Exesposa al poder
Capítulo 44

Capítulo 44:

La cabaña tenía un olor a madera exquisito, acogedora y caliente. La chimenea estaba construida de piedras al igual que los pilares.

Vlad lo primero que hizo fue prender la leña para entrar en calor. Estaban tan empapados de agua, que en cualquier momento Samantha podría agarrar un resfriado.

“Hay una habitación aquí junto. Toma la ropa que te quede para que puedas cambiarte”. Dijo, mientras removía la leña para que el fuego se esparza.

“¿Qué hay de ti? ¿No piensas cambiarte?”.

Vlad estiró sus labios por aquella pregunta

“No va a sucederme nada, el frio es mi acompañante desde hace años. Ahora vea la habitación y ponte una ropa caliente”.

Samantha no dijo nada más, asintió ante su petición y fue en busca de la habitación. Era elegante y olía a Vlad, olía a él por todas partes. Se acercó al armario y olfateó las delicadas prendas que estaban dentro. Las camisas de Vlad tenían su aroma, la colonia estaba presente en cada una de ellas.

Retiró sus ropas y se enredó en una toalla, luego tomó un camisón blanco muy grande que le quedaba como vestido, era lo único de su talla. Buscó algún pantalón o short que pueda colocarse, pero en su mayoría eran demasiado grandes que con un paso en falso se caían al suelo. Abrió uno de los cajones y encontró un pantalón de pijama, podía darle unos ajustes para que no se aflojara y poder retenerlo. Con la ayuda de un broche que guardaba en el bolso, se lo sujeto en la cintura.

Su cuerpo era muy pequeño para las ropas de Vlad, parecía espantapájaros sin relleno.

Vlad continuaba prendiendo la leña, al lograrlo se quedó a mirar el fuego.

“Vlad”. Llamó Samantha al salir de la habitación: “Te he traído una cobija para que te calientes”.

Él decidió verla, Samantha parecía una muñeca dentro de un saco grande… eso logró desbloquearle un recuerdo.

Estaba claro que sus grandes ropas la iban a cubrir del frio y que además de eso, parecía un oso. Caminó hasta donde ella, tomó la cobija en sus manos y se la colocó encima. Para ser honesto, Vlad no creía que corriente helada fuera un problema para él

“Gracias”. Dijo y Samantha asintió: “Iré a cambiarme, he prendido el fuego para que te calientes”.

Luego se giró y fue a la habitación.

Samantha ubicó un par de cojines en el suelo cerca de la chimenea, tomó asiento y fue a calentarse las manos.

Vlad llego al poco tiempo, la observó de espaldas y sonrió, definitivamente era la misma Samantha que conoció en su niñez. Silencioso tomó asiento junto a ella y le dijo, o más bien contó sobre eso.

“Cuando nuestros padres decidieron firmar el acuerdo con respecto al matrimonio, tuve el placer de conocerte. No nos llevamos bien porque estaba claro que éramos polos opuestos”.

Samantha intentó recordarlo, pero sólo tenía tres años en ese entonces, a duras penas recordaba cuando fue llevada al orfanato.

“¿Puedes contarme más de nuestro primer encuentro?”. Preguntó ansiosa por escucharlo de los labios de Vlad.

Vlad de siete años mantenía una postura seria, esperando pacientemente a sus padres, quienes dialogaban su compromiso en la gran mesa.

Su mirada estaba fija al frente, pero se vio interrumpido cuando una niña con la cara manchada por un extraño liquido café, vestida con un mameluco enorme que parecía un oso caminó y se sentó junto a él.

Lo primero que pensó es que le daban demasiadas libertades y que no tenía educación, quizás era la hija de alguna sirvienta.

“¿Quieres?”. Preguntó Samy como todos la llamaban. Le ofrecía chocolate de una envoltura.

Vlad negó con la mirada.

“No”. Respondió seco.

Samantha lo observó.

“¿A caso no te gusta?”. Volvió a preguntar.

“Exacto, no me gusta”.

“Pero a todo el mundo le gusta el chocolate”.

“A mí no”.

“Si no lo pruebas no sabrás si te gusta”.

“No lo he probado y sé que no me gusta”.

La pequeña Samantha estaba sorprendida por las palabras del niño. Lo que decía era una locura, o quizás por su corta edad no quería entender que hubiera un niño que no le gustara el chocolate. Decidió tomar su mano, las de él estaban calientes y muy limpias, pero las de ella estaban pegajosas y sucias. Así lo sintió Vlad, era el primer contacto directo y era de lo que podía manejar.

