Exesposa al poder
Capítulo 27

Capítulo 27:

Vlad ya estaba más que listo, tomó el sable que se le fue entregado y se colocó el casco de seguridad. Había que recalcar que aquel traje blanco era a su medida, enseñaba sus pectorales y grandes brazos.

“¿Dónde está mi ponente?”. Preguntó al subir a la tarima, listo para hacerle una demostración a los alumnos, así como cada año.

“Estará aquí en unos segundos, las alumnas…”. Mo terminó su frase cuándo una de ellas lo interrumpió al decirle algo al oído, él asintió ante su comentario y continuó: “Ya está aquí”.

Vlad fijó su mirada al frente, había una persona delgada totalmente cubierta que le era imposible ve su rostro, pero por su figura supo que era una mujer, quizás una de las mejores alumnas de la institución en ese deporte. Por ser una dama tenía que ser compresivo y cuidadoso, pero de todas formas ganar.

Ella se acercó a él, ambos estaban frente a frente esperando las indicaciones del árbitro.

“Tres touche y quedan fuera”. Dijo el hombre con camisa blanca y rayas negras. Alzó su mano e iniciaron.

Vlad al principio se estaba dejando ganar y dejó que ella hiciera el primer touche. Aquello era una estrategia para que los estudiantes tengan confianza en sí mismos y demostraran que pueden lograrlo. Pero cuando sintió que su contrincante lo estaba dando todo, enseñando que era una gran rival, decidió tomarlo más enserio.

Un segundo touche se escuchó de parte de Vlad, sólo quedaba uno y dos personas dispuestas a no perder. Como dos grandes personas con mentes agiles, empezaron a atacar con sus sables por los aires. Se movían al mismo lado, parecía no tener dirección e iban al compás de las agujas del reloj, provocando que todas las miras se enfocaran en ellos. De un momento a otro el sable tocó a Vlad.

“Touche, Vlad Ferguson”. Dijo Samantha al retirarse el casco y mostrarle con quien se enfrentó.

Vlad se quedó tieso. Retiró su casco, pero no dejaba ver su sorpresa. Samantha fue la primera en lograrlo, pasó al segundo touche y dejó a Vlad derrotado.

“Buena práctica”: Habló honesto, demostrando que lo había hecho bien.

Samantha sonrió, no estaba oxidada, todavía estaba en forma.

Aplausos se escucharon por ver a la pareja, todos excepto las alumnas que tomaron a Samantha, estaban sorprendidos por ver al rival de Vlad.

“Volveremos el año que viene”. Dijo Vlad al despedirse del director del internado: “Día y hora no se lo diré, basta con que sepa que estaré aquí en cualquier momento”.

“De acuerdo, Señor Vlad”. Respondió el hombre: “Como siempre, lo estaremos esperando a usted y a su prometida”.

Ambos asintieron, aunque era probable que, para el año siguiente, Samantha ya no esté con él.

Dejaron de verse y fueron al auto, había que recoger a Matías e ir a la mansión de Hamilton Ferguson.

“Es un buen niño”. Habló Lorena con voz dulce: “El niño Matías se despertó una hora después que se marcharon. No dio ningún problema, prefirió armar un rompecabezas mientras los esperaba”.

“Gracias por cuidarlo, Lorena”. Samantha tomó a su hijo y dejó muchos besos en su frente. Fueron sólo un par de horas, pero se sintieron como años estar sin él.

“Lorena, nosotros nos iremos a la mansión principal, volvemos a medianoche”. Dijo Vlad: “Encargarte de que las habitaciones estén calientes para cuando regresemos”.

“Descuide, yo me encargo”. Respondió la mujer, era sólo cosa de prender la calefacción cada media hora para mantener un clima temblado.

Vlad asintió, miró a Samantha e indicó que era la hora.

Ellos se encontraban dentro del auto que era conducido por Adams, detrás de ellos venían siete más. Vlad tomaba muy enserio su seguridad, y ahora también la de Samantha y de Matías.

Samantha, tenía su mirada fija en aquellas rejas que se abrían muy despacio, dejando ver a hombres de trajes negros resguardarla propiedad Ferguson. Al paso que andaban, observó la gran mansión, tenía un aspecto antiguo con estructuras y materiales que ya no se usaban hace tiempo. Parecía ser bloques de piedra con mármol de color gris, ventanales grandes y techo puntiagudos del mismo material de las paredes. Había algo extraño en la ventana, eran de un material moderno como cristales blindados para prevenir atentados en una mansión tan segura:

Vlad observaba aquel lugar sin ningún tipo de emoción, era como cualquier otro lugar lleno de ataduras y malos recuerdos.

“Hemos llegado, Señor Vlad”. Dijo Adams al estacionarse.

Él asintió, bajó del vehículo con la ayuda de Adams, caminó hasta a abrirle la puerta a Samantha y a Matías.

“Vamos, en una de las habitaciones está el vestido que vas a ocupar para esta noche, en el mismo lugar está el traje del pequeño” Explicó: “Yo estaré en la habitación vecina”.

“De acuerdo”. Respondió Samantha y caminaron juntos hasta entrar en aquel lugar que tenía un aire muy pesado

En cuanto Samantha entró, observó al personal terminando por arreglar el gran salón. La decoración también era antigua y glamurosa, en uno de los rincones se ubicaban instrumentos de música.

