Capítulo 49:

“¡Conozco este lugar!”

El pecho de Kathia vibró esperanzador al escuchar esas palabras.

“¡Es un galpón a las afueras de Roma! ¡Enviaré a mis hombres en seguida!”

“¡Los míos se unirán!” le dijo Piero y Maurizio sabía que la escena se podría convertir en un charco de sangre, pero asintió.

Kathia se llevó las manos al corazón, y no supo lo mucho que todavía seguía amando a Cassio y lo tanto que quería dejar el pasado atrás hasta ese segundo.

Los recuerdos, los momentos, las risas, los besos. Todo se movió en su interior, sacudiendo lo más profundo de su ser.

Dios.

Lo amaba.

No había dejado de hacerlo en ningún momento… y solo deseaba tenerlo de regreso para poder decírselo.

La orden de Maurizio no solo se llevó a cabo de forma inmediata, sino que él mismo se trasladó a Roma para liderar la afrenta contra los hombres de Francesca. Los hijos de p%ta no eran menos malos que los suyos, pero había algo a su favor: no tenía miedo a morir esa tarde, y si ese era el precio por el daño causado, entonces lo pagaría.

Solo esperaba que algún día Clara y su hijo lo perdonaran, aunque no lo mereciera.

Durante el trayecto, se mantuvo en constante comunicación con su hombre de entera confianza, que ya estaba en las inmediaciones del galpón.

En el hangar donde aterrizó el helicóptero, una camioneta ya lo esperaba con parte de su equipo de hombres armados.

El plan estaba trazado… y solo era cuestión de minutos para dar el asalto.

La ventaja que sabía que tenía Maurizio contra Francesca era que amaba tan retorcidamente a Cassio que, aunque se viera acorralada, no le quitaría la vida. Tantos años de ser cómplices había servido de algo.

“No quiero que ningún hombre logre escapar, así que cubran todas las posibles salidas” ordenó ni bien bajó de la camioneta a una milla del cobertizo.

“La prioridad es sacar a mi primo de allí, pero si pueden llevarse a unos cuantos por el medio serán bien recompensados. En cuanto a Francesca… ella es mía”

Todos lo secundaron, y los que ya estaban allí, siguieron las órdenes al pie de la letra.

“Quiero estar informado todo el tiempo” le dijo Piero en el dispositivo auricular. Él se había quedado en la costa para resguardar la vida de Kathia y la niña. Sabía que, por encima de su propia vida, era lo que Cassio le había pedido que hiciera.

“No me trates como si tú fueses el de las órdenes aquí” respondió Maurizio, e hizo una seña con los dedos a un par de sus hombres para que limpiaran el camino principal a la entrada.

“Y tú no te comportes como si fueses de los buenos” replicó el hombre, que seguía arisco respecto a la idea de que el primo de su jefe interviniera en el rescate, aunque reconociera que era un buen aliado en ese momento.

Cassio estaba de pie en el interior de aquel galpón. Tenía las manos desatadas, pero las sogas de sus tobillos habían sido sustituidas por cadenas, además de tener a dos hombres apuntando cada lado de su cabeza.

Si había pensado en una forma de escapar de allí, entonces sería un suicida.

“Cariño, el juez está esperando por ti, responde” le pidió Francesca, perversamente emocionada, que hace más de tres minutos había dado el:

“Sí, quiero”, mientras él permanecía callado.

“Estás loca si piensas que voy a unir mi vida a ti” le recordó, despectivo.

“Tendrás que matarme antes”

Francesca apretó los puños y lo miró con rabia contenida, después sacó el móvil.

“¿Quieres que te recuerde quienes serán las únicas en morir aquí?” le preguntó y le mostró la pantalla. Otra vez la imagen de Kathia, solo que en esta ocasión sostenía a su hija en brazos.

“Hago una llamada y solo tendrás el recuerdo de ellas en esta imagen”

Cassio la miró con ponzoña y regresó la vista al juez, que sudaba a borbotones y temblaba de los nervios. También tenía a un hombre apuntándole el centro de la cabeza.

Tomó una honda respiración, y sabía que su única opción en ese momento era responder, o tal vez no… se escuchó un disparo.

Francesca alzó la vista y arrugó el ceño.

“¿Qué fue eso?” preguntó a uno de sus hombres y empuñó el arma que ella también tenía. El esbirro se encogió de hombros.

“¡Pues averígualo, pedazo de inútil!”

Otro disparo, y después otro…

Pronto supo que acababa de ser emboscada.

Maurizio irrumpió derrumbado a portazos una puerta lateral. Secundado por varios hombres.

En seguida, tomó a Cassio del cuello y lo pegó a ella, cubriéndose.

“Estás perdida” le explicó Maurizio, calmado.

“Tus hombres no están tan entrenados para protegerte”

“¡¿Qué diablos haces aquí?! ¡¿Cómo diste con este lugar?! ¡Es imposible! ¡Tengo la señal bloqueada!” gritó, exasperada, y clavó la punta del arma a la sien de Cassio.

“¡Dile a tus hombres que se larguen de aquí, maldito traidor!”

Maurizio sonrió sin gracia y negó con la cabeza.

Él sabía que ella jamás le dispararía.

“¡Hablas de traicionar!” ironizó.

“¡Cuando fuiste tú la que me traicionó primero! ¡Usaste a Clara para llevar a cabo tu obsesivo plan con Cassio!”

“¡Ay, por favor, tú estabas de acuerdo en que fuese ella!”

“¡No llevando a mi hijo en su v!entre!” la apuntó dispuesto a disparar, pero siendo Cassio su escudo, no podía correr el riesgo.

“¡Suéltalo y acabemos con esto!”

Francesca soltó una risa amarga.

“¿Eres ahora de los buenos?” se burló.

“No seas ridículo. Estás tan jodido como yo en todo esto”

“¡Te equivocas!” le respondió él.

“Pagaré por mis delitos, pero estoy completamente desvinculado con el tráfico humano, lo sabes”

Ella lo miró con maldad.

“¿Eso es lo que crees?”

Volvió a reír.

“Como vicepresidente de la constructora, tu firma está en todos y cada uno de nuestros negocios, inclusos los del tráfico humano. ¡Así que baja en puto arma y no quieras dártela ahora de héroe, porque si yo me hundo, tú te hundes hasta el fondo conmigo!”

Maurizio pasó un trago, pero sabía que no era momento de desconcertarse, aunque debiera fingirlo y darle a ella la oportunidad de creer que tenía ventaja.

Bajó el arma a su derecha, pero, antes, miró a Cassio, pidiéndole en silencio que siguiera la dirección correcta.

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