Capítulo 13:

“Mi padre fue un mal hombre, engañó a mi madre con una boda falsa para acostarse con ella, porque su esposa estaba embarazada y no lo quería en su cama. La llevó al médico para evitar que tuviera hijos, no quería bastardos que entorpecieran su vida, al parecer los anticonceptivos no funcionaron y quedó embarazada. Él la echó y le dijo la verdad sobre su falsa boda, mi mamá regresó a México con el corazón destrozado. Cuando yo tenía cuatro años me llevó para que él me conociera, no quiso recibirnos, cuando volvimos a México hubo un accidente y ella murió”.

“Lo lamento, Simón”.

“Tuve a mi abuela, ella me cuidó y me quiso como nadie”.

“Por eso harías cualquier cosa por ella”.

“Sí, no tenía pensado casarme y tener hijos, pero lo que más desea mi abuela es que le lleve un bisnieto. Dice que quiere verme con una buena mujer, que tenga mi propia familia, pero yo no creo en ese tipo de amor, así que le daré la ilusión”.

Simón se levantó con un gesto serio, sentía que había hablado de más con ella, no le gustaba compartir su pasado con nadie.

“Entonces, ¿Firmamos una tregua mientras dure la luna de miel?”, preguntó él para cambiar de tema.

“Sí, en verdad me encantaría conocer y disfrutar de este viaje inesperado”.

“Entonces así será”.

Durante los siguientes dos días que duraba la tregua, se dedicaron a explorar las playas cercanas, hicieron buceo, comieron comida típica, pasearon en un yate a la luz de la luna y compraron algunas cosas.

Pero al llegar la noche, después de una cena romántica, cada uno de ellos se iba a su habitación.

Muy pronto llegó el día en el que debían volver a casa de Simón y a sus respectivos papeles. La luna de miel había llegado a su final y con eso la tregua.

Simón le había dicho que cuando volvieran a los Estado Unidos irían con el médico que realizaría la inseminación, ella debía tener un tratamiento médico previo al procedimiento y él no quería esperar.

Muy pronto sería madre y Madison no estaba segura de estar preparada para ello, no así, sin amor.

Hacía dos semanas que habían regresado de la luna de miel y Madison estaba a punto de volverse loca.

Simón tenía su propia habitación y ordenó que las cosas de su esposa fueran puestas en la habitación que estaba frente a la de él.

Era dos veces más grande que su apartamento de Austin, tenía un baño inmenso y un armario con tantas cosas que pensó que podía sobrevivir a un apocalipsis zombi si lo llenaba de comida.

Los primeros días disfruto de poder pararse tarde y que le tuvieran listo el desayuno, salir a hacer ejercicio y jugar con los gatos, pero después de unos días en los que vio todas las películas que quería ver y leyó algunos de los libros que tenía pendiente tuvo que confesarse que estaba aburrida a más no poder.

Simón salía muy temprano por la mañana y llegaba a la hora de cenar, durante la comida hablaban de cosas sin importancia, después se retiraba a su habitación o al despacho que tenía en la casa y no lo volvía a ver hasta la noche siguiente.

Madison comprobó que lo que él le había confesado era cierto, en México era una persona distinta a la que era cuando estaba en su casa. Así como cambiaba de idioma al llegar a los Estados Unidos cambiaba de personalidad y el señor témpano de hielo había regresado.

Ni siquiera tenía el consuelo de poder hacer la cena, porque esta era preparada por el chef, y la servía una doncella, otra recogía la mesa y lavaba los platos.

Quizás debería estar encantada con esa nueva vida de ocio, pero no lo estaba, no tenía nada que hacer más que ir de compras y hablar por teléfono con su madre y sus amigas de Austin porque Marga se negaba a contestarle el teléfono.

Llegó a la conclusión que no estaba hecha para ser una esposa florero, y lo peor de todo es que sentía que no debía quejarse porque tenía mucho más que otras personas. Además, siempre había odiado a la gente que jugaba al papel de pobre niña rica.

“¿Aún no ha venido tu menstruación?”, preguntó Simón esa noche durante la cena.

“No, aún no me ha venido, imagino que está por llegar”.