Pero al final, frente a todos, había una gran silla que más bien parecía el trono de un rey, sobre esa estaba aquella espantosa pintura que miró en el museo, más otras que la seguían con la misma temática.

Fingió no verlo, tomó la mano de su hijo y subió hasta la habitación indicada por Vlad.

Al entrar respiró para calmarse, aquel lugar se asemejaba al palacio de Drácula, al menos su habitación era decente.

“Mamá ¿Te encuentras bien?”. Preguntó su hijo. Ahora Samantha no sabía si hizo bien en traerlo, el lugar no era para un niño y menos esas decoraciones.

“Lo estoy”. Respondió tranquila.

Observó sobre la cama un elegante vestido de color azul, era ceñido al cuerpo y con una abertura que se abría desde los muslos hasta los tobillos, en una caja estaban unos hermosos zapatos de aguja color negro. Aun lado estaba el esmoquin de su hijo, elegante y del mismo color que su vestido.

Decidido cambiarlo a él primero, con ese traje se veía como todo un hombrecito.

“Voy a cambiarme”. Dijo al dejar a Matías sobre la cama. Tomó el vestido, la caja de zapatos y su bolsa donde estaba el maquillaje que iba a necesitar: “Entraré al baño y saldré en un momento”.

El niño asintió, Samantha tomó el vestido y fue a cambiarse.

Mientras él esperaba a su madre. Observó los adornos de la habitación, parecía ser un lugar que habían arreglado en ese momento, porque no daba miedo como el resto de la casa.

De repente tocaron la puerta y Matías fue a apresurado a abrir. Era Vlad quien quería pasar, cuando lo vio, lo tomó en sus brazos hasta llevarlo a la altura de su pecho. El usaba un traje igual al suyo, pero de color negro.

“¿Dónde está tu mamá, Matías?”. Le preguntó al pequeño.

“Entró a cambiarse”. Respondió feliz por ver una cara familiar.

“Entonces la esperaremos juntos”. Dijo y fueron a sentarse en la cama.

“Matías, quiero que me ayudes a subir el cierre”. Se escuchó la voz de Samantha al pasar a la habitación.

Vlad se quedó neutro al verla con aquel vestido que había mandado a diseñar para ella.

“Deja que yo te ayude”. Dejó a Matías sobre la cama, se puso de pie y llevó a Samantha frente al espejo.

Buscó el cierre y muy despacio empezó a subirlo. Ella tenía un agradable olor, era su crema para el cuerpo, le fascinaba como olía.

Samantha tragó algo de saliva, la cercanía de Vlad obligaba que su cuerpo y su piel se erizaran en contra de su voluntad.

“Creo que no me equivoqué con tus medidas”. Le dijo al oído, provocándole un leve estremecimiento.

Metió la mano en el bolsillo y dejó ver una caja rectangular color roja, al abrirla dejó ver un collar de esmeraldas con zafiros. Recogió sus cabellos con suavidad y empezó a colocarlo en el cuello de

«Samantha, lo compré para ti, es necesario que él prometido le regalé algo a su esposa en el día de la ceremonia”.

Samantha se dio la vuelta hasta verlo a los ojos.

“Yo no te compre nada”. Dijo al detenerse ante él.

Vlad sonrió levemente: “No te preocupes, no es necesario que lo hagas”.

“Lo es”. Samantha buscó en su bolsa y dejó ver un broche dorado. Siempre lo llevaba con ella porque era lo único que tenía de su padre, ni en sus peores tiempos lo vendió.

Elevó sus manos y lo ubicó en lado derecho del traje de Vlad.

“Con esto estamos a mano”. Habló mirándolo a los ojos, al igual que él lo hacía, así fue hasta que tocaron la puerta.

“Señor Vlad, ya es hora”. Dijo el mayordomo de la mansión.

Vlad asintió agradeciendo despertar de aquel transe. Pestañó, tomó a Matías en su brazo y con la otra mano tomó a su prometida.

Los tres salieron de la habitación, caminaron hasta las escaleras y empezaron a bajar.

Samantha observó a toda la familia Ferguson, de milagro sus trajes no eran antiguos. Los hombres se mantenían serios observando a las parejas bajar, no había una pisca de empatía en ellos. Sus mujeres tenían una mirada lamentable, para ella no era un día festivo o emocionante, sus emociones así las hacían ver.

Mientras bajaban se escuchaba la sonata entonada por los músicos, y en cuanto llegaron al último escalón, Samantha fijó su mirada en aquel hombre sentado en el trono. Sus cabellos eran blancos, pero eso no le daba la apariencia que ella tenía en mente, en su mente se imaginaba algún anciano, pero este parecía ser un hermano de Vlad.

Era alto y robusto como un roble, parecía ser el símbolo de la juventud externa. Una barba espesa de color negra recorría su fuerte quijada. Sus ojos azules como aguas profundas, la obligaban a mirar a otro lado. Ocupaba un traje oscuro, llevaba guantes de cuero sobre las manos, una cadena con la letra inicial del apellido familiar reposaba en su pecho, pero lo peor de todo era aquella sonrisa no antipática que mostraba, siendo la única persona que sonreía por verlos o… ¿Por verla?

“Bienvenida, Samantha Williams”. Habló con una voz gruesa y profunda sin eliminar su sonrisa, mientras mantenía su mirada en ella, observó a Vlad y volvió a decir: “Bienvenido, hijo”.

“Hola, padre”. Respondió sosteniendo con más fuerza la mano de Samantha.

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