Exesposa voy a conquistarte -
Capítulo 40
Capítulo 40:
“¿Lo haces?”
La pequeña asintió.
“Sí, mami, no te sientas mal” le pidió, limpiándole una lágrima.
“Lo hiciste para protegerme, ¿Verdad?”
“Es lo único que he querido hacer toda mi vida, mi amor, protegerte”
Cassie asintió y sonrió triste.
“Cassio es mi papá, pero no puedo quererlo” expresó, sincera.
Kat se quedó en silencio.
“Solo lo conozco como nuestro amigo, pero aquí, en mi corazón, siento muchas cosas raras. ¿Eso es malo, mami? ¿Es malo que no quiera a mi papá Cassio?”
La joven madre sonrió con tristeza, sin saber qué decir.
“Él quiere ganarse tu cariño, mi cielo, pero no va a presionarte, yo tampoco lo haré. ¿Necesitas tiempo?”
Ella solo se encogió de hombros, y le pidió que quería estar sola para pensar, como tantas veces Kat le había enseñado en su método de crianza.
Por eso le regaló ese espacio consigo misma.
“Estaré abajo si me necesitas, ¿Está bien?”
“Sí, mami”
Cuando bajó, Sarah le informó que Cassio llevaba todo ese rato esperándola afuera.
Ella lo había invitado a pasar, pero él prefirió no ser imprudente, no cuando se trataba de su hija y sus sentimientos por él.
En cuanto ella abrió la puerta y lo vio allí, recargado contra la carrocería del auto, con las manos metidas dentro de los bolsillos del pantalón y un pie sobre otro, con esa expresión destrozada y devastadora, aunque no menos atractivo, sintió un pequeño hueco en el pecho.
Despacio, se acercó hasta él, abrazada a sí misma.
“¿Cómo está?” le preguntó Cassio en seguida.
“Lo está procesando” le dijo con un dejo de voz.
“¿Crees que estará lista para volver a verme? ¿O al menos permitir que me acerque a ella?”
Kathia asintió con una sonrisa triste.
“Cassie no es una niña rencorosa, además, tiene un corazón enorme”
“En eso salió a ti” musitó con suavidad, y tocó esa mejilla dulce y sonrojada. Kat bajó la mirada.
“He comprendido hoy que tengo un largo camino por recorrer, contigo y con nuestra hija, y quiero que sepas, desde el fondo de mi corazón, que sea cual sea el resultado, no descansaré”
“Tu principal preocupación ahora debe ser Cassie, lo nuestro sabes qué…”
“Está en pausa” la interrumpió él.
“Cassio…”
“Prefiero seguir viéndolo así, Kat” decidió a cambio, y se inclinó para darle un beso en la mejilla. Allí descansó un par de segundos, el suficiente para que desde lejos alguien les tomara una fotografía.
“Vendré mañana, y todos los días que sean necesarios”
Ella no dijo nada, después él se marchó, dejando una estela de ese perfume que despertaba cada uno de sus sentidos.
…
Durante el siguiente par de semanas, cada día, Cassio se presentaba en la puerta de las Scuderi con la esperanza de ser recibido.
Era casi una rutina.
El primer día llevó la cena, pero apenas la pequeña lo vio llegar, se encerró en su habitación y no salió hasta que supo, a través de la ventana, que se había marchado.
El segundo día fueron un par de peluches, pues Kathia le había dicho que su hija estaba haciendo un par de cambios en su habitación porque ya no quería nada relacionado con monstruos marinos. Incluso él pintó la pared de un rosa pastel que la pequeña había elegido cuando estaba en el colegio.
El tercer y cuarto día no fue muy distinto, aunque contrario a los dos primeros, Cassio le habló desde el otro lado de la puerta para decirle que iba a dejar su comida favorita allí, que se sintiera segura de tomarla porque él ya no estaría.
Y así mismo, fue el quinto y sexto día.
Detalles, regalos, juguetes y postres. Todo apilado junto a la puerta. Cuando ella lo escuchaba marcharse, abría con cuidado y lo tomaba todo.
Para mediados de la segunda semana, él permanecía allí, sentado en el suelo junto a la pared contigua, y le hablaba, esperando que en algún momento le respondiera, mientras comía lo mismo que ella.
Supo que había avanzado cuando una de esas noches, mientras cenaba allí sentado y le contaba alguna cosa de su niñez, ella le contestó y escuchó su voz demasiado cerca, como si ella también estuviese recargada junto a la puerta.
Su corazón vibró, y eso no supo cómo hacerlo sentir. Después escuchó el chasquido de la puerta.
“¿En serio eres alérgico a las fresas?” le preguntó, asomada.
Cassio sonrió, feliz.
Era la primera vez que tenía más acercamiento con ella como padre en esas semanas.
“Sí, y me pongo como un globo”
Ella soltó una risa suave.
“Yo también soy alérgica a las fresas” le confesó la pequeña.
“Entonces parece que tenemos una cosa en común”
Con ojos brillosos, Cassie asintió y se lo quedó mirando por un largo rato, pensando en que él en serio era su papá.
¡Un papá!
¡Uno de verdad!
Sus compañeros del colegio ya no la molestarían porque no tuviese uno.
Miró al interior de su habitación, pensativa, y luego regresó la vista a él.
“¿Quieres que te muestre mi nueva habitación?” le preguntó, un tanto desconfiada.
Cassio sintió que su corazón latía con más brío.
“No hay nada que me gustaría más”
Durante la siguiente hora, la relación entre padre e hija fluyó con naturalidad.
Ella le mostró sus juguetes nuevos favoritos, entre ellos, estaba alguno que él mismo le había obsequiado días anteriores.
Kathia, al darse cuenta de qué había pasado más tiempo del habitual, subió a la habitación de su hija. La puerta estaba abierta y las risas se escuchaban.
Su corazón se encogió y no pudo evitar sonreír cuando se asomó. El cuadro era por demás extraordinario.
Su hija todavía se refería a él como Cassio, pero era un paso enorme el que habían dado, sobre todo porque era consciente de la persistencia del padre las últimas semanas.
Oteó el reloj, todavía quedaba un poco más de tiempo para que ella se fuese a la cama, así que decidió regalarles más de ese momento y bajó a la cocina, donde aprovechó para llevar a limpio los apuntes de la biografía.
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