“Niña tonta”. Dijo alterado: “Acabas de ensuciarme”.

Se levantó con brusquedad y fue a lavarse las manos. Si su padre descubría que Vlad probó, un dulce lo iba a castigar.

Restregó sus manos tan bien como pudo, las lavó cinco veces, pero el olor no se iba por más que lo intentaba. El chocolate se había esparcido, pero tenía un olor extraño e indescifrable, olía a frutas. Se lavó las manos una vez más, arregló su traje y salió del baño.

La pequeña arpía con disfraz de oso y cara sucia ya no estaba donde se quedó, era un alivio para Vlad, pero se sentía mal por llamarla tonta. Decidió ir a buscarla y pedirle disculpa, sólo una por el insulto, y después se alejaría de ella para siempre.

Caminó hasta llegar a la chimenea que fue donde la encontró sentada. Samantha tenía su mirada fija en el fuego, parecía arrepentida y eso facilitaba las cosas para Vlad.

“Niña”. Llamó Vlad al acercarse: “Te pido una disculpa por lo que te dije, aunque dudo que lo recuerdes en el futuro por la edad que tienes”.

Samantha decidió verlo, en su rostro se formó una impecable sonrisa. No estaba arrepentida de nada, si se encontraba en ese estado era porque observaba arder unos calcetines que se quemaban dentro de la chimenea, mientras esperaba que el niño llegara hasta donde ella.

“Disculpas aceptadas”. Respondió, haciendo que Vlad se sintiera como en un juego de Samantha. Ella lo había hecho ir hasta ahí para pedirle disculpas: “Quizás no logre recordarlo, pero tú si lo harás”:

Luego sonrió aún más, le dio una mordida a su chocolate y se fue corriendo.

Vlad respiró profundo, deseaba ya no ver más a la niña oso, pero le fue imposible cuando sus ojos se concentraron en la imagen familiar de los Willians, donde aparecía la misma niña que lo había hecho caer en su trampa.

Samantha no pudo evitar reírse a carcajadas, sabiendo que desde pequeña le había ganado a Vlad Ferguson. Logro o no, tenía que reconocerse. Vlad también sonrió con ella, había conocido su poder desde pequeña. Siempre se preguntó por aquel aroma extraño que quedó en su mano, pero esa noche lo confirmaba, el aroma era de ella, aroma a Samantha, que por alguna razón lo había olido hace cinco años atrás.

Samantha agotada de la risa reposó la cabeza en el hombro de Vlad y tomó su mano.

“Supongo que desde pequeña hacia muchas cosas locas”. Dijo cuando lo vio.

“Te divertías como una niña normal”. Afirmó sin dejar de verla a los ojos.

Samantha asintió y mordió su labio inferior, luego preguntó con algo de pena.

“¿Vlad, sientes algo por mí?”.

Él sonrió con ligereza y se atrevió a responder con su mirada fija en el fuego.

“Niña tonta, desde que te conocí en el proyecto supe que algo no iba bien en mí”. La miró: “Samy, tengo sólo una vida, y la que tengo la daría por protegerte”.

El corazón de Samantha latió sin control dejando ver una gran sonrisa por aquella respuesta que sólo Vlad podía decirle. No era un humano sin sentimientos, los tenía y eran los más hermosos, simples y puros.

“Mi vida complementa la tuya”. Dijo al acercarse

El ambiente se volvió algo extraño y caliente, definitivamente no era el fuego en la chimenea. Vlad acarició sus mejillas, el aroma era de lo más agradable, sus labios lo eran el doble. Se acercó a ella rompiendo aquel silencio en un apasionante beso para después montarla en sus caderas como un lobo voraz.

Samantha no se reusó, Vlad había despertado un fuego en su interior que quería llegar hasta el fondo.

“Samantha”. Dijo Vlad al contenerse y separarse de ella. Buscó sus ojos y con una voz seria habló: “Si aceptas esto, te entregarás a mí cada noche. No habrá vuelta atrás cuando decidas detenerlo, porque habrá castigos de los cuales disfrutarás, Irás a mi paso y sólo deberás estar conmigo porque yo lo haré contigo.

Cuando nuestras pieles se unan habremos iniciado, y cada vez que te toque me recordarás, porque voy a grabarme en ti como una maldita adicción de la que te será imposible salir, vamos a jugar con fuego. Desde hoy hasta el final, sin importar lo que suceda, me perteneces a mí y sólo a mí. Tu cuerpo, tus deseos, tormentos, fantasías serán mías y yo seré tuyo”.

