Capítulo 12:

“Pues tendrás que aguantártelo y confiar en que no te seré infiel porque no dejare de hablar con las personas solo porque a ti te moleste”, señaló Madison.

“No con las personas, sino con los hombres”, replicó él.

“¿Sabes qué? Me voy al agua”.

“Iré contigo”, señalo él al tiempo que se quitaba la playera.

“Si llegas a decir una palabra más sobre el tema, te juro que te ahogo, Simón”.

Madison se giró y caminó hasta la orilla de la playa, estaba tibia, cuando hubo entrado lo suficiente se lanzó de cabeza y nado por debajo del agua un buen rato, había pertenecido al equipo de natación de la universidad y le gustaba probar sus límites de cuanto podía aguantar la respiración.

Un momento estaba en su lugar feliz y al siguiente sintió que alguien la halaba, de susto abrió la boca y tragó agua.

Salió a la superficie tosiendo y botando agua solo para encontrarse a Simón que la miraba furioso.

“¿Qué demonios estabas pensando? ¿Acaso querías morirte?”, le gritó a la cara.

“¿Qué te pasa? Por tu culpa casi me ahogo”.

Sin pensarlo mucho comenzó a echarle agua en la cara, quería ahogarlo como él había hecho con ella. Cuando Simón se llevó las manos a la cara para evitar que más agua salada le entrara a los ojos y nariz Madison se hundió en el agua y le bajo los pantalones.

Riendo se marchó nadando, al llegar a la orilla, corrió por sus cosas para subir a su suite.

“Yo que tú, llevaba una toalla a la orilla de la playa para cubrir a tu jefe, acaba de perder sus pantalones”, le dijo a Max al pasar por su lado.

El guardaespaldas la miró sorprendido.

Era hora de encerrarse en su habitación hasta que el señor malhumorado se calmara.

O quizás debía considerar la idea de huir del país.

“Madison, abre la puerta”, ordenó Simón golpeando la puerta de la habitación de su esposa.

No obtuvo respuesta.

Volvió a golpear y nada, frustrado caminó de un lado a otro.

A pesar de que salió disparado detrás de ella una vez que Max le pasó una toalla, no logró alcanzarla. Sabía que estaba dentro porque su libro y sombrero estaban en el salón.

Fue hasta su habitación y llamó a la recepción.

“¿Cómo puedo abrir una puerta que está cerrada por dentro? Al parecer puse el seguro sin darme cuenta”.

“Puede abrirla con su huella, Señor Barton”.

“Muchas gracias”, dijo cerrando la llamada.

Volvió de nuevo a la puerta, puso la huella en el dispositivo que estaba en la pared y la puerta se abrió, asomó la cabeza en la habitación y no vio a nadie.

La puerta del baño estaba abierta y se escuchaba la ducha y una canción de Miley Cyrus que decía que ella misma se podía regalar flores.

‘Que tonterías’.

Como un ladrón se deslizó por la habitación y llegó al aseo, se asomó y la vio a través del cristal de la ducha, se estaba lavando el cabello, cantando y meneando el culo con la canción.

Una sonrisa maliciosa se asomó a sus labios, dos podían jugar al mismo juego, se acercó a la puerta de la ducha la abrió de sopetón y se metió dentro.

“Si me querías desnudo solo tenías que decirlo, esposa”.

El grito de Madison se escuchó tres pisos más abajo, con los ojos llenos de champú tomó el primer bote que encontró y lo lanzó hacia el lugar de donde provenía la voz.

“Sal de aquí, degenerado”, le gritó con rabia.

Madison no podía creer que se hubiese atrevido a entrar a su baño mientras ella estaba desnuda.

Con furia siguió lanzando todo lo que encontró hasta escuchar un quejido.

Se lavó los ojos y vio a Simón con la mano cubriendo su cabeza y un hilo de sangre escurría por su frente. La toalla había caído al piso de la ducha y él se encontraba completamente desnudo.

“¡Oh, por Dios!”, exclamó ella horrorizada por haberlo lastimado.

“Déjame ver, lo lamento, Simón, no quería lastimarte, solo que me asustaste”.

Cuando ella se acercó a él para examinarlo, Simón la atrapó pegándola contra la pared, una sonrisa maliciosa adornaba su rostro, por un momento Madison pensó que se veía guapo como el demonio. Su cabeza bajó antes de que ella pudiera defenderse y le robó un beso rápido, pero intenso.

“Me engañaste, suéltame bruto y sal de la ducha que estoy desnuda”, le dijo ella empujándolo, él la soltó de inmediato y ella tapó su cuerpo con las manos.

Su idea era darle una cucharada de su propia medicina, no abusar de ella.

“No te engañé, la sangre es verdadera y te merecías el susto después de lo que me hiciste en la playa”, le dijo Simón manteniendo la vista en sus ojos.

“¡Sal!”, gritó ella, las piernas le temblaban por lo que el beso, y la situación le hizo sentir.

Simón se giró y tomó la toalla empapada del piso de la ducha, la exprimió y la lanzó a la cesta de las toallas, después tomó una limpia y se secó con rapidez para después envolverla alrededor de sus caderas.

“Creo que nuestro matrimonio será muy divertido, si no nos matamos antes”, dijo Simón sin girarse.

Madison terminó de ducharse lo más rápido que su tembloroso cuerpo le permitía y siempre con un ojo puesto en la puerta. Al terminar cerró el agua y envolvió su cuerpo en la bata y puso una toalla en su cabello.

Se asomó a la habitación, vacía.

Refunfuñando tomó una pesada silla y la pegó a la puerta, era imposible que Simón abriera la puerta con el mueble allí.

Media hora después salió de la habitación y lo encontró con un pantalón de chándal y una camiseta recostado en el sofá. Una cinta cerraba la pequeña herida que tenía en la cabeza una bolsa de hielo cubría uno de sus ojos, el otro permanecía cerrado.

Algún ruido tuvo que hacer porque él se incorporó y la miró.

“¿Podemos firmar una tregua por estos tres días?”, preguntó él con seriedad.

“Si, mientras no vuelvas a entrar en mi habitación, de lo contrario lo de hoy se convertirá la tercera guerra mundial”.

“Prometo no entrar en tu habitación sin tu permiso”.

“Y yo prometo no volver a lanzarte todo lo que encuentre cerca”.

“¿Algo más que quieras agregar a la tregua?”.

“Sí, deja de acosarme, soy habladora por naturaleza y eso no puedes cambiarlo, prometo serte fiel y lo cumpliré, además debes entender que si debo darte un hijo no lo expondré a nada. Leí el acuerdo, si te soy infiel puedes echarme y quedarte con el niño, y yo sé lo que es crecer sin uno de los padres”.

“¿Qué le pasó a tu padre?”.

“Mi padre era un marine, murió en la guerra de Kosovo. Él y mamá estaban comprometidos cuando él se fue a la guerra. Ella supo que estaba embarazada después de que él se marchó. Mamá nos contó que cuando se lo dijo estaba loco de alegría; esperaba que le dieran permiso para volver y casarse, pero no tuvo tiempo, papá fue uno de los primeros soldados en morir en esa guerra. Era de padres de origen serbio y hablaba bien el idioma así que era indispensable para el ejército, además de que él quiso ir para defender el país de sus padres”.

“Así que tu mamá las crio solas”.

“No, estaban mis abuelos, ellos la apoyaron, pero ambos murieron cuando Marga y yo estábamos en la adolescencia”.

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