Esposo infiel
Capítulo 88

Capítulo 88:

Suelto un suspiro, me agacho para tomar mi vestido cuando él se adelante, tomándome de la cintura y en un solo movimiento me lanza a la cama.

La sonrisa idiota que pongo es contagiosa pues él hace lo mismo. Está tan feliz que hasta su p$ne lo demuestra pues está tan er%cto que parece que va a romper la tela del pantalón que lo contiene.

“Así que quieres que sea rudo”, menciona, con una voz tan se%y que me eriza la piel.

Desapunta su pantalón, bajando lentamente todo a su paso, enseñando el p$ne er%cto y casi perfecto. Se desnuda por completo ante mí antes de poner una rodilla entre mis piernas para abrirse paso.

No deja de mirarme en ningún momento, ni cuando toma mi pierna, dejando un beso junto a mi rodilla para luego repetir el proceso con la otra. Sé exactamente lo que va a hacer, por eso sonrío como toda una ganadora.

En estos momentos no pienso en las cosas malas que hizo, ni en el pasado, ni en nadie más que en este preciso instante, solo me concentro en el exquisito sentir de sus labios contra mi piel, bajando lentamente.

Me muerde los muslos mientras me acaricia las piernas con sus manos, su toque no es suave, mucho menos romántico, solo me está dando lo que pedí y cuando su lengua me roza en esa parte sensible, es imposible seguir pensando en algo más que no sean sus movimientos.

“Ay por Dios”, g!mo, retorciéndome.

Con sus manos firmes en mis caderas, sus movimientos se vuelven perfectos con un ritmo increíble en mi zona. Sube y baja, su lengua se arremolina contra mi zona sensible para luego succionar, haciéndome perder la maldita razón. Es imposible que con solo su lengua ya me tenga a sus pies.

Se aleja de esa zona, clavando la mirada en la humedad que él mismo creó, sonriendo victorioso, para luego tomar mis muslos y girarme de forma sorpresiva. Adam levanta mi cadera con sus manos, dejándome a cuatro, inclinando mi pecho contra el colchón, las piernas abiertas y todo a su maldita merced.

“Maldición, eres una diosa”, susurra. Sus manos me abren las nalgas para que él pueda arremeter contra mí con su boca nuevamente, solo que ahora…

“¡Ay, carajo!”.

Me sorprendo demasiado de los dedos que se resbalan en mi interior mientras que con su dedo libre roza mi perla roja a punto de explotar. Mi cuerpo siente la necesidad de moverse como si estuviera siendo cogido ahora mismo. Balanceo mi cuerpo de adelante hacia atrás, lento, suave, porque sé que lo que viene no es nada como esto.

Siento mi propia humedad recorrerme los muslos para cuando saca sus dedos de mi interior. Puedo sentir que los chupa por el sonido que hace cuando se los saca de la boca, lo que me hace g$mir. Me palpita la entrepierna, estoy ansiosa por lo que va a venir, sin embargo, no esperaba la nalgada que me da. Fuerte, sonora, excitante…

“Espera a que traiga un condón”, dice, mordiendo mi nalga. Está a punto de salirse de la cama cuando lo detengo.

“Adam, no uses protección”, le digo.

“¿Estás segura?”, masajea mis glúteos.

“Penétrame, que hoy sí quiero sentirte en todos lados”, suplico.

Mis deseos son órdenes para él y ciertamente ni sé de dónde viene aquello de que no quiero que utilice protección cuando sería lo más sensato dada nuestra condición, pero c%gí como, siempre sin condón, no comenzaré ahora que probablemente sea la última vez.

Entonces lo siento en mi entrada, jugando con mis jugos, resbalándose de a poco hasta que de repente, me penetra. Su grosor es lo primero que siento pues está separando mis paredes a su talla, dejando en claro que no es para nada ordinario.

Recuerdo el p$ne de mi esposo, con gruesas venas a su alrededor, su cabeza grande y el largo que… maldición. Tengo que arquear la espalda a lo que Adam aprovecha para jalar mi cabello hacia atrás, llevándome con él hasta dejar mi espalda pegada a su pecho.