“Jugaremos con fuego y ambos saldremos quemados”. Respondió ella más que segura: “Sin importar lo que suceda después del año de casados, vamos a luchar juntos hasta lograr nuestra felicidad. También quiero que tengas esto en cuenta, Vlad. Mi aroma se impregnará en tu piel y será imposible que veas a otra mujer porque seré tu maldita perdición”.

Vlad sonrió favorecido, las palabras de Samantha ya tenían un efecto en él que sería imposible ver a otra mujer como la veía ella. Un año, un matrimonio, un contrato, una oportunidad para ser feliz con la mujer que lo ha enloquecido hasta el punto de desearla sólo para él. Era todo o nada, su único impedimento era Hamilton, ya encontraría la forma para que no vuelva hacer un impedimento en su vida.

“Entonces olvida la idea de tener a nuestro hijo por inseminación, lo haremos a la antigua”.

Buscó sus labios una vez más, la obligó a ponerse de pie, la tomo del trasero hasta llevarla a la altura de sus caderas y camino con ella a la habitación. Se sentó al filo de la cama y como un verdadero depredador retiró el camisón de Samantha hasta botarlo lejos.

Observó sus senos envueltos en un sostén de encaje color melón, eran hermosos regalos ante sus ojos. Hambriento los desenvolvió y se sumergió en ellos, provocando que Samantha levantara la mirada al techo, abriera sus labios de forma inconsciente y empezara a jadear por gran placer nunca antes vivido.

Lo miró sintiendo su cuerpo arder de placer y ayudó a retirar la camisa para después apreciar su tórax, jugando muy despacio con las yemas de sus dedos, provocando que el propio Vlad la deseara más que nunca.

“Suficiente”. Dijo Vlad y la tumbó al colchón.

Retiró el pantalón de lana del cuerpo de Samantha dejando ver su cuerpo semidesnudo sobre las sábanas. Un cuerpo rechoncho con curvas y montañas majestuosas de picos rosados, caderas anchas que era la gloria del cielo ante sus ojos. Se acercó a ella y terminó por retirar aquella prenda color melón que hacía fuego con el sostén. Cada toque que dio hasta deslizar sus manos por las piernas apetitosas de Samantha, provocó en ella un gran deseo hasta el punto de estremecerse.

Vlad sonrió satisfecho por lo que había provocado en Samantha, con la prenda en mano decidió guardarla en uno de los cajones. Sería la primera de muchas, ahora Samantha tendría que comprar ropa interior para no quedarse sin nada.

Ella retiró sus ropas dejando ver un cuerpo esculpido por dioses, de grandes pectorales, espalda ancha, abdomen trabajado y enormes piernas. Samantha tragó saliva cuando observo el ‘amigo’ de Vlad salir en acción, mordió sus labios y esperó ansiosa.

Vlad se recostó sobre su cuerpo, la envolvió en un beso lleno de fuego, al mismo tiempo que una de sus manos tocaba los muslos de Samantha. Abrió sus piernas y movió las caderas, entrando despacio en ella hasta intensificar los movimientos.

Las estocadas eran fuertes, veloces, placenteras, adictivas y quemaban como no se tenía idea. Si el infierno existía, Vlad la había llevado al suyo. Uno personal y ardiente que quemaba, pero no lastimaba, todo lo contrario, lo obligaba a permanecer con él y exigir más de aquel fuego lleno de lujuria.

“Hemos empezado, Samantha. Desde hoy sólo serás mía”. Le dijo al oído, mientras podía sentir sus gruñidos placenteros.

“Vlad Ferguson”. Habló Samantha entre jadeos: “No pares”.

Vlad sonrió, volvió a besarla y concentró todo su cuerpo en ella. Tenía divertidos planes en mente, había que llevar el acto a lo más alto hasta quedar agotados y no poder más hasta la siguiente noche.

Samantha se aferró a él cuando sitio una explosión venir dentro de su cuerpo. Se asemejaban a chispas, corrientes de aguas que querían salir con gran fuerza o las mismísimas estrellas fugaces.

Vlad la sujetó, él también estaba por acabar, la tomó de las manos y dejó dentro de ella su gloria.

Samantha quedó agotada y con espasmos, jamás en su vida había sentido tanto cansancio y satisfacción.

Vlad salió de su cuerpo y se recostó junto a ella, acurrucándola en sus brazos para que descansara al igual que él.

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