Exesposa voy a conquistarte -
Capítulo 60
Capítulo 60:
Atravesó las puertas del hospital, siguió el pequeño mapa que Francesca le había enviado en una foto y subió varios tramos de escaleras hasta llegar a una habitación. En cuanto vio que la enfermera, el pequeño hijo de Clara y Cassie estaban bien, sintió alivio.
“¡Papi!”
La pequeña intentó correr a sus brazos, pero Francesca sabía que ella era su salvoconducto y la tomó firmemente del hombro.
“Ya está, Francesca, déjalos ir. ¡Me tienes a mí aquí!”
“Claro que los dejaré ir, pero tú y yo primero nos largaremos de aquí. Sígueme”
La pequeña Cassie miró a su padre con ojos acuosos, sin comprender que ocurría… ni porque se marchaba.
Él solo le sonrió triste y le susurró a lo lejos que pronto estaría con su madre, mientras dos hombres se quedaban a custodiarlos.
Francesca lo guio, apuntándolo con un arma, a una salida trasera que daba con un terreno baldío y donde había ya una camioneta encendida.
“Sube y conduce” le ordenó.
“Primero pídele a tus hombres que los dejen ir”
La mujer gruñó fastidiada, tomó el móvil y dio la orden para que los soltaran.
Desde esa posición, y pasados unos segundos, pudo ver que la enfermera bajaba cuidadosamente las escaleras con la incubadora y Cassie a un lado.
Solo subió a la camioneta cuando vio a Kathia arrodillarse y estrechar a su hija en brazos, besándole el cabello y el rostro con desesperación.
Cuando se abrió camino en la carretera, y Kat vio como la camioneta se alejaba, tomó el móvil y marcó el número de Maurizio.
“Van para allá”
Kathia se debatió entre dos opciones, regresar a la fortaleza que era Santa Marinella y abrazar a su hija por horas largas, o ir al atracadero.
Su rabia y odio por Francesca la cegaron, e Isabella Ferragni le prometió que su hija estaría a salvo, que en esa propiedad nadie entraba… al menos no vivo, y que los niños estarían sanos y seguros, que podía hacer lo que su mente le pidiera en ese momento, así que con un beso y largo abrazo a su hija, condujo media hora al lugar que sabía ya a donde Cassio y Francesca se dirigían.
Allí las cosas pintaban según lo planeado.
Maurizio estaba cerca del estacionamiento, vestido de forma que no llamaba la atención y con una gorra, así que avisó de la llegada de su primo y Francesca por un diminuto dispositivo de caucho que tenía en la muñeca.
“El barco ya nos está esperando para zarpar. ¡Por fin estaremos juntos, cariño!” dijo Francesca, y le besó la mejilla antes de buscar al hombre con el que había hecho un trato.
Este recibió primero el dinero, lo contó y después le entregó los pasaportes.
“Suban, salimos en cinco”
La mujer sonrió y miró a Cassio como una recién casada.
“Es hora, amor… ¡Este es nuestro final feliz!”
“O solo el final, sin ser felices…”
Tan rápido como Francesca reconoció la voz de Maurizio, abrió los ojos de par en par y tomó a Cassio y lo rodeó con el antebrazo.
“¡¿Qué hiciste?!” le preguntó con lágrimas en los ojos.
“¡¿Me traicionaste, Cassio?! ¡Dime! ¡¿Me traicionaste?!”
“Yo jamás estuve de tu lado”
“Pero… ¡íbamos a irnos! ¡Lo prometiste! ¡Dijiste que…!”
“Te dije lo que querías escuchar” musitó entre dientes.
“Ahora suéltame, estás acabada”
“¡No! ¡No! ¡Todavía no!”
De pronto, las sirenas de la policía se escucharon en la lejanía… y con cada segundo que pasaba, el rumor se aproximaba.
“Francesca, se acabó, entrégate”
“¡No pienso ir a la cárcel!” gritó.
“¡Apresura esto! ¡Vámonos!” le pidió al hombre con el que había hecho el trato, pero al buscarlo con la mirada, este estaba siendo sometido por un hombre… mientras Maurizio no dejaba de apuntarla.
Vio el terror por todos lados, pues no tenía salida, su único salvoconducto era Cassio y ella jamás lo arriesgaría… y eso, era algo que Maurizio sabía muy bien.
“Es tu fin, irás a prisión” le advirtió Maurizio.
Ella lo miró con odio.
“¡Y tú debes ir conmigo! ¡No eres ningún santo!”
“Eso lo sé perfectamente” le dijo él.
“Voy a entregarme a las autoridades y pagaré por mis delitos, no por los tuyos”
“No… no… Cassio, por favor, no dejes que me lleven presa… no lo permitas, amor, tú y yo podemos ser felices. ¡Vámonos!”
“¡Suficiente Francesca!” le gritó él.
“¡Debes pagar por lo que has hecho! ¿Me quieres? ¡Demuéstralo y entrégate!”
Las patrullas se orillaron al muelle, y varios oficiales de la policía desenfundaron sus armas. Para ese momento, los Ferragni y los Mancini ya habían dejado el lugar, pues no se les podía relacionar con un altercado así, porque después de todo… ellos seguían siendo la mafia.
“¡Suelte el arma!” gritó un oficial.
La mujer negó, y de a poco, Maurizio fue acercándose.
“¡Baja el arma, Francesca, ya se acabó! ¡Mira a tu alrededor!”
“¡Si te acercas, lo mato…!” gruñó, histérica.
El hombre sonrió y no se detuvo en ningún momento.
“No, no lo harás”
Francesca apretó el arma contra la sien de Cassio, y aunque colocó el dedo en el gatillo, no disparó.
¡Jamás podría hacerle daño!
“¡Ahhh!” gritó, y lo empujó hacia adelante, buscando escapar por una salida contigua, pero apenas y dio un par de pasos cuando se escuchó un disparo, y una bala atravesó su brazo.
Maurizio y Cassio se miraron sorprendidos, y luego buscaron el destino de la bala.
Kathia sostenía un arma entre las manos con decisión, y las lágrimas pinchaban sus ojos, después, perdió la noción de todo y su cuerpo abandonó las fuerzas.
Se desmayó.
“¡Kathia!”
Cassio corrió apresurado a tomarla en brazos.
…
Veinticuatro horas después.
“¿Es normal que duerma tanto?” preguntó él al doctor que salía de la habitación de Kathia.
El hombre inhaló profundo y colocó una mano en su hombro.
“Justamente venía a informarle que acaba de despertar. Pase, la joven pregunta por usted”
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