Exesposa al poder
Capítulo 8

Capítulo 8:

Samantha ingresó directo en la oficina, había que poner manos en marcha y dedicarse a mantener las empresas y las propiedades que le dejó su abuela. Al pasar de los minutos le entró una llamada, el nombre del Señor Miller apareció en la pantalla.

«Señor Miller”. Contestó ella: “Me alegra que me llamara, espero y haya recibido mi mensaje».

«En efecto, lo recibí”. Respondió: “Mañana viajo a los Est$dos U ¿Esta segura de que no quiere que le lleve a su hijo?».

«Dante me tiene amenazada con quitármelo”. Mordió sus labios apenada: “Nuestra situación es difícil, sé que tengo mucho poder y que puedo quedarme con la custodia total, pero el problema no es Dante, es su prometida. Ella ha perdido el juicio por completo y no puedo permitir que se acerque a mi hijo. Señor Miller, por favor, manténgalo bajó su cuidado y no me diga en qué lugar lo tiene, entre menos sepan su ubicación, nadie llegará a ustedes”.

Un suspiro entristecido se escuchó en la llamada más un “¿No iré con usted, Señor Miller?».

Era la voz de un niño preguntado por su madre.

«Lo siento mucho, Matías». Respondió el hombre con algo de nostalgia.

“Lo entiendo, es por mi bien». Volvió a decir el niño.

Samantha no soportó escucharlo hablar de esa forma, el corazón se le rompía en mil pedazos.

«Señor Miller, por favor quiero hablar con Matías». Habló conteniendo el llanto.

Se escucharon unos pasos desesperados por tomar el teléfono.

«Mamá, mamá, soy Matías”. Era la voz de su hijo en la llamada, quien se escuchaba frenético por escucharla.

Los ojos de Samantha se llenaron de lágrimas, se tapó los labios para contener los gritos que amenazaban por salir.

«Matías, hijo mío, me acabas de dar uno de los mejores regalos. ¿Cómo… cómo te trata el Señor Miller? ¿No te has portado mal con él? ¿Recoges tus cosas?”. Samantha tenía muchas preguntas que no sabía cuales decir.

«El Señor Miller es una buena persona. Soy un niño bueno como él lo dice, siempre como toda mi comida y recojo mis juguetes después de jugar. Además, el Señor Miller y el otro señor me hablan mucho de ti, de lo linda que eres y lo mucho que me quieres».

Samantha cerró los ojos y mordió sus labios, sentía tanta dicha por escuchar hablar a su hijo así, pero había escuchado mencionar a otro señor.

“¿Quién es el otro señor?”. Preguntó inquieta. Un silencio se escuchó de ambos lados, preocupada volvió a insistir: “¿Matías ¿Estás ahí?”.

“Mamá, te extraño mucho, quiero vivir contigo”.

Escucharlo hablar así, fue un duro golpe para Samantha. Limpió sus lágrimas y trató de hablar con una voz calmada para que no se notara su dolor.

“Matías ¿Puedes pasarme al Señor Miller?”.

“De acuerdo”. Dijo entristecido y le dio el teléfono al hombre.

“Samantha”. Escuchó su voz.

“Señor Miller, trataré de solucionar los problemas lo ante posible para que me traiga a mi hijo, pero él no puede venir en este viaje, todavía hay peligro. No sé cuánto tiempo me tome y no puedo hacerle promesas falsas a Matías. Por favor cuídelo en mi nombre y no permita que ningún desconocido se le acerque y si usted viene al país, déjelo bajos los cuidados de alguien confiable. Dante está tras su rastro, sólo sabe que existe, pero no que está enfermo y temo que los localicen”.

“Descuida Samantha, lo tengo todo controlado. La zona en la que vivimos está vigilada gracias a su abuela. Ella temía que algo así iba a suceder y lo preparó todo antes de morir. Nada malo podrá ocurrirle a Matías, le doy mi palabra. Además, también hay otra persona que me ayuda a cuidarlo y ha duplicado la seguridad para tu hijo”.

“¿Puedo saber quién es?”. Preguntó curiosa al querer saber la identidad de la persona que ayudaba a proteger a Matías, debía ser la misma persona que mencionó su hijo.

“Pronto Samantha, ten paciencia”. Respondió.

Samantha se quedó con aquella duda, confiaba en su abogado, pero en otra persona que no conocía le era imposible. Mordió sus labios y le dijo.

“Señor Miller, me da su palabra de que es una buena persona.

“Se la doy, Samantha”.

“De acuerdo, confiaré en usted”. Dijo, respiró hondo y volvió a decir: “Sí necesita más dinero, hágamelo saber para enviarle más. Por favor tampoco se olvide de avisarme cuando esté en la ciudad”. Habló antes de finalizar la llamada.

“Nos mantendremos en contacto”. Respondió el hombre y colgó.

Samantha limpió aquellas lágrimas que se le hablan escapado y respiró para encontrarse consigo misma. Una vez calmada decidió abandonar la oficina, dentro de poco se daría una reunión en la empresa donde se llevaría a cabo un proyecto de arquitectura y sus habilidades como arquitecta paisajista y socia mayoritaria la obligaban estar dentro.

Su postura era la de una mujer dura y seria, Samantha escuchaba atenta lo que el cliente pedía. Al parecer era una casa de verano donde el jardín tendría que ser el protagonista.

