
“No, pero no pongas nada triste porque si no me pondré a llorar”.
“¿Siempre que te viene te sientes mal?”.
“No, solo cuando estoy muy estresada”.
Él solo asintió con la cabeza, tomó el control y encendió el aparato, navegó un rato para los canales hasta que encontró una vieja película cómica.
Madison devoró la comida y remató con medio pote de helado de chocolate ante la mirada divertida de Simón.
“Si fuera perro estaría meneando la cola en este momento”.
“Me alegra haberte hecho feliz”.
“Gracias, Simón”.
Él pareció titubear un poco antes de hablar.
“Madison, hay una pregunta que quiero hacerte, ahora que nos conocemos un poco más. ¿Has considerado que nuestro matrimonio sea real?”.
“¿Estás hablando en serio, Simón?”, respondió ella levantándose de la cama para mirarlo.
“En las dos semanas que han pasado desde que regresamos de la luna de miel solo hemos compartido la cena. Los sábados trabajas medio día y en la noche partimos a México a ver a tu abuela”.
“He pasado todas las noches contigo en un intento de que nos conozcamos mejor”, replico él a la defensiva.
“¿Esa es tu idea de conocernos? Me gustó el hombre que vislumbre en México durante la luna de miel, pero desde que llegamos has vuelto a ser el señor témpano de hielo”.
El apodo logró sacarlo de sus casillas.
“¿Qué más quieres, Madison? Te estoy dando una oportunidad única, que es mucho más de lo que mereces. Hicimos un trato por dinero, te casarías conmigo y me darías un hijo, me engañaste diciendo que nuestro matrimonio sería real, pero en cuanto te puse un anillo en el dedo cambiaste de opinión”.
“¿Más de lo que merezco? ¿Eso es lo que piensas? ¿Qué debería darme con una piedra en los dientes por te dignaste a casarte conmigo? Vete al diablo, Simón, me merezco un hombre que me ame, un hombre para el que yo sea su mundo, y él sea el mío. No este matrimonio absurdo de papel”.
“Entonces debiste haberlo pensado antes de casarte conmigo por dinero”, replicó él con una sonrisa despectiva.
“Me casé contigo porque no tuve opción”, gritó Madison.
“Siempre hay una opción, Madison, pero las mujeres como tú solo buscan el camino fácil”.
Simón se levantó de la cama y se marchó dando un portazo.
Madison rompió a llorar una vez que él se fue.
‘¿Por qué me hiciste esto, Marga? ¿Por qué me quitaste mi dignidad de esa manera? No hay forma de que Simón sepa la verdad y no me juzgue’.
Simón salió a la habitación sintiéndose muy frustrado, no era que estuviese enamorado de Madison, le gustaba, así como podía gustarle otras mujeres, pero de todas las modelos que se presentaron a la selección, la escogió a ella.
En la entrevista que le hizo le gustó su frialdad, sabía que una mujer así no le exigiría nada más que dinero, y eso le sobraba.
Se casó con Madison, y por lo visto se divorciaría de ella después del nacimiento del bebé, no era un hombre célibe, solo quería seguir viviendo como antes, sin amor y sin compromisos; y con un control total y absoluto de lo que quisiera hacer con su vida.
Sumido en sus pensamientos se quedó parado fuera del pasillo, un ruido lo sacó de estos, se pegó a la puerta de la habitación de su esposa y la escuchó llorar.
¿Por qué lloraba por una simple discusión? No entendía que era lo que quería de él, sin embargo, durante un rato se quedó pegado a la puerta escuchando sus sollozos.
Durante los días siguientes las cenas fueron silenciosas, Madison sintió que no tenía nada que decirle, se sentía triste y frustrada e incapaz de escapar de la obligación de darle un hijo a ese hombre que la despreciaba.
“¿A qué hora es tu consulta mañana?”, le preguntó Simón la noche anterior.
“A las nueve de la mañana”, respondió ella sin mirarlo.
“Iré contigo, llamaré a Jane para que cambie la junta que tenía en la mañana”.
“No es necesario, puedo ir sola”.
“No, Madison, es mi futuro hijo el que vas a tener y quiero estar informado de todo. Te acompañaré a cada cita médica que tengas y estaré presente en cada examen”.
“Cómo quieras”.
El silencio reinó de nuevo en la mesa.
Madison terminó de comer, rechazó el postre, agradeció a la doncella y se levantó.
“Me retiro, que pases buenas noches, Simón”.
A la mañana siguiente el silencio reinaba en el coche, Simón estaba harto, el apodo de señor tempano de hielo, debería ser para ella.
“Te llamaré la dama de hielo”, dijo el para molestarla.
Madison quitó la mirada de la ventana y lo miró esperando a ver si tenía algo que agregar como no lo hizo, giró de nuevo su cabeza y volvió de nuevo a mirar el paisaje urbano.
“Estoy cansado de que no me hables, Madison, me parece infantil de tu parte aplicarme la ley del hielo”.
“No tengo nada que decirte, Simón, creo que todo está claro entre tú y yo”, dijo ella con indiferencia.
En ese momento llegaron a la clínica de fertilidad por lo que él no pudo responder, al entrar al consultorio el médico les estaba esperando.
“Bien, Señora Barton, deberá tomar estas hormonas y estas vitaminas. Estamos el día cinco desde el inicio de la menstruación. A partir del día diez, deberá venir todos los días a hacerle un seguimiento a su ovulación, cuando el ecograma nos indique que los óvulos se desprenderán procederemos a hacer la inseminación”.
“Entonces nos vemos dentro de cinco días, doctor”.
“Recuerde que es importante que se tome los medicamentos que le entregué, y le informo con anticipación que después del procedimiento deberá pasar cuarenta y ocho horas de reposo”.
“Muchas gracias, doctor, volveré en unos días, entonces”.
Simón se despidió del médico y la acompaño fuera del consultorio.
“¿Dijiste que querías conocerme mejor?”, preguntó Simón cuando estaba saliendo de la clínica.
Estaban parados en la acera antes de subir a una de las camionetas en las que se trasladaba Simón.
Ella le miró sin entender.
“Ven conmigo a mi oficina, quizás será un poco aburrido, pero te presentaré a mi equipo y puedes inclusive trabajar con las personas que se ocupan del bienestar laboral”.
“¿Tú empresa es de esas cuidan el bienestar de sus trabajadores?”.
“Si, creo que tener un trabajador feliz ayuda a que sea más productivo”.
“Entonces iré contigo”.
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