La semana siguiente a la llegada de su luna de miel habían ido con el doctor que haría la inseminación artificial y él les dijo que regresaran al día siguiente de haber terminado su menstruación para comenzar el tratamiento hormonal y hacer un seguimiento del ciclo menstrual, de ese modo sabría cuál era el momento más adecuado para inseminarla.

Y Madison se sintió como una vaca a la que había que sacarle cría.

“El próximo fin de semana asistiremos a una gala benéfica, es en traje formal, mi asistente tomó tus citas para el peinado y maquillaje de ese día. Tu asesora de imagen te ayudará a comprar algunos vestidos de gala, es importante tener varios en reserva porque se aproximan varios eventos, entre esos la boda de tu hermana. Vi que la tarjeta de invitación ya llegó”.

“Sí, pero ¿Tendrás tiempo de asistir? Tendríamos que estar allá tres días al menos, entre la despedida de soltera, el ensayo, y la boda. Si vas no podrá ir ese domingo ir a ver la abuela”.

“Soy tu esposo y es mi deber acompañarte, además no quiero rumores de nuestro matrimonio, es tu hermana la que se casa y debemos ir, así ella no haya asistido a nuestra boda. Con respecto a mi abuela, hoy me llamó para decirme que decidió asistir a la boda de Margaret. Saldremos en la mañana el día de la despedida de soltera, te dejaré en Corpus Christy, como la fiesta es en la tarde llegaras a tiempo. De allí iré a Xicoténcatl por mi abuela y regresaré al día siguiente a tiempo para el ensayo”.

“¿No te importará que nos quedemos con mi familia? Mamá se sentiría muy dolida sí nos alojáramos en un hotel”.

“No me importará, asumí que querías quedarte en la casa de tu mamá, a menos que no tuvieran espacio para alojar a mi abuela”.

“Llamaré a mi madre para confirmarlo, pero debe haber espacio, las habitaciones que se destinaron a la posada están listas y mamá no hizo ninguna reserva para ese fin de semana”.

Dentro de sí, Maddy no podía dejar de estar nerviosa, se acercaba el día en que Simón conocería a Marga y temía que todo se descubriera. Aunque ella había sido una víctima inocente de lo que hizo su hermana.

Si él descubría su engaño podría demandarlas, no quería ni pensar en lo que sucedería con ellas y con su madre si eso llegaba a pasar.

Al día siguiente su menstruación llegó, Madison le pasó un mensaje al médico informándole del hecho y le dieron una cita para tres días después.

Pasó el día con dolor por lo que se quedó en la cama acostada sintiéndose miserable y de muy mal humor. En la noche le dijo a una de las doncellas que la disculpara con Simón en la cena porque no se sentía bien.

Estaba acostada en su cama pensando en que quizás esa fuera su última menstruación antes del embarazarse cuando la puerta se abrió de repente y Simón apareció en el umbral.

“¡Por Dios! ¿Acaso no sabes tocar la puerta?”, pregunto de mala manera.

“¿Estás enferma? ¿Necesitas ir al médico?”.

“No, no estoy enferma, solo que me vino la menstruación, me duele y estoy de mal humor”.

“¿Llamaste al médico?”, preguntó con el ceño fruncido.

“Sí, tengo cita para dentro de tres días para comenzar el tratamiento hormonal”, respondió malhumorada.

‘Solo le importa que quede embarazada’.

“No, no era eso a lo que me refería, quería saber si habías llamado al médico para que te recetara algo para el dolor”.

“¡Ah! No, tome ibuprofeno como siempre”, respondió enternecida por su preocupación.

“¿Quieres algo? ¿Un chocolate? ¿Una copa de vino? ¿O una almohadilla caliente? Tengo una eléctrica que es muy buena”.

Madison la miró con sorpresa, de repente sus ojos se llenaron de lágrimas, estaba sensible y ver como él trataba de ayudarla la emocionó.

“Creo que me gustaría un buen bistec con papas fritas, una copa de vino para acompañarlo y helado de chocolate oscuro. Pero la cocinera creo que hizo cordero”.

“Pues que se lo coman ellos, llamaré a mi restaurante favorito y nos traerán lo que deseas. Iré a decirle a la cocinera y buscaré la compresa. Quédate acostada, regresaré a acompañarte y cenaremos aquí”.

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