Capítulo 8:

“Un momento, querida”

La mujer alzó la mano, sin siquiera mirarla.

Estuvo atenta a la cartelera por al menos tres minutos y después chasqueó los dedos. Típico en ella cuando se decidía.

Posteriormente, se giró.

“Sí, dime”

“No preguntes por qué, pero, no puedo hacer esto”

La mujer la miró de forma interrogativa, incluso desconcertada. Gina media varios centímetros menos que ella y aun así podía ser muy intimidante.

“¿Qué es lo que no puedes hacer?”

Kathia pasó un trago en seco.

“No escribiré la biografía del Señor Garibaldi, creo que Sussan o incluso Vanessa están perfectamente capacitadas para una tarea así”

Gina sonrió, se acercó a ella y colocó una mano en su hombro.

“No te comprendo, llevabas meses esperando por una oportunidad como esta. ¿Por qué no habrías de aprovecharla?” le dijo con sinceridad.

La mujer sabía que esa muchacha se había estado esforzando demasiado.

“Además, no depende de mí, el equipo del Señor Garibaldi te pidió y sería una falta de respeto contradecirles, sobre todo cuando el editor en jefe está encantado con la idea”

“Pero…”

“Kat, no hay negociaciones, escribirás la biografía y punto, es una orden de arriba. Lulú te dejará las peticiones en tu escritorio al final de la tarde”

Kathia asintió sin remedio, aunque sentía que el diablo la correteaba en tangas y descalza. Convirtió las manos en dos puños muy apretados y miró en dirección a su ex esposo con la vista empañada de coraje.

Lo odiaba.

Lo odiaba muchísimo.

Y se odiaba también a sí misma porque no era justo que él tuviese el poder para ponerla en ese estado de vulnerabilidad.

Se dirigió hasta el ascensor para subir a la terraza por un poco de aire fresco y quizás un grito de descarga cuando la voz a sus espaldas la detuvo.

“Detendré todo esto si aceptas ir por un café conmigo” Ella se tensó y se giró despacio, mirándolo con desconfianza.

“¿Solo un café?”

Cassio asintió.

No soportaba verla así, porque a pesar de su inmerecida crueldad, del daño proporcionado, ella había conseguido salir adelante sin él, ahora no tenía el derecho de seguir causándole daño.

“Solo un café” musitó con dolor, y aunque mentía, porque por nada del mundo iba a volver a alejarse de ella, quizás si lo escuchaba podía bajar la guardia y permitir que la reconquistara.

Pero qué equivocado estaba, porque Kathia había tenido que pasar por un camino espinado y lleno de llamas como para que él viniese simplemente a disfrutar del renacimiento de las flores.

Cuando Cassio le dijo que podía pasar por ella o enviar un auto al final de la tarde para llevarla a la cafetería donde acordaron, Kathia lo miró como si no pudiera creer todavía que fuese tan cínico, así que le aclaró friamente que esto no se trataba de una cita romántica y que podía llegar por sus propios medios.

Con un leve asentimiento de cabeza, él aceptó y se marchó, no sin antes decirle cuanto le alegraba volver a verla. Contrario a eso, ella le dijo que no opinaba lo mismo, y que cuanto antes pudiera salir de su vida, mucho mejor.

El resto del día se obligó a concentrarse. Cassio ya no tenía poder sobre sus sentimientos y se lo dejaría bien claro esa misma tarde, porque lo que alguna vez sintió en su corazón por él, estaba superado, muerto y sepultado, y así se debía mantener en el tiempo. Ja, ¿Cómo de que no?

Habían acordado a las cinco, pero ese día en especial ella tenía un artículo importante por terminar y también había prometido a Cassie pasar por ella al colegio; esto último pocas veces sucedía, así que no se lo perdió por nada del mundo y de camino a casa comieron juntas su helado favorito.

Llegó a las seis con treinta y él ya estaba allí.

Cassio soltó una exhalación tan pronto la vio.

“Creí que no vendrías” le dijo después de incorporarse y mover la silla para ella.

Kathia musitó un indiferente:

“Gracias”

Y cruzó las manos sobre la mesa. Ese gesto lo había adquirido en el periodismo, cuando se sentía abrumada y nerviosa.

“¿Hubo algún imprevisto de camino?”

“Ninguno que sea de tu interés”

“Todo lo que concierne a ti me interesa” le confesó él, abiertamente.

Kathia lo miró por un segundo con frialdad y pasó un trago en seco.

“¿Podemos ir al grano? ¿Qué es lo que tienes para decirme que haga estés aquí?”

Cassio la miró enternecido.

Tenía miedo de que la mujer que seguía amando con locura ya no estuviese allí, pese a que su piel, bajo su contacto, le haya demostrado en dos oportunidades lo contrario.

“Han pasado cinco años” dijo él… unos muy dolorosos.

Kathia torció una sonrisa sin alegría.

“No me digas…” replicó con un dejo de burla en su voz.

“¿Me dirás de una vez que es lo que estás haciendo aquí o solo me quieres hacer perder el tiempo?”

Cassio asintió.

Ella estaba siendo igual de dura como él lo había sido en su momento. Lo merecía por idiota, así que no iba a recriminar su comportamiento.

“Kat, sé que mi disculpa llega demasiado tarde, pero me gustaría comenzar por decirte que de verdad lamento todo lo ocurrido, y la forma en la que te traté”

“Efectivamente, tus disculpas llegan muy tarde, y no solo eso, sino que ya no me importan, y aunque te confieso que en algún momento las esperé, ahora ya no… simplemente me da igual, Cassio”

El corazón del hombre se saltó un latido.

“¿Tú me esperaste?” preguntó ilusionado.

Ella esbozó una sonrisa fría.

“Durante un año”

“Kat…”

“Pero eso solo está en el pasado, como todo esto” los señaló a ambos.

“Imagino que no estás aquí simplemente para ofrecer disculpas, aunque me surge una duda”

Cassio guardó silencio por un segundo ante su mirada dura y desconfiada. Podía ahora ponerse en sus zapatos y vivir en carne propia lo que ella sintió en ese entonces.

¿Cómo en el infierno había podido perder a una mujer así?

Dios, se moría por recuperarla.

“¿Cuál es tu duda, Kat? Estoy aquí porque quiero decirte demasiadas cosas, pero también quiero responder a lo que tengas tú para decirme”

Ella asintió.

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