Exesposa al poder -
Capítulo 9
Capítulo 9:
Cuando Samantha llegó al parque, se encontró con la mamá de Nicolas, una mujer joven que estaba esperándola en el asiento, mientras que el niño tenía un esmoquin viejo, un sombrero hecho con cartulinas negras y la mirada larga. En cuanto ella la vio se puso de pie.
“Señorita, le pido disculpas si mi hijo le quitó este dinero”. Dijo la señora apenada, mientras dejaba ver los billetes.
Samantha antes de hablar, observó al pequeño. Él tenía una mirada entristecida y de arrepentimiento.
“Creo que hay un error”. Dijo observando a la madre y al hijo: “Señora pido disculpas por no haberle dado a usted personalmente el dinero, por lo que veo mi decisión le trajo problemas con su hijo”.
“¿Me está diciendo que usted le dio dinero a mi hijo y que él no se lo quitó?”. Preguntó sorprendida y Samantha asintió como respuesta: “Oh, por Dios, lo acabo de castigar creyendo que lo había robado”.
“Él no lo robó, yo se lo di a cambio de contarme unos poemas. Creo que fue una compra justa, un negocio que hice con su hijo”. Samantha sonrió y le guiñó un ojo a Nicolas, su pequeño socio. Tomó la mano de la señora y le dijo: “Tiene un buen hijo, él sólo quiere ayudarla”.
La joven madre no pudo evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas, trató de ocultarlas para que Nicolas no las vea y le dijo.
“Mi vida, me puedes dejar con la señorita un momento, por favor”. El niño asintió, le sonrió a Samantha y se alejó de ellas: “Por favor ¿Puede sentarse?”.
“Claro”. Respondió Samantha, tal vez era un presentimiento, pero la mujer se notaba triste con una voz apagada y ojos cansados.
“Señorita, sé que mi hijo es un buen muchacho, lo sé porque yo se lo enseñé. Cuando llegó con ese dinero diciendo que se lo había ganado tras vender un poema, me fue imposible creerle. Pensé que se lo había robado por la condición en la que nos encontramos”.
“Su hijo es muy bueno, como se lo dije, yo le di el dinero a cambio de unos poemas que me recito”.
Ella estiró sus labios para indicar su felicidad, miró para donde estaba Nicolas y dijo manteniendo su mirada en él.
“Mi niño es todo lo que tengo en esta vida”. Se quedó un momento en silencio, mordió sus labios y volvió a hablar: “Soy madre soltera, tuve la mala suerte de fijarme en un hombre prohibido que terminó por dejarme y ahora quiere quitarme a mi hijo para entregárselo a su esposa, al parecer ella no puede darle uno. He querido contratar a un abogado para que me ayude, pero lo que gano es para que mi hijo asista a la escuela, para que no le falte nada y para sus medicamentos. Él está enfermo y el padre no lo sabe. Sé que puede ayudarme con los gastos ya que es de buena familia, pero también lo alejaría de mi aprovechándose de la situación y no quiero eso. No. quiero que me separen de mi niño, él se moriría de tristeza al igual que yo… pero si no hay más solución no tendré de otra que entregárselo”.
Samantha sostuvo sus manos, la mujer era muy sincera al igual que su dolor, era muy familiar al de ella.
“¿Puedes decirme que tiene tu hijo?”. Preguntó, quizás podía ayudar.
“De pequeño le detectaron Fibrosis Quística, afecta a sus pulmones y luego al resto de los órganos hasta que estos dejan de funcionar”.
Samantha tras escucharla, no pudo evitar llevar su mano hasta la boca, el niño era muy pequeño para llevar con esa enfermedad.
“Hasta el momento la enfermedad no ha avanzado, las medicinas que le doy controlan sus sistemas, pero el hospital al que iba me informó que ya no van a poder atender a mi pequeño por falta de recursos. Señorita, estoy desesperada, no sé qué hacer. Sino encuentro una solución pronto, tendré que entregarle mi hijo a su padre por más que me duela”. La mujer no pudo más y empezó a llorar: “Siento mucho contarle esto, pero no sabía a quién decírselo, hasta ahora es la primera persona con la que he hablado de este tema. Mi hijo no sabe nada al respecto, tampoco sabe que tiene un padre. Cree que toma vitaminas y que sólo tiene dificultad al respirar por el asma que le hice creer, por eso siempre llevaba un viejo inhalador en el bolsillo”.
