Exesposa al poder
Capítulo 54

Capítulo 54:

(Tres meses después)

“Señores Ferguson”. Dijo la ginecóloga. En sus manos sostenía un sobre blanco por tercera vez, eran los resultados de la prueba de embarazo: “Veamos siesta vez lo consiguieron”.

Sus ojos emocionados se fijaron en la apertura del papel hasta que pudo abrirlo. Ellos le confesaron que decidieron hacerlo a la antigua cada noche, la inseminación era cosa del pasado. Al tener la hoja lista, como profesional les dijo.

“Hay que seguir intentando, estas cosas pasan muy a menudo”.

Vlad y Samantha fingieron tristeza por aquella noticia que muy bien sabían, sólo necesitaban que ella le diera aviso a Hamilton y calmara su sed de tener un nieto. Que supiera que todo se hacía bien, pero no todo iba a salir igual.

“Lo seguiremos intentado”. Comentó Vlad. Se puso de pie con la intención de marcharse. Tenía cosas mejores que hacer que perder su tiempo en un consultorio: “Volveremos el próximo mes, que tenga una buena tarde”.

“Los estaré esperando y no se preocupe, le diré a su padre que esto es algo que les ocurre a muchas parejas. Sólo es cosa de no rendirse y más si es una pareja joven. En caso de persistir lo mismo, le haremos exámenes a su esposa el mes que viene para ver cuál es el problema”.

Vlad respiró pesado.

“Se lo agradecería”. Dijo.

Se colocó sus lentes de sol y tomó la mano de Samantha para marcharse. Ella también tenía algo importante que hacer en la empresa.

“Adams”. Llamó Vlad cuando ellos se dirigían a él: “Llévanos a nuestras empresas”.

El Señor Adams asintió, ayudó a subir a sus señores y tan rápido como pudo subió al vehículo y se puso en marcha.

“Si me hacen exámenes ¿No saldrán en los resultados los tés que he estado bebiendo?”. Preguntó Samantha con su mirada en las calles.

“No”. Respondió Vlad con voz segura. Su mirada estaba fija al frente, él parecía a pensar en otra cosa: “Las hierbas son un anticonceptivo natural, no afectará tu salud e impedirán un embarazo,

Samantha asintió muy despacio, tomó la mano de Vlad y preguntó.

“Siempre me he preguntado ¿Por qué decidiste no usar un preservativo para impedir el embarazo?”.

Él sonrió con ligereza y la tomó de la mejilla. Sus grandes manos lograban cubrirla.

“Porque en los exámenes que es lo más seguro que te hagan, tiene que ver residuos de s%men dentro de ti. Si no lo hay, eso sería tomado como una traición para Hamilton. Tomar el té ya es un riesgo que estamos tomando”.

“Eso aclara mis dudas”.

“¿Todas?”.

“Pocas”.

“¿Quieres preguntar algo más?”.

Samantha mordió su labio inferior, tenía muchas preguntas, Vlad tardaría todo un día en responderle.

“¿Vas a desaparecerlo?”.

Vlad asintió.

“Será en un evento, habrá muchas personas y sospechosos”. Besó sus manos, sabía que ella tenía muchas cosas por aclarar, dudas, preguntas, incertidumbres y miedos: “Todo a su tiempo Samy, todo a su tiempo”.

“¿Tú estarás bien?”. Volvió a preguntar sin dejar de verlo a los ojos. Los ojos de Vlad jamás mentían, aunque carecían de brillo, siempre le decía la verdad.

El no respondió, en su lugar la apegó al pecho y la dejó reposar ahí.

“Sólo tienes que pasarlo por tu cuerpo, mientras sientes ese calor y vibración que recorre por toda tu piel”. Explicó Martina al tener en sus manos un c%nsolador, a la vez que lo llevaba a sus pechos y lo dejaba ahí como si fuera un accesorio más: “Cierra tus ojos y relájate”.

Samantha lo hizo paso a paso. La reunión que tenía era esa, las clases de Martina.

“Hace cosquillas”. Sonrió divertida con los ojos cerrados.

“Es normal”. Dijo Martina, abrió los ojos y fue por una caja que guardaba entre los armarios privados de Samantha: “Ábrelos y observa esto”.

Samantha observó esposas, látigos, correas, amarraderas, antifaces de noche, aperturas de piernas y todo tipo de accesorios que hacían al se%o interesante. Martina tomó un juego rojo, se asemejaba al disfraz de caperucita, sólo que más extravagante.

“¿Alguna vez han intentado disfrazarse de algún personaje?”. Preguntó con una gran sonrisa: “No te imaginas lo divertido que esto puede llegar a ser”.

Samantha mordió parte de sus labios, recordando el regalo que le hizo a Vlad y lo divertido que fue jugar con el chocolate amargo y fresas.