Su boca de inmediato se apodera de mi oreja, enviando una serie de corrientes eléctricas por todo mi cuerpo mientras su cadera se posiciona para comenzar a penetrarme en esa posición. Su mano va a mi cuello, presionando, manteniéndome en ese lugar, mientras que su otra mano saca mis pechos de mi brasier con brusquedad, dándome lo que le pedí.

“¿Vas a poder soportar mi voltaje, querida?”, g!me en mi oído.

Sus movimientos me están haciendo perder la cabeza. No puedo creer que me tenga de esta forma, tan bestial, tan dominante, penetrándome sin piedad haciendo que el sonido encharcado de nuestras partes frotándose, sean combinados a la perfección con mis g$midos.

Adam es de todo menos predecible. Me cambia de posición dejando que estemos frente a frente, se posiciona entre mis piernas penetrándome de nuevo, mientras que con ambas manos me sostiene el rostro quieto para poder besarme como se le dé la gana.

“No vas a arrepentirte ¿Cierto?”, dice.

“Cierra la boca y bésame”, le espeto.

Su delicadeza se va al carajo. Sus manos bajan a mi vientre para mantenerme quieta y poder mover mi cintura como se le venga en gana mientras me penetra una y otra vez haciéndome perder la razón.

Mis piernas se elevan por instinto, mi cuerpo me está gritando qué es lo que quiere y mi mente, incapaz de razonar en este momento, busca la liberación de esa bola de fuego en mi interior que me está quemando hasta las neuronas.

Ver su rostro, sus muecas, las gotas de sudor que se crean en su tonificado pecho no hacen más que excitarme porque verdaderamente, es un hombre con todas las letras. La bestialidad con la que aprieta mis muslos, magrea mis senos y golpea mis muslos me tienen tan perdida que no puedo ni siquiera concentrarme en tener el org%smo.

“Vamos, cariño, sé que quieres correrte para mí. Córrete, dame esa satisfacción”, g!me, pasando la lengua por mi mejilla, para luego morderme.

Me palmea uno de los senos, endureciendo aún más mi pezón que parece estar a punto de agrietarse por la fricción.

“Tócame. Toma lo que quieres”, le pido entre g$midos.

La sonrisa de satisfacción que pone es tan perversa que me fascina.

“¿No vas a quejarte? ¿Te entregas por completo para que haga contigo lo que quiero?”, me pregunta.

Niego con mi cabeza, desesperada por saber qué va a hacer conmigo.

“Sí, por favor. Libérame, Adam…”.

Sale de mi interior y me toma de las manos para levantarme de la cama. Confundida, busco su mirada, aunque está tan concentrado en acomodar las cosas, pone una almohada cerca de la orilla y luego otra encima de esta, que ni siquiera me nota. Al menos hasta que termina.

“¿Qué haces?”, le digo.

“Quieres la experiencia completa y te la daré y Te liberaré como pediste, pero será a mi manera. ¿Confías en mí?”, con una sonrisa abierta, se voltea a verme.

Da un paso hacia mí.

“No, pero adelante”, respondo.

Observo como se mueve por la habitación hasta su guardarropa de donde sale con dos corbatas. De inmediato niego con mi cabeza.

“No, no jugaremos a eso”, espeto.

“¿Quién dijo que íbamos a jugar? Cariño, la pasarás tan bien que no querrás quitarte estas cosas en toda la noche. Te lo prometo”, me dice.

Después de una discusión de más de cinco minutos, caigo rendida ante la idea de estar maniatada para él. Lo primero que hace es colocar una de sus corbatas sobre mis ojos.

La ajusta bien detrás de mi cabeza y gracias a la gruesa tela, soy incapaz de verlo, pero lo siento a mi alrededor. Así como siento las yemas de sus dedos recorriendo mis glúteos cuando gira a mi alrededor, para finalmente tomar mis dos manos en mi espalda.

Siento la tela suave apretar mis muñecas y quisiera poder negarme, pero los juegos eróticos son lo mío últimamente. Experimentar esto con él parece ser demasiado tentador y augura un buen final. Uno exquisito, de hecho.

Adam me nalguea, haciéndome saltar para luego empujarme hacia atrás. Mi espalda toca el colchón, escucho su risa de fondo y sus manos son firmes al tomarme de las caderas, posicionándome sobre la pequeña pila de almohadas que creó, la cual me deja a su completa merced.

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