Exesposa voy a conquistarte -
Capítulo 50
Capítulo 50:
Él asintió levemente, comprendiendo que era lo que le pedía su primo.
“Tienes razón, no sé en lo que estaba pensando…” dijo e hizo una orden a sus hombres para que bajaran sus armas.
Ella entornó los ojos.
No se confiaba del todo, pero aflojó su agarre en torno al cuello de Cassio.
“Esto entre tú y yo lo resolveremos después, primero, bienvenido a mi boda” después miró al juez, que respiraba agitadamente, asustada por su vida.
“Disculpe las intromisiones, puede seguir”
“Señor Garibaldi, ¿Acepta usted como esposa a la señorita, Francesca Ricci?” continuó el oficiante con aquella boda forzada.
Cassio apretó la quijada y miró a su primo, esperando por él. Maurizio se aflojó el nudo de la corbata y miró hacia abajo.
Esa era la seña.
Y en menos de nada… sucedió.
Cassio se zafó del suave apretón y se hizo a un lado.
Maurizio actuó en seguida y tomó la pistola, pero ella fue tan rápida como él y se cubrió detrás de un pilar. Los dos hombres que la acompañaban, y que Maurizio había dejado vivos porque apuntaban la cabeza de Cassio, dispararon sin efecto.
Sus hombres lo doblegaron y buscaron la llave para desatar las cadenas que ataban los pies de su primo.
“¡Ah! ¡Maldito seas, Maurizio!” bramó Francesca y comenzó a disparar, asegurándose de que sus balas no llegaran a Cassio ni al juez; sin embargo, en medio de la euforia, perdió perspectiva y una bala atravesó el pecho del oficiante, enviándolo al piso en un charco de sangre.
“¡No, no!”
Sabía que, con el juez muerto, no había forma de oficiar esa boda.
Echó a correr a la salida de emergencia que había adecuado horas antes para evitar riesgos de último momento.
“¡Vamos, sal de aquí!” le ordenó Maurizio a Cassio porque él iba a perseguir a Francesca. En ese momento, uno de los hombres heridos, que todavía empuñaba su arma, disparó.
La bala atravesó la pierna de Cassio.
Los ojos de Francesca se abrieron y enojada, disparó al culpable.
“¡Nadie tiene derecho a lastimarlo!”
“¡Lo siento mi amor, pero jamás vas a ser feliz con Kathia!” ella le gritó, ahora en la distancia, junto a la puerta, y lo miró con lágrimas antes de llevarse el móvil a la oreja, mientras él caía de rodillas por el impacto de la bala.
“¡Métanlas!”
El dolor caliente y punzante que sintió Cassio en la herida, no se comparó al miedo terrible que lo invadió cuando supo que atacarían a la mujer que amaba y a su hija… y él, no estaría allí para impedirlo.
“¡Aguanta, te sacaremos de aquí!” le dijo Maurizio.
“Kathia…” balbuceó él, intentando contener el dolor que se extendía por la pierna.
“Ella va a estar bien, ahora tenemos que hacer que un médico atienda esa herida”
“¿Y Francesca?”
“Mis hombres ya la están siguiendo”
Cassio asintió, pero hasta que no la supiera tras las rejas, sabía que ese tormento no acabaría.
“¡Todos al piso!” ordenó Piero, después de que una ráfaga de disparos hicieran añicos las ventanas.
“¡El resto, conmigo!”
Kathia se estampó contra la madera, cubrió con su cuerpo la cabeza de su hija y tomó la mano de Sarah. Las dos se miraron aterradas, mientras el equipo entero que las protegía se hacía cargo del asalto inesperado.
Minutos más tarde, el estridente sonido de las balas fue cediendo. Piero se colocó frente a ella y le ofreció su mano.
Kat alzó la vista, descubriendo en ese gesto que todo había terminado.
De repente, el jefe de escoltas recibió una llamada.
Ella lo miró esperanzada mientras hablaba.
El hombre colgó después de un:
“Ok, coordinaré el traslado”.
“¿Qué ocurre? ¿Capturaron a Francesca? ¿Se sabe algo de Cassio?”
Se apresuró a preguntar.
El hombre respiró hondo.
“Cassio está herido de bala y Francesca logró escapar”
Kathia ahogó una impresión.
“Cassio… ¿Él… él… está…?”
No encontraba las palabras.
“Tranquila, fue en la pierna y sobrevivirá” explicó y echó un vistazo al desastre que había a su alrededor.
“Debemos trasladarnos a Roma. Francesca sigue suelta y aquí ya no es seguro”
…
“¿No iremos al hospital?” preguntó Kat después de que el auto negro blindado se detuviera a los pies del edificio en el que Cassio tenía su apartamento.
Piero no respondió, pero abrió la puerta trasera después de asegurarse de que sus hombres peinaran el perímetro y la guio al interior del elevador.
“¿Por qué estamos aquí? Insistió ella.
“Cassio fue herido, deberíamos estar de camino al hospital”
“Siga, por favor” contestó el hombre a cambio, cuando las puertas del elevador se abrieron.
Ella lo siguió, todavía sin comprender. Después se detuvieron frente al apartamento y solo tuvieron que esperar un par de segundos.
La puerta se abrió.
Y él estaba allí…
Cassio se mostró a sí mismo un tanto despeinado, enfundado en un jean azul rasgado a la mitad; que era donde una venda cubría al parecer la herida de bala, iba sin camisa, así que ella tuvo una muy buena perspectiva de la sólida piel bronceada de los brazos y los pectorales, así mismo como los abdominales y la línea en V que desaparecía bajo el pantalón.
Con todos los sentidos a flor de piel, Kat sonrió de alivio y sus ojos se empañaron de lágrimas no derramadas.
Sin pensarlo tanto, corrió hasta él, y presa de un férreo arrebato, enredó los dedos en la nuca y se alzó en puntillas para alcanzar la suave y cálida boca.
La búsqueda del contacto fue plena, casi urgente, como si hubiese pasado una década desde el último beso compartido, y lo devoró con posesividad y añoranza.
Cassio, lleno de asombro, la recibió, rodeándola de la cintura y pegándola más a él, besándola con la misma intensidad que ella llevaba guardada por horas. El sabor era dulce, le gustaba, y el recibimiento mucho más.
Para cuando respirar fue complicado para ambos, se separaron apenas unos centímetros e inhalaron completamente agitados.
“¿Y eso?” le preguntó él en voz baja.
Ella sonrió tímida y se encogió de hombros.
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