Capítulo 11:

Llegaron poco después del mediodía a un hotel de lujo en Playa del Carmen, Simón pidió la suite más lujosa que afortunadamente contaba con dos habitaciones y una increíble vista al mar Caribe.

Mientras subían el equipaje, Simón la guio hacia uno de los restaurantes de lujo del lugar para un almuerzo tardío.

Durante el almuerzo Simón se dedicó a hablarle de todos los lugares de interés de la Riviera Maya.

“¿Cuál será el primer sitio que visitemos?”, preguntó ella cuando iban saliendo del restaurante.

“Tengo algunos asuntos de trabajo que resolver, puedes irte de compras a la Quinta Avenida o comprar algún traje de baño en el hotel y pasar la tarde en la piscina o en la playa”, anunció él entregándole una tarjeta de crédito con su nombre”.

“Cualquier compra que hagas en el hotel la puedes cargar a la habitación”.

‘Hoy es domingo, el día siguiente de nuestra boda, pasó todo el vuelo trabajando, ¿Y aún necesita seguir?’, pensó Madison, pero se abstuvo de hacer algún comentario, de lo contrario Simón pensaría que anhelaba su compañía.

“Solo necesito un traje de baño, lo compraré en alguna tienda cercana”, replicó ella devolviéndole la tarjeta.

“Estaremos aquí tres días, seguro que en tu equipaje no hay pantalones cortos, camisetas, sandalias de playa, protector solar y ese tipo de cosas”.

“No, no los hay, pero creo poder costearme esas cosas”.

“Eres mi esposa, es mi obligación suplir tus necesidades, si no sería muy mal visto, así que obedece y no discutas”, dijo él con un poco de fastidio.

“No sé qué quieres demostrar al negarte a aceptar mi dinero”.

“No quiero demostrar nada solo que ya me pagaste y seguir aceptando dinero seria como otorgarte otros derechos”.

“¿Acaso crees que por cubrir los gastos de vestuario e imagen en los que debes incurrir por ser mi esposa me dará derecho a tu cuerpo?”, preguntó Simón visiblemente molesto.

“Si, y eso me molesta porque siento que me estaría vendiendo”.

“¿Por qué ahora te molesta y antes no? ¿Por qué antes me dijiste que te acostarías conmigo y ahora no?”, preguntó con Simón con ojos entrecerrados.

Madison vio su expresión de sospecha y se puso nerviosa.

“Porque antes tenía un motivo para hacer lo que hice, pero como tengo claro que no quieres oír mi triste historia no tengo porque responder a tu pregunta”.

“Ponme a prueba”, replicó él dispuesto a escucharla.

“Si es lo que deseas”, dijo ella arrebatándole la tarjeta de la mano.

“Solo espero que no trates de cobrarte las compras”.

Madison pasó por una vidriera de una de las tiendas del hotel y se detuvo de repente cuando su mente procesó lo que estaba viendo, se giró para devolverse y casi choca con su guardaespaldas.

“Max, ¿Qué haces siguiéndome?”.

“Es mi trabajo seguirla, Señora Barton”.

“Estamos de luna de miel, ¿Aquí también me seguirás a todas partes?”.

“Si, a los malos no le importará que esté de luna de miel, Señora Barton. Digamos que aquí no es tan seguro como en casa”.

“No podrás ir a la playa en traje, y de seguro no trajiste ropa de playa, busca ropa para cambiarte y la pagamos con esto”, dijo mostrándole la tarjeta de crédito.

‘Imagino que aquí aplica lo mismo del vestuario que debo usar, Max está trabajando al igual que yo’.

“Eso no será posible, Señora Barton”, respondió el hombre con seriedad.

“¿Por qué? Estas trabajando, es justo darte la ropa adecuada”.

“En ropa de playa no tendría donde esconder mi arma”.

Madison resopló y se metió a la tienda. Sería muy difícil acostumbrarse a tener al hombre de negro siguiendo sus pasos.

Simón estaba sentado en la terraza de la Suite que le daba una maravillosa vista al mar, aunque hablaba por teléfono con su asistente sus ojos estaban puestos en la figura de su esposa que, enfundada en un bikini rojo tomaba el sol boca abajo con un libro en las manos.

Se debatía entre ir a acompañarla y dejar tranquila a su asistente o quedarse allí con la excusa de que tenía trabajo. Era tanta la tentación que hasta se había cambiado de ropa.

Cerca de Madison, parado debajo de una palmera estaba Max mirando el entorno en busca de posibles amenazas.

Un par de minutos después un joven rubio se sentó en la tumbona que estaba al lado de Madison. El hombre le dijo algo a lo que ella respondió con una sonrisa, siguieron conversando durante un rato hasta que vio que el chico le pasó algo a su esposa.

“Jane, después te llamó”, dijo cerrando la llamada con brusquedad.

De inmediato marcó otro número.

“Max, ¿Quién es el hombre que está con mi esposa?”, preguntó al guardaespaldas cuando este tomó la llamada.

“Es un huésped del hotel, Señor Barton”.

“¿Y que le entregó a Madison?”.

“Un bote de protector solar”.

Simón se puso de pie y caminó hacia la puerta, había sido un error dejarla sola.

“Está intentando convencerla de que le ayude a ponérselo en la espalda”.

“Quítaselo de encima, voy en camino”, dijo cerrando la llamada, iba en el ascensor bajando.

Max se acercó a Madison. Ella negaba con la cabeza.

“Si quieres puedo darte un poco del mío es en espray y muy fácil de poner”, dijo ella con una sonrisa.

“Es más divertido que me lo pongas tú”.

“Deja de coquetear conmigo, soy una mujer casada”.

“Seguro es un pretexto…”.

“Señora Barton, el Señor Barton viene en camino”, anunció Max mirando al joven.

El hombre miró de Max a Madison.

“Entonces es cierto, no entiendo como un hombre puede dejar sola a una mujer tan hermosa como tú”.

“Mi esposa no está sola y en todo caso no es tu problema”, replicó Simón furioso.

Su respiración entrecortada lo dejó en evidencia; había corrido desde que salió del ascensor.

El hombre levantó las manos con una sonrisa burlona y se marchó.

Max volvió a su puesto debajo de la palmera, estaba un poco sorprendido porque nunca había visto a su jefe tan alterado.

“¿Acaso no puedo dejarte sola un momento? ¿Qué demonios hacías hablando con un extraño?”, preguntó Simón con las manos en la cintura y la rabia pintada en el rostro.

“¿Perdón?”, replicó ella levantando una ceja.

“No sabía que debía pedirte permiso para hablar con la gente, eso no estaba en el contrato ni en las instrucciones que recibí”.

“Hay una cláusula sobre la infidelidad y dice que no será tolerada”.

“Una cosa es hablar con un hombre y otra muy distinta es serte infiel ¿Qué viste? ¿Un hombre que se acercó a conversar con la única mujer sola que había en la playa?”.

“¡Estaba coqueteando contigo! Si no llegó es capaz de intentar algo más”.

“Soy muy capaz de cuidarme sola, Simón y dudo que alguien hubiese intentado algo más con Max vigilándome”.

Simón se dejó caer en la tumbona que estaba a su lado.

“Tendré que quedarme contigo todo el tiempo porque cada vez que te dejo sola te encuentro hablando con un hombre”.

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