“Por tu mirada me dice que quieres intentarlo”. Sonrió aún más burlona y le dio la caja: “Inténtalo esta noche y veras que ese bebé sale porque sale. Ya después me darás gracias después”.

“Yo…”.

«Señora Samantha, su esposo está aquí…”. Ni siquiera terminó la frase cuando Vlad ya había entrado en la oficina.

“¡Vlad!”. Samantha oculto la caja tras ella. Las clases que tenía con Martina eran privadas, tanto que bajaba las cortinas para no ser vista: “No te esperaba”.

“Vine a recogerte”. Vlad la miró a los lados, observó a una Martina jugando con un c%nsolador como si fuera barita mágica mientras contaba sus juguetes en la mesa y a una Samantha sonrojada ocultando algo tras la espalda: “¿Por qué están puestas las cortinas? ¿Señorita Martina, qué está sucediendo aquí?”.

“Doy mis clases, Señor Vlad”. Respondió ella como si fuera algo absolutamente normal: “Le enseño a Samantha como jugar con estos bebés para que puedan tener uno. Ya sabe, lo normal: posiciones, nudos, puntos débiles y ahora estamos en la fase del personaje… ¿Alguna vez ha intentado ser otra persona que no sea usted? Me refiero a un policía, un prisionero, Batman o hasta un lobo, esto último acompaña muy bien al disfraz de Caperucita que le di a Samantha”.

Vlad no pudo evitar mostrar sorpresa en su mirada. Ahora entendía de donde Samantha tenía tanta pasión. Hizo bien en ponerla a Martina como maestra de nutrición, tenía premio doble.

“No”. Respondió con una sonrisa divertida: “¿Las clases se acabaron?”.

Tenía algo en mente.

“Justo ahora”.

“Genial, ya que terminaron con la teoría, es momento de pasar a la práctica y calificar las clases de Sam”. Caminó hacia ella y sin darle oportunidad de hablar, la llevó en sus brazos y caminó hasta la salida.

Martina sólo pudo suspirar emocionada, no era la primera pareja que veía salir de esa forma. Dejó de verlos y continuó arreglando la oficina, los juguetes no se iban a esconder solos.

Vlad llamo al Señor Miller de manera urgente.

“¿Es enserio, Vlad?”. Preguntó el Señor Miller sin poder creerlo, sus expresiones lo delataban. Si le hubieran dicho que Vlad dejaría el trabajo por calificar unas clasecitas de comida, como él le había hecho creer, jamás de los jamases lo hubiera creado: “¡¿Me sacaste de mi reunión para que lleve a Matías al parque y tu puedas calificar las clases de Samanta?!”.

“Va a cocinar y necesito que lleves a mi hijo afuera”. Dijo Vlad sin delatar sus verdaderas intenciones: “No hay otra persona que pueda hacerlo a parte de mi”.

“Vlad, estaba en una reunión”. Insistió el Señor Miller.

“Te pagaré el doble de tu sueldo”. Vlad caminó hasta la puerta cuando escuchó unos ligeros golpes. Era Matías, quien tenía en su espalada una pequeña mochila llena de sus juguetes favoritos, junto a él estaba el Señor James. Vlad tomó a su hijo en brazos, fue donde el Señor Miller y le dijo: “Tu tío Miller va a llevarte al parque ¿Recuerdas a Nicolas?”.

“¡Si!”. Respondió emocionado: “¡Es mi amigo!”.

“Él y Sonia estarán ahí”.

“¿Sonia va a estar ahí?”. Preguntó Miller, sintiéndose muy interesado y curioso.

“Si, un niño debe de divertirse con otro de su misma edad. Y En tu caso para que no te aburras, estarás acompañado de Sonia”.

“Que quede claro que esto lo hago por Matías, para que se divierta y no sea un aburrido amargado de grande”. Lo tomó en sus brazos: “Vamos, pero antes compraremos unos obsequios en el camino”.

“¿Podemos llevar chocolates?”. Preguntó Matías emocionado.

“Será lo primero”. Miller sonrió y continuó con su camino con él en brazos hasta desaparecer.

“James”. Llamó Vlad: “Durante este momento, hasta el amanecer no estoy para nadie”.

El hombre asintió ante su orden, serían ceros interrupciones. Vlad se arregló las mangas de la camisa y emprendió la búsqueda de su caperucita.

Sentado en una silla con el pecho descubierto, Vlad observó a una muchacha de capa roja y lencería del mismo color entrar en su cueva. Los encajes trataban de cubrir parte de sus senos, pero estos eran visibles para los ojos hambriento del lobo feroz. La pequeña falda dejaba a la deriva la imaginación, sus muslos se veían apetitosos. Unas medias largas hasta más arriba de las rodillas cubrían esa parte, la menos importante para un animal tan deseoso. En las manos sostenía una canasta, se preguntaba que podía haber dentro. ¿Pasteles? Eso sería una broma.

