Capítulo 70:

Se quedó mirando la pantalla por varios minutos, esperando una respuesta; sin embargo, esta no llegó nunca, y gruñó una maldición.

Se frotó el puente de la nariz y pensó en algo que, aunque sabía era arriesgado, podía intentarlo si actuaba con discreción.

Llamó al piloto.

“Señor Garibaldi”

“Freddy, necesito volar a Amalfi mañana a primera hora. ¿Puedes hacer que sea un aterrizaje discreto?”

“Deje un momento” le dijo, y pasados un par de segundos, regresó a la línea.

“Puedo hacerlo”

“Bien, nos vemos mañana”

“Hasta mañana, señor”

Cassio se dejó caer en el sofá. Una semana sin ella había sido suficiente, así que necesitaba hacer algo al respecto: verla y hacerle el amor hasta el agotamiento.

Cassio estaba ansioso por verla, por tocarla, besarla profundamente y fundirse en ella, por eso cuando aterrizó en aquella discreta pista de aterrizaje la mañana siguiente, no perdió el tiempo y lo arregló todo para que el reencuentro después de una semana fuera completamente especial para ambos.

Tenía muchísimas cosas por decirle y había estado esperando a que llegara ese momento para hacerlo. Las videollamadas, aunque conseguían hacerlos sentir un poco más cercanos, no eran ni la mitad de suficiente. Necesitaba a Kathia Scuderi en sus brazos… y la necesitaba tan pronto como fuese posible.

Kathia había despejado su agenda con anticipación para ir a la consulta con el ginecólogo y se sentía un tanto nerviosa. Todavía podía recordar con exactitud las emociones que experimentó cuando escuchó por primera vez el corazón de Cassie, y así, cada cita, era una sensación nueva que la hacía agradecer infinitamente a Dios por darle la oportunidad de ser madre. Estaba segura de que con el nuevo bebé no sería muy diferente, y eso la emocionaba muchísimo.

Solo hubiese deseado la compañía de Cassio. Pensó con nostalgia.

La noche anterior no respondió a su mensaje, y no porque hubiese querido ignorarlo, sino porque Cassie se enfermó del estómago después de que Valerio se fuera, así que estuvo con ella hasta que se quedó dormida. Cuando revisó el aparato, eran casi las dos y no tenía sentido responder un “lo siento también” a esa hora, aunque ella era justa y reconocía que de todas formas había actuado mal.

Por eso, temprano por la mañana, antes de comenzar el día, lo llamó, pero la llamada entró al buzón y desistió cuando su pequeña hija se despertó.

“¿Cómo amaneciste, cariño?” le había preguntado, sentada a la orilla de la cama.

La dulce niña se desperezó con una sonrisa.

“Bien, mami, ya no me duele” expresó con mejor semblante, y eso hizo que la joven madre sintiese alivio de poder marcharse al hospital.

Bajó del auto y subió al piso que le indicaron sería la consulta. Dos hombres de traje, que parecían de seguridad privada, asintieron a modo de saludo cuando la vieron bajar del ascensor y esperar frente a la puerta a que una enfermera la llamara.

Todavía faltaban diez minutos cuando el móvil sonó dentro del bolsillo trasero de su pantalón. Cassio.

Sonrió sin poder evitarlo y contestó, sintiendo ese típico aleteo incesante contra las costillas.

“Cassio…” musitó largamente, entre nostálgica y aliviada de que la contactara.

“Hola, preciosa Kat” contestó él, dulce, con esa voz profunda que a ella le hacía sentir cosquillas por todos lados.

“Vi tus llamadas perdidas, lamento no haber podido contestarte”

“Está bien” dijo, recargándose contra la pared contigua a la puerta del consultorio.

“Yo lamento que hayamos discutido anoche”

“Creí que seguías molesta conmigo, no contestaste mi mensaje”

“Lo sé, pero Cassie se enfermó del estómago y estuve con ella en la cama un par de horas”

El padre de la niña se alertó.

“¿Qué ocurrió? ¿Está bien?” quiso saber, un tanto angustiado.

“Sí, esta mañana amaneció mucho mejor” le explicó para tranquilizarlo.

“Yo he venido al hospital para la consulta”

Cassio sonrió.

“Lo sé” le dijo. “Y por cierto, te ves especialmente hermosa esta mañana”

Ella soltó una risita, sonrojándose, y negó con la cabeza, después se quedó un par de segundos en silencio, como si de pronto cayese en cuenta de algo.

“Espera… ¿Qué?” musitó.

“¿Cómo sabes que…?”

Alzó la vista, mirando a ambos lados del pasillo, y tan pronto lo vio allí, al final, con esa sonrisa encantadora y ese porte masculino, sintió que el corazón nunca le había latido tan fuerte como en ese segundo.

Como si hubiese sido empujada por un resorte, alejó el móvil de la oreja y caminó hasta él, cada vez más apresurada, hasta el punto de casi correr a sus brazos.

Cassio la capturó en vuelo, abrazándola con fuerza, como si hubiese pasado un milenio desde la última vez, y la adornó con un delicioso beso en los labios que ella misma profundizó, aferrándose a su nuca y acariciándole el cabello con los dedos.

Cuando se separaron, pasados unos segundos largos, él le tomó ambas mejillas y la contempló con adoración, admirando de lleno lo preciosa que era.

“Hola, otra vez, Kathia Scuderi”

Ella soltó una risita suave y sus ojos se inundaron de lágrimas no derramadas. Lágrimas de felicidad, nostalgia y necesidad.

Dios, había echado tanto de menos sentirlo cerca de su piel, probar sus labios, aspirar su aroma de hombre.

“Hola, otra vez, Cassio Garibaldi”

El hombre le dio otro beso, ahora en la comisura de los labios, y ella se relajó cerrando los ojos.

“Reitero lo dicho, estás especialmente hermosa esta mañana”

“Oh, Cassio” sollozó, tierna, con pucheros infantiles.

“Esto es una verdadera sorpresa. No te esperaba, de hecho, creí que no era posible vernos, al menos no tan pronto. ¿Cómo es que estás aquí? ¿Qué pasará si…?”

Cassio la silenció besándola nuevamente con entera avidez.

Ella soltó un quejido de placer que murió en su boca, y fue en busca del sabor mentolado de su lengua, necesitada y ansiosa.

“No te preocupes, lo he arreglado todo para que este encuentro sea discreto” murmuró Cassio, mordiéndole seductoramente los labios.

“La verdad es que me moría por verte y asegurarme de que estábamos bien”

Ella sonrió contra la boca fiera, y le lamió los labios.

“Estamos perfectos”

“¿Lo estamos?”

“Oh, sí” admitió.

“No quise hablarte de la forma en la que lo hice, ni despedirme así”

“Yo tampoco, fue insensato mi comportamiento, pero dejemos ya eso en el pasado, ¿De acuerdo?”

Ella asintió, sonriendo feliz, y descansó su frente en la suya, todavía sin poder creer del todo que él estuviese allí.

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