Capítulo 27:

“Yo creo que sí, de hecho, me gustaría echarle un vistazo a lo que estás escribiendo y así darte mi aprobación”

“No necesito tu aprobación porque sé hacer perfectamente mi trabajo”

“Y no lo dudo, pero a tu jefa, ¿Gina? No le gustaría saber que me niegas el derecho a supervisar personalmente mi propia biografía”

Kathia apretó los puños.

“Te estás pasando de listo…” gruñó.

“No lo haría si no me pusieras tantas barreras. ¿Vamos?”

“He venido con Valerio, no voy a…”

“¿Tu amigo? Ah, sí, le surgió algo importante y me dijo que te avisara”

Ella entornó los ojos…

“Cassio” dijo a modo de advertencia y él hizo un ademán con la mano hacia la salida.

“Soy tu única opción esta noche, Kat”

“Siempre se puede tomar un taxi” y se movió hasta la salida, pero fuera, además de llover, había una fila de personas esperando por un auto.

Bufó y Cassio se colocó junto a ella.

“Insisto, Kat, soy tu única opción esta noche”

Y ella supo que no tenía más remedio que acceder al aventón.

De camino a casa, y sorpresivamente, se dedicaron a hablar únicamente del trabajo. Kat le contaba sobre sus ideas y Cassio asentía sin más, descubriendo que ella se mostraba más relajada cuando hablaba de lo que le apasionaba.

“Mañana debo volar a Roma a atender un asunto personal de la empresa” le comentó cuando aparcó frente a su casa.

“Lo sé, lo tengo en mi agenda” dijo Kathia.

“De hecho, mi jefa me ha pedido que entreviste a tus empleados para saber cómo es la relación de jefe-empleados”

Cassio esbozó una sonrisa.

“Nunca ha sido buena, lo sabes, pero no tienes por qué mentir en tus notas”

“No pensaba a hacerlo” dijo Kathia mirándolo a los ojos.

“Escribiré sobre lo que eres, sea malo o bueno, ya eso depende ti”

Él asintió, todavía sonreía.

“¿Piensas destruir mi reputación Kat?”

Ella no respondió y bajó del auto, pero, la mañana siguiente, fue eso lo que precisamente le pidió su jefa que hiciera.

“No comprendo, Gina. ¿Me estás pidiendo que…?”

“Sí, pero esto solo lo sabríamos tú y yo” le dijo la mujer y se levantó de su silla ejecutiva para cerrar la puerta y así nadie pudiese interrumpirlas.

“Quiero que escarbes en la vida íntima de Cassio Garibaldi. Que indagues, que descubras sus peores secretos. Hoy en día la gente no quiere leer sobre números o trayectorias, al contrario, quieren algo nuevo y fresco sobre lo que cotillear. Nosotros vamos a dárselo, Tú vas a dárselo”

Kathia pasó un trago, aturdida.

“¿Y si no hay nada?”

“Siempre lo hay, querida”

Aseguró Gina con una sonrisa.

“Ve a Roma y consigue los secretos sucios de Cassio Garibaldi. Allí debe haber muchos”

Kathia respiró profundamente… y se llenó de incertidumbre.

Roma era justo y tal como la recordaba, pensó Kathia con nostalgia, observando a través de su lado de la ventana del auto que compartía con Cassio.

“¿Te trae recuerdos?” le preguntó él de pronto, sorprendiéndola después de varios minutos de silencio. “¿Reconoces ese lugar?”

Ella lo miró solo para redirigir la vista a donde él señalaba con su dedo.

“Es la Plaza Navona” respondió sin importancia, pero por supuesto que recordaba.

“Y el lugar donde nos dimos nuestro primer beso”

“¿Ah, sí? Pues no me acordaba”

Cassio soltó una risa suave y meneó la cabeza.

“Claro, y por eso te has sonrojado” respondió él a cambio, divertido, y Kathia agradeció que pronto hubiesen llegado a su destino.

Bajó del auto luego de que el chofer abriese la puerta y caminó hasta la entrada de esa enorme empresa que conocía muy bien.

Cassio había heredado en vida, de su padre, el mando y manejo de una de las constructoras más importantes de Italia, siempre y cuando cumpliese con alguna de sus condiciones, como mantener a su primo Maurizio en la vicepresidencia.

“Te acompaño” le dijo él, empujando la puerta de cristal templado para ella.

“No necesito que me cuides, recuerdo perfectamente cada rincón de este sitio” replicó y sacó su bloc de notas; también su grabadora, y se echó a andar.

Cassio asintió levemente y permitió que se fuera sola, pero, antes, ordenó a su secretaria con un corto mensaje de texto que se le proporcionara todo lo que la Señorita Scuderi fuese a necesitar.

El tiempo para Kat pasó relativamente lento, pues a pesar de que la constructora seguía siendo la misma, sus empleados no, al menos no la mayoría de ellos.

¿Qué había ocurrido en cinco años para que ninguno de los empleados de toda la vida hayan decidido dejar la empresa, o en su defecto, ser despedidos?

Durante todo el proceso de recaudación de información, ella tomó un par de fotografías que creyó necesarias, y así mismo, entrevistó a varias personas de diferentes departamentos. El trato de Cassio con sus empleados era plano, demasiado cordial, pero no familiarizaba como solía hacerlo en sus inicios, ni compadecía alguna emergencia familiar por parte de su equipo de trabajo; todo eso, lo confesó Maurizio cuando le tocó lastimosamente entrevistarlo.

Recordaba lo que le había dicho Cassio hace poco de él… y de ella, en aquel hotel, y aunque sintió unas ganas terribles de arrancarle la piel a jirones, se contuvo. No estaba allí para dar un espectáculo, mucho menos cuando ella no tenía pruebas sólidas para demandarlo por la canallada que le hizo hace cinco años.

“Tu versión no concuerda con la de los trabajadores” le dijo ella y Maurizio asintió con una sonrisa, como si hubiese advertido que aquello era justamente lo que ella iba a decirle.

“¿No te preguntas por qué hay tantos empleados nuevos, querida Kat?”

“Kathia…” le corrigió ella, apretando con rabia la grabadora.

“Y dímelo tú, que pareces más informado que nadie aquí”

“Mi primo no hace las cosas como debería hacerlas” comenzó por allí. “Nunca lo ha hecho, y desde que se divorció de ti cuando intentaste desfalcar nuestra empresa…”

“Yo nunca hice tal cosa, y si solo vas a hablar desde la codicia y los celos que siempre has tenido de Cassio, creo que esta entrevista termina aquí” dijo Kathia firmemente.

Maurizio se echó a reír.

“Sabía que no eras tan profesional como creía” le dijo con altivez.

“Solo te estás dejando llevar por los sentimientos que todavía tienes por mi primo. ¿O es que no eres capaz de escribir allí, en tu cuadernito, que Cassio es un bueno para nada?”

Kathia apretó la mandíbula y clavó su mano libre contra el escritorio pulido del vicepresidente.

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