La mujer quedo un momento en silencio mirandola fijamente a los ojos.
Con mucha vergüenza que se notaba en sus rojas mejillas, le dijo: “Señorita, veo que usted tiene mucho poder, se lo pido, se lo suplico, si es necesario me pondré de rodillas para que me ayude a conseguir un hospital y poder llevar a mi Nicolas. Yo me encargaré de los gastos, solo quiero una representante para que no me lo vuelvan a botar y poder seguirlo teniendo a mi lado”.
“Buena mujer” Dijo Samantha, sintiendo aquel pesar: “Te voy a ayudar, no te preocupes. Desde ahora los gastos corren por mi cuenta”.
“No puedo aceptar eso, señorita yo sólo le pedí que sea su representante, con el dinero me las arreglaré después. Sólo necesito de su nombre para que continúe con sus tratamientos y que el abogado que dice ser su padre observe con sus propios ojos que yo sola puedo con mi hijo”.
“Créeme que para mí no es ninguna molestia, déjame ayudarte también económicamente y a conseguir un buen abogado para ti. Ya verás que nadie va a poder quitártelo”.
La mujer se quedó pensando en silencio.
“Acepto siempre y cuando me deje pagarle con trabajo. Puedo trabajar donde me ubique, lavar los baños, barrer, limpiar, lo que sea”.
Samantha lo pensó y recordó que se necesitaba una empleada de limpieza en la empresa. Podía darle un trabajo de medio tiempo para que la otra mitad pase con Nicolas.
“De acuerdo”. Sacó una tarjeta de su bolso y se la dio: “Preséntate mañana en mi oficina, diles que vas de mi parte y le enseñas esto. No habrá problema en que te dejen pasar”.
La mujer la tomó agradecida y la guardó en su bolsillo de la camisa con mucho cuidado
“Espero que vayas”. Volvió a decir Samantha.
“Delo por hecho, no me iré hasta pagar el último centavo, se lo prometo”.
Samantha asintió, ahora pondría en práctica las tácticas de su abuela, apoyaría a la mujer y a su hijo por medio del anonimato.
“Nicolas viene, no puede verme así”. Limpió sus ojos con rapidez.
“Mamá”.
La llamó el pequeño y las dos mujeres voltearon a verlo.
“Conseguí esto”. Dijo y dejó ver un par de monedas que gano ganado recitando sus poemas: “Tómalo, por favor”.
Sonia trató de no llorar, pero encontró la calma y le dijo: “Quédatelo para que lo gastes en la escuela”.
“Pero a mí me gusta comer contigo cuando regreso”. El niño observó sus monedas, siempre tenía la misma discusión con su madre y sólo había una solución: “Te doy la mitad de lo que gané hoy y la otra me la quedo”.
Sonia asintió, tomó la moneda que le daba su hijo y la guardó. Aunque Nicolas no lo sabía, Sonia siempre dejaba las monedas en una alcancía que tenía el nombre de su hijo, cuando llegara el día, le iba a enseñar los frutos que él obtuvo tras su esfuerzo.
“Si me permiten voy a seguir trabajando”. La mujer se puso de pie, besó a Nicola en sus cabellos y se marchó.
“Nicolas”. Llamó Samantha entusiasmada: “Creo que hoy llevaré muchos poemas ¿Podrías recitarlos?”.
“¡Claro señorita, Samy!”. Respondió el niño, se preparó para dar lo mejor de sí y ganarse aquel dinero.
Samantha regreso de buen humor a la empresa.
Pero olvidó los planos que tenía que diseñar para el Señor Ferguson, mañana sería la presentación y debía de estar listo. Subió por el ascensor hasta llegar a su oficina, tomó lo que necesitaba y estando a punto de salir, Dante se puso en frente de ella.
“Debes de estar feliz ahora”. Le dijo sin despegar su mirada.
“Sal de mi vista”. Dijo Samantha y continuó con su camino: “No entiendes que no te quiero ver”.
Dante la tomó del brazo, no iba a permitir que se fuera. La arrinconó en contra de la pared y le dijo.