Samantha caminó hasta estar cerca de Vlad, con una mirada inocente le dijo.

“Estoy perdida y necesito de su ayuda ¿Puede ayudarme?”.

Vlad dejó ver una sonrisa maliciosa, tomó la canasta y buscando algo más que comida, tomó las esposas. Se puso de pie hasta estar tras ella y le dijo cerca del oído.

“Las niñas tontas que se pierden por estas zonas son castigadas, y en el peor de los casos, se convierten en comida para lobos”. Tomó sus manos y le puso las esposas de forma rápida. La inclinó desde atrás en contra la pared, olfateó su piel y volvió a decir: “Caperucita, jamás debiste de perderte y menos si llevabas esas cosas en tu pequeña canasta”.

Samantha sintió como por todo su cuerpo recorrió una corriente eléctrica, hasta su cabello se alborotó.

Vlad caminó hasta la canasta, tomó un látigo de cuero, regresó con ella y con el artefacto en mano empezó a recorrerlo por todo su cuerpo. Desde sus pies, subió de manera lenta e hizo una pequeña parada en los glúteos, dibujando círculos en esa zona, continuó por la espalda y llegó al cuello.

“¿Por qué el castigo?”. Preguntó Samantha con voz deseosa. Su cuerpo ya no soportaba más torturas, clamaba y pedía a gritos el inicio del ritual

“Por traviesa”. Respondió.

Dejo el látigo en la mesa, se apegó a ella hasta que su pelvis pudo sentirla, la tomó de los hombros y obligó a que lo mirara.

“El lobo no perdona y hoy tiene mucha hambre”.

Vlad la besó con mucha pasión, parecía consumirla por dentro y no se separaron hasta que la falta de aire se volvió una molestia. Como una verdadera bestia desgarro la lencería de Samantha, sólo trozos fueron a parar al suelo. Retiró su pantalón y la prenda faltante dejando ver a su gran amigo que quería participar. Caminó tras de ella y le dijo.

“Camina a la mesa y recuéstate ahí, si me ves… voy a castigarte de la peor manera”.

Samantha asintió. Todo su cuerpo quería más y más de aquel exquisito fuego que la estaba enloqueciendo. Dejó caer el tórax en la madera, esperando el siguiente paso de su lobo, al no sentir su presencia cometió el error de verlo.

Vlad sonrió, sabía que ella era débil y muy curiosa. Se acercó a Samantha dándole unas cuantas nalgadas como castigo. Mientras lo hacía le dijo.

“Obedece para que no te vuelvas a perder”.

Samantha dejo escapar un g$mido placentero.

“Nunca pidas indicaciones a desconocidos”. El segundo choque de su palma en contra de la piel de ella se escuchó al igual que el jadeo: “O el lobo va a castigarte para después devorarte”.

Le dio la última palmada y ella g!mió.

La tomó de las caderas, se acercó a ella y empezó con el mejor de los castigos. Era un vaivén lento que poco a poco empezó a intensificarse, logrando dentro de ella sensaciones indescriptibles que la hacían querer explotar de mil maneras posible. Todo en ella se contrajo, era el hermoso fuego que le recorrió una y otra vez sin descansar. Samantha sentía la presión de Vlad contra su cuerpo, ella intentaba no doblegarse, no rendirse ante el castigo de su lobo, pero le era imposible, al final no quería que se detuviera.

Ambos cuerpos eran una bomba de tiempo, en cualquier momento iba a explotar y a llevarse todo a su paso. Como la feroz bestia que representaba Vlad, decidió liberarla y de forma rápida la aferró a su cuerpo hasta montarla en sus caderas, sus ojos se encontraron de manera impactante. No había rasgo de humanidad, el deseo y el placer habían reemplazado ese brillo. De forma desesperada se buscaron y unieron sus labios en un mar donde las reglas, normas y principios pasaron por alto.

La respiración fue entrecortada y pulsante cuando Samantha sintió por segunda vez el vaivén dentro de su cuerpo. Ahogó la mayor parte de sus jadeos en los besos, y cuando sentía que la explosión estaba por llegar arqueaba la espalada, soltando un g$mido ahogado y parte de su vitalidad cuando exhalaba, mientras Vlad liberaba su gloria dentro de Sam.

Sin soltarla y cometiendo el mejor de los pecados carnales, la llevó hasta la cama, la recostó en su pecho sintiendo el gran cansancio de su caperucita.

“Ahora soy dueño de tu cuerpo”.

Samantha estiró sus labios, se apegó a él y supo responderle.

“Y yo soy dueña del tuyo”. Sus ojos se fueron cerrando poco a poco, sintiendo nada más que las cálidas manos de Vlad recorres en su espalda.

“Lo eres desde hace mucho tiempo”.

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