Exesposa al poder -
Capítulo 74
Capítulo 74:
Vlad estaba tras el escritorio. Sus manos se movían mientras tecleaba en la laptop y sus ojos iban al ritmo de los número y letras. Revisaba los informes trimestrales que presentaron en la reunión virtual que se dio a última hora en su empresa.
La puerta del despacho se abrió con mucho cuidado y silencio, dejando ver a una niña de cinco años cubierta de chocolate en las mejillas y manos, estaba pegajosa. Vlad decidió ignorarla y continuar en la reunión.
Salome a pasos silenciosos caminó hasta tomar una silla y tomar asiento frente a él.
“Papá”. Llamó posando sus ojos en su padre.
“¿Es urgente?”. Preguntó Vlad sin retirar los ojos de la pantalla.
“Lo es y mucho”.
Vlad levantó las cejas, la pequeña alíen siempre se traía algo entre manos y ya no podía sorprenderlo o… ¿Si podía?
“Te escucho”. Le dijo.
“Mañana es pascua y me preguntaba si de obsequio me comprarías algo”. Sonrió y fue directo al grano: “¡Quiero en elefante!”.
Esto hizo que toda la atención se concentrara en su hija. Definitivamente si podía sorprenderlo, ella siempre salía con cada cosa, sólo de recordar que en su cumpleaños número cuatro montó todo un escenario al darle a sus amigos y compañeros de escuela invitaciones modificadas.
No puso regalos, todo lo contrario, pidió gatitos para que pudieran asistir a la fiesta. La mansión se convirtió en una epidemia de gatos que por suerte terminó pronto. Ellos se quedaron con dos, los demás fueron adoptados.
Bajó la pantalla de la laptop, tomó unas toallitas húmedas, limpió las manos de su hija y el rostro lleno de chocolate.
La miró al juntar sus manos y con el rostro más serio que tenía, supo responderle.
“Por nada del mundo te daré un elefante”.
Salome hizo un puchero con sus labios, toda su mirada se entristeció, pero no logró ablandar el corazón de Vlad.
“¿Por qué le regalaste un elefante a Salome?”. Preguntó Samantha cuando observó al gran animal caminar en sus jardines. Sobre la criatura estaba su hija, mientras un guía que Vlad contrató la ayudaba en los paseos.
Los brazos de Vlad estaban cruzados, mientras sus ojos estaban puestos en la alíen, sólo él sabía cómo llegaron a un acuerdo.
“Hicimos un contrato verbal”. Respondió.
“¿Contrato verbal?”. Las expresiones de Samantha fueron de mucha confusión y sorpresa.
“Si me compras un elefante, prometo no tener novio hasta los cuarenta años”. La niña negoció como solía hacerlo en sus clases con sus compañeros, siempre se salía con la suya.
Vlad se puso de pie ante tan magnifico acuerdo que no podía dejar escapar. Caminó hasta tomarla en sus brazos y le dijo.
“Recuerda que la palabra de un Ferguson es una firma y al aceptarlo deberás cumplirlo”. Tendió su mano.
“Es mi palabra, papá, soy una Ferguson y deberé cumplirlo. Un elefante a cambio de no tener novio”. La niña sonó y tomó la mano de su padre.
Lo que Vlad no sabía era que Salome también era una Williams y en su mente hacía cuentas, dividía y hasta multiplicaba. Si también era una Williams quería decir que su promesa valía solo la mitad, entonces no eres hasta los 40, sino hasta los 20.
“No va a cumplir con todo el contrato que hicieron”. Samantha sonrió, Salome era la copia diminuta de Vlad en cuanto a pensar se trataba. Y, por otro lado, era su hija y siempre se salía con la suya: “No puedes detener el tiempo y la naturaleza. Salome va a encontrar una falla en el contrato verbal y si no me equivoco, será el apellido”.
“También pensé en eso”. Vlad dejó ver una gran sonrisa. Él era Vlad Ferguson y siempre tenía planes de emergencia por adelantado.
“De acuerdo, pequeña alíen, pero hay una clausura más en este contrato si quieres el elefante”.
“¡Si lo quiero! ¿Cuál es?”. La emoción se reflejó en sus ojos, estaba dispuesta hacer lo que sea por tener su obsequio.
Vlad sonrió, la niña estaba entusiasta. La dejó en el asiento y él fue al suyo. Juntó sus manos al colocarlas en el escritorio y habló como si se tratara de un verdadero negocio.
“Trabajaras para mí a partir de ahora. Sales de la escuela y vienes a mi despacho. Hay papeles que siempre boto al piso, tienes que recogerlo. Cuando quiera agua vas a traerla al igual que el café, me gusta sin azúcar. También limpiaras el polvo y los accesorios que están al alrededor. Se te dará tu paga cada domingo, pero recuerda que la mitad de lo que ganes irá al alimento del elefante al igual que su medicina y servicios que se necesiten”.