“No dije nada por respeto a Heidy y a su luto, pero quiero que sepas que mataste a un inocente que no tuvo la oportunidad de nacer”.
“No sabía de su condición, pero tampoco me extraña que lo haya hecho apropósito”.
Dante sonrió, no encontraba más palabra para describirla que ‘Descaro’.
“¿Enserio? ¿Crees que ella tenía intenciones de matar a nuestro hijo después que deseaba tenerlo?”.
“Estás tan ciego que no te das cuenta de las cosas. Si te dijera que es muy capaz de eso y mucho más, jamás me creerías”. Ella sonrió: “Sabes qué Dante, no pienso perder saliva contigo. Vive feliz con tu Heidy y disfrútalo porque cuando logre obtener todas las evidencias y pruebas que necesito, vas a verla de otro modo y me pedirás perdón… perdón que no pienso darte”.
“Samantha no amenaces sino tienes fuerza”.
“No es una amenaza, es una advertencia”. Le dio unos ligeros golpes en el pecho e intentó caminar hasta que él la detuvo otra vez: “Suéltame”.
“¿Dónde lo tienes?”. Preguntó de repente.
“¿A quién?”.
“A mí hijo, Samantha ¡¿Dónde carajos tienes a mi hijo?!”.
“Nunca te lo diré, no voy a permitir que ¡Mi hijo! Se acerque a esa mujer, Dante, eso nunca pasara”. Se soltó con todas sus fuerzas de la mano de Dante y dejó de verlo, dejando muy en clara su posición.
Dante apretó sus puños, quiso gritar, pero ahogó el grito cuando golpeó la pared con fuerza.
Samantha bajaba a toda prisa, al llegar a la salida se tropezó con el Señor Ferguson. Él la sostuvo de la cintura cuando chocó con sus pectorales y por poco cae.
“¿Se encuentra bien, señorita Williams?”. Preguntó, su aliento y colonia varonil golpearon las fosas nasales de Samantha, mientras sus ojos se posaban con los de ella.
“Si”. Respondió ella y decidió separarse de él: “Perdón no lo vi”.
Ella se disculpó, pero luego pareció recobrar los cinco sentidos y decidió preguntarle.
“Señor Ferguson ¿Qué hace usted aquí?”.
El hombre estiró sus labios, miró el edificio enfrente y dijo.
“Mi empresa queda muy cerca”.
“Así y… ¿Cuál es?”. Se atrevió a preguntar con un tono seco.
El hombre pareció sonreír, volteo muy despacio y con su mirada indicó el edificio más alto de toda la zona o mejor dicho de toda la ciudad, no era un edificio, era un rascacielos.
“¡¿Es el dueño de DELTA?!”. Preguntó sorprendida al tener en frente al dueño de la empresa de automotrices más grande del mundo.
“De que te sorprendes”. Dijo al verla: “Si tú también tienes el mismo poder que yo. La señora Andrea te dejó toda su fortuna al reconocerte como su nieta. Nuestra posición económica es la misma. Tú eres una heredera divorciada y yo… simplemente soy sólo yo”.
“¿Conoció a mi abuela?”. Preguntó. Parecía que solamente había escuchado esa parte.
“No tuve el placer de conocerla, pero”. Decidió verla y colocó sus manos en los bolsillos: “Todo indica que si debimos de hacerlo”.
Samantha también decidió mirarlo a los ojos, era evidente que aquel hombre le ocultaba algo.
“Señor Ferguson”. Escucharon hablar al Señor Adams, pero ninguno lo miró: “Es hora de irnos”.
“Señorita Williams”. Escucho la voz de Cirius: “Debemos de marchamos”.
“De acuerdo”. Hablaron ambos sin apartar sus miradas.
“Señorita Williams, espero verla pronto”. Dijo Vlad.
“Será mañana en la presentación del diseño de su nueva casa, tenga una buena noche, Señor Ferguson”. Respondió ella, dejó de verlo y se marchó acompañada de Cirius hasta su auto.
Vlad estiró sus labios y dio un leve respiro. Dejó de verla cuando desapareció por la carretera y fue directo a su vehículo, había cosas importantes que hacer y resolver antes que el mes terminara.
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