“Mi señor ha decidido cambiarse de ubicación”. Dijo el Señor Adams, eran un hombre de unos 45 años, estatura mediana y con volumen en su cuerpo: “Sus gustos son simples, no le gusta nada llamativo, hasta el jardín tiene que ser básico con pocas decoraciones. El problema es que quiere el lugar listo para dentro de un mes, es muy estricto con los horarios ¿Creen que puedan con esto?”.

“He llevado proyectos pequeños en quince días, esto será sencillo”. Aseguró Dante: “Pero, por otro lado, el diseño del paisajismo será tardío, ya que deberá de darnos las características de lo que desea para entregarle una presentación lo antes posible”.

“Descuide Señor Adams, yo me encargo del paisajismo. El diseño se lo presentaré mañana en la presentación, lo único que le voy a pedir son más detalles del jardín y, además, una inspección de la zona donde se realizará el proyecto”. Dijo Samantha, haciendo acto de presencia: «Dígale a su señor que cuenta con nosotros”.

“No hay problema, lo que pide es que el jardín sea similar a un campo con pocas flores, sin diseños, ni adornos pequeños a lo mucho unos cuantos juegos. Usted cómo paisajista y el Señor Mickelson como arquitecto pueden ir a ver la zona hoy mismo, yo los acompañaré y si tenemos suerte, mi señor también estará ahí”.

Ambos le fue imposible no verse a los ojos, tenían que ir, era trabajo después de todo.

“Claro”. Samantha sonrió y asintió.

“iremos con usted, Señor Adams, pero por separado”. Dijo Dante. Se puso de pie y dijo: “Si me disculpan iré a preparar algunas cosas antes de salir”.

Samantha fue en su propio auto acompañada por guardaespaldas, Dante venía atrás con Heidy, al parecer las cosas que preparó fue invitarla a una zona donde sólo tenían que ir ellos dos y el Señor Adams.

“Esta esa zona ¿Qué le parece?”. Le preguntó el hombre a Samantha, al mismo tiempo que extendía su mano,

El lugar era grande y se notaba el gusto de lo simple, ya que se encontraba muy lejos de la ciudad.

“Es muy bella, tienen el espacio suficiente para que los niños se diviertan”.

“No, no creo que eso sea posible, a lo mucho sólo uno”. Observó su reloj, su señor siempre era puntual: “Debe de estar por llegar”.

“Señor Adams”. Se acercó Dante con Heidy tomados de las manos: “Tomando en cuenta la longitud y lo ancho de zona donde se montará la casa, en un mes estará más que lista”.

“Será una gran casa”. Se escuchó la voz de Heidy elogiándolo: “Mi prometido ya le dio su palabra, y va a cumplirla”. Se aferró a él.

“Descuide la casa se verá hermosa, pero no podré asegurar el jardín, soy torpe en eso”. Comentó Dante.

“Confió en que ambos harán un buen trabajo”. Respondió el hombre y observó una vez más la hora. Al hacerlo, un auto negro llegó acompañado de dos más. De ellos bajaron unos hombres que tenían pinta de ser guardaespaldas. Del auto que estaba mayormente escoltado, bajó un hombre muy alto, de cuerpo musculoso, cabellos negros azabaches, tez blanca con una barba que recorría su quijada, ojos verdes acompañados de la mirada más seria y amarga que se podía ver. Por su aspecto se podía decir que era un inglés de treinta años.

“En hora buena, ya está aquí”. Dijo el Señor Adams al ver a su señor llegar.

El hombre tal cual un león, caminó hasta estar cerca de ellos y sin disimulo fijó sus ojos color pantano en Samantha.

“Bienvenido, señor”. Dijo el Señor Adams, se dirigió al resto y se lo presentó: “Señores Mickelson, Señorita Williams les presento a mi señor, el Señor Vlad Ferguson”.

Samantha tuvo que tragar saliva; la mirada del hombre era tan intensa que decidió observar a otro lado. El hombre estiro sus labios, abrió las comisuras y habló.

“Supongo que mi asistente habrá indicado lo que quiero”. Su voz era gruesa, un poco ronca.

“Lo ha dicho”. Dijo Dante con un semblante serio al notar como observaba a Samantha: “Seria agradable que nos indique las estructuras para su mansión y lo que quiere dentro de ella”.

“Que el Señor Adams se encargue, yo tengo que retírame. Fue un placer conocerlos”. Observó a Samantha por unos segundos y se alejó tal cual como llegó.

“Bueno, ya que lo conocieron creo que tienen una idea de cómo tiene que ser todo… por favor, señores”. Señaló con sus manos para que lo siguieran: “Debemos de avanzar”.

Samantha decidió ir con él tenía que anotar todos los detalles para hacer los diseños del jardín, y por lo visto iban hacer escasos y sencillos.

“El Señor Vlad es un hombre extraño”. Habló Heidy impactada por verlo: “Parece que Samantha le ha interesado”.

Dante frunció su seño ante su cometario.

“Vamos”. Dijo, tomó su mano y caminó detras del Señor Adams.

Samantha trabajo un poco más de la cuenta, los lugares más simples eran los más difíciles y más si era para el Señor Ferguson. Samantha al ver la hora, se montó en su auto escoltada por guardaespaldas y decidió ir al parque, tenía una cita de la que no podía fallar.

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