La alegría de Salome se esfumó, no podía encontrar alguna falla en las clausuras propuestas por su padre.
“Y por lo que veo, acepto”. Dijo Samantha al recostarse en el pecho de Vlad: “No sé qué haríamos si tuviera un tercer hijo, Matías está por ser un adolescente y su mente es una máquina, Salome es… Salome, algo manipuladora e imperativa”.
“Un tercer hijo, no lo había pensado”. Respondió él al envolverla en sus brazos y dejar suaves besos en los cabellos de Samantha: “¿Será un alíen, una rata calva o quizás un murciélago? No lo sé”.
Samantha dejó escapar grandes carcajadas, Vlad era un buen padre, pero los niños demostraban destrezas increíbles que había que controlar.
“Papá, mamá”. Se escuchó la voz de Matías tras ellos. A sus diez años estaba por ser un gran hombrecito. Los rasgos faciales del Vlad se habían marcado en él, hasta en su cuerpo: “Tengo un nuevo experimento de observación y mi proyecto eres tú, mamá”.
“¿Yo?”.
“Sí”. Sacó su libreta de apuntes: “He notado que en estas últimas tres semanas has tenidos grandes cambios. Inconscientemente has cambiado tu alimentación por frutos secos, también dejaste tus hábitos. Antes solías despertarte muy temprano, ahora duermes diez minutos más y también duermes en las tardes porque crees que es cansancio. La fuerza que llega a tu cuerpo no es por los batidos que bebes, mamá. Se debe a que tienes tres semanas de embarazo y al paso que vas, calculando los días, estaciones, distancias y mediciones… el embrión nacerá en el mes de abril. Digno mes en que la mayoría de los niños nacen cuando son concebidos en agosto, un mes muy fértil y estamos en agosto”.
Vlad y Samantha se quedaron con sus bocas entreabiertas y sus rostros paralizados. Matías notó un embarazo y ellos no, tenía que ser una confusión o un error.
“Mi vida, creo que existe unas fallas en tus observaciones. No tengo síntomas de embarazada”. Habló Samantha porque Vlad no lo podía hacer, todavía estaba paralizado: “Me siento bien”.
“Mamá, tienes sueño y cansancio. Además, tus ojos brillan más que antes. Si no me crees puedes ir a hacerte un examen al hospital para confirmarlo. Los embriones son visibles a partir de la tercera semana. Yo no me equivoco, no me permito cometer errores. Y quien si tiene síntomas es papá. Ha estado vomitando a escondidas, él cree que es parte del estrés del trabajo”.
“Creo que hay que ir al hospital”. Vlad sabía que su hijo tenía una mente brillante cuando utilizaba la observación, también sabía que a inicios de agosto lo disfrutó muy bien con Samantha. Ahora todo en su estómago estaba revuelto y sentía una extraña sospecha.
“¿Estás seguro de que puedes ir? Te veo muy pálido y hasta nervioso”.
“Estoy bien”. Trató de sonreír, tomó su mano y empezaron a caminar en dirección al vehículo: “Muy bien, mejor que nunca ¿Quién está nervios? Yo no veo a nadie nervioso ¿Tú lo ves?”.
Sonrió y miro a los lados.
“ADAMS”. Llamó gritando.
“Señor”. El hombre acudió muy rápido a su llamado. Lo notó pálido y con una sonrisa nerviosa mientras sujetaba a Samantha o ella lo sujetaba a él.
“Al hospital, al hospital”. Ordenó cuando entraban en el auto: “Y no pares hasta llegar”.
“Apuesto cinco dólares a que es un niño”. Dijo Salome cuando se acercó a Matías: “¿Cuánto apuestas?”.
“Hagámoslo más extremo”. Respondió él: “Si me llegas a ganar, te ayudaré cuidando a tu bestia por tres meses. Incluyendo los gastos e higiene que se necesiten, todo saldrá de mi bolsillo”.
“¿Y si tú ganas?”.
“Por tres meses me darás la mitad de tu mesada. Además, vas a dejar que yo tome primero el postre de cada comida. También quiero que no tomes mis experimentos en tus ventas. Y, por último, esto incluye que quites mi nombre de la subasta a la que me has metido, ya me enteré de tus negocios”. Extendió su mano para cerrar el trato: “Yo digo que es una niña”.
Salome estaba subastando una salida con su hermano a sus amigas, que por cierto le fue bien. Necesitaba el dinero para el elefante y si ganaba tenía premio doble.
Ella era arriesgada, necesitaba un hermano menos aburrido que Matías, así que dejó sus esperanzas en el bebé que crecía dentro de Samantha.
“Trato hecho”. Tomó sus manos para cera el contrato verbal: “Es un niño”.
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