Exesposa voy a conquistarte -
Capítulo 79
Capítulo 79:
“Lo que te mueres por hacer” respondió Marco sin más.
“Ir con tu familia”
Cassio sonrió y sacó su móvil.
Después de varios tonos, Kathia contestó.
“¿Cassio…?” musitó ella con emociones encontradas. Había estado esperando esa llamada casi toda la llamada.
Él cerró los ojos y dejó salir el aire contenido. Escuchar su voz era todo lo que necesitaba para estar bien.
Su ser se avivó.
“Cariño, voy por ustedes” dijo con tono dulce, suave, casi como una caricia sobre esa piel que muchas veces había sentido desnuda bajo su tacto.
…
Kathia sentía que el corazón iba a perforarle el pecho en cualquier momento, y es que desde la última llamada con Cassio no había dejado de experimentar esa sensación de ansiedad y adrenalina, como si fuesen dos adolescentes que se verían al fin por primera vez.
Piero ya la esperaba con el auto encendido cuando terminó su jornada laboral en la revista. Con Cassio habían quedado en que se verían primero en el pent-house; había sido una propuesta de él y ella no tenía la mínima intención de oponerse a esa idea, así que cuando se deslizó en el asiento trasero, le dio un poco de forma al cabello, se pintó los labios y se puso su perfume favorito.
Las luces estaban apagadas cuando introdujo la llave que aún tenía en su poder. Se quitó la chaqueta y la dejó por allí mientras avanzaba.
“¿Hola? ¿Cassio?” llamó con suavidad, increíblemente nerviosa. De pronto, en el salón, un caminito de pétalos blancos se abrió bajo sus pies, y un pequeño letrero de luces con una flecha decía:
[Sígueme]
Sonrió sin saber de qué se trataba, pero caminó hasta las puertas abiertas de la terraza, siguiendo las señales de los pétalos y las luces. Bajó unas escaleras hechas de roca, rodeada de arbustos y flores.
Su corazón no había dejado de latir, pero llegado un momento, sus pálpitos fueron más insistentes, pronto supo por qué.
Alzó la vista y lo vio allí, a unos metros, con el mar de fondo, la brisa de la noche y unas antorchas encendidas a los laterales.
Ella se echó a reír.
¿Qué estaba haciendo allí?
“¡Cassio!” lo llamó enérgica, y caminó hasta él, sin detenerse siquiera a recobrar el aliento que de a poco perdía.
Él también sonreía, con las manos dentro de los bolsillos de un pantalón bastante casual, combinado con una camisa blanca de lino mientras los pies iban descalzos.
“Hola, Kat” saludó al tenerla a un metro de distancia.
Ella se quedó pasmada. ¡Al fin estaba allí, y no tenían que esconderse!
“Hola…” musitó con voz débil, nostálgica, y se deshizo de ese metro que los separaba para saltar a sus brazos, rodeándole el cuello con ambas manos.
Cassio la capturó casi en vuelo y giró con ella. Se miraron con ese anhelo que llevaban horas guardando y después sellaron sus labios con un beso voraz, casi frenético… ¡necesario!
Sus lenguas se entremezclaron suavemente y se exploraron sin bondad. Él la acariciaba por encima de la ropa con sensualidad y ella correspondía al contacto con espasmos involuntarios. Hasta que de pronto Cassio rompió el beso, pegó su frente a la suya y sonrió con nerviosismo.
“Kat…” dijo con delicadeza, como un murmullo al viento.
“¿Sí?”
“¿Te quieres volver a casar conmigo?” le preguntó rápido, porque después de tantos años de experiencia y de haber hecho esa propuesta hace ocho años, seguía sintiéndose como un crío.
Kat abrió los ojos y se separó de la impresión, al mismo tiempo que él arrodillaba en la arena y sacaba una pequeña caja del bolsillo, mirándola con pasión.
“Cassio…” ahogó un jadeo llevándose las manos a la boca.
Cassio sonrió y se humedeció los labios.
“Cariño, hemos pasado por tanto. Hemos tenido que librar una batalla para enfrentarnos a otra, y así, hasta el punto de tener que separarnos. Kat, han sido las peores semanas de toda mi vida, porque aun sabiendo que te tenía no podía estar contigo, y eso me frustraba, pero ahora… joder, cariño, ahora que puedo tener otra vez la oportunidad, no pienso dejarla escapar, y lo que sea que venga después quiero resolverlo a tu lado, siendo tu esposo, como siempre debió ser. Kat, por favor, no, te suplico, que me aceptes de nuevo como tu esposo y como el padre de nuestros hijos. ¡Cásate conmigo! ¡Cásate conmigo otra vez!”
Kat, entre lágrimas, se llevó una mano al pecho, donde su corazón latía apresurado.
“Oh, Cassio, yo… ¡Sí, sí quiero volver a casarme contigo!”
Y le extendió su mano, Cassio la tomó entre las suyas que temblaban, sacó el anillo de diamante y lo deslizó en el dedo que conectaba con su corazón, sintiendo que el suyo iba a explotar de alegría, porque ese anillo no solo llevaba una propuesta, sino la promesa de no volver a fallarle nunca.
“Te amo, Kat. Te amo profundamente” le dijo desde lo más profundo de su ser.
Ella lo instó a incorporarse.
“También te amo” susurró suave, y volvió a besarlo.
Él la tomó en brazos para subir las escaleras. Y mientras la saboreaba con deleite, no se detuvo hasta llegar al pent-house y recostarla sobre el tapete crema del salón.
Desde esa perspectiva, Kat miró al hombre que amaba con ojos de ilusión, mientras la luz plateada de la luna enmarcaba su perfilado rostro.
¡Era guapísimo! ¡Tanto como el día que lo conoció!
Los dedos de Cassio vagaron por su cuello expuesto y el escote en V de su camisa. Ella pasó un trago, disfrutando de lo que provocaba el contacto sobre su piel. Las yemas enmarcaban la sombra de los pechos, y un gritito suave se emitió de la garganta femenina cuando sintió que bajaban hasta el centro de ellos por entre el sujetador rosa de encaje.
“Desnúdame” le pidió ella, necesitada.
La respuesta del hombre fue complacerla, y despacio, se deshizo de los botones, dejándola en sujetador. Maravillado, bajó una tira, después otra… y sacó los preciosos y erectos pezones a la vista, ansioso por probarlos y darle el cariño que se merecían.
Fue lo que hizo.
Acunó ambos pechos con las manos y con el pulgar consintió a los pequeños montículos antes de inclinarse y lamerlos largamente.
Kathia ahogó un jadeo profundo, casi agónico.
“Dios, Cassio” sollozó, hambrienta de placer.
Él alzó la vista, solo para disfrutar de su reacción cuando de a poco bajó por el plexo solar, llenándolo de besos, hasta rozar el botón de su pantalón de tela con los labios.
“¿De aquí también quieres que te desnude?” le preguntó sensual.
“Por favor…” no quería, lo necesitaba.
Con una agilidad sorprendente, Cassio la dejó únicamente en bragas, y se arrodilló entre sus piernas para desvestirse él también.
Kat se incorporó sobre un codo y colocó una mano sobre la suya.
“Me toca” le dijo, y empezó a desvestirlo bajo su mirada atenta.
Quedarse completamente desnudos fue un arrebato de besos largos, caricias sinceras y jadeos entremezclados con palabras excitantes.
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