Esposo infiel
Capítulo 84

Capítulo 84:

Al cabo de una hora, entre peinado y maquillaje, estoy lista. No me arreglé demasiado, pero conociendo a Nick seguramente me llevará a uno de los restaurantes más costosos, porque siempre ha sido algo ostentoso. Es la clase de persona que le fascina enseñar lo que tiene y lo que puede darte.

Cuando salgo en busca de un vestido, obtengo la dirección en mi móvil. Apenas suena la notificación de que tengo un mensaje nuevo, Adam aparece en el cuarto, observándome de pies a cabeza.

“¿Por qué te preparaste tanto? Ni siquiera sales así conmigo”, reclama.

“¿Tengo que explicar el plan cientos de veces? Cálmate, es solo un almuerzo y toma asiento, que el vestido que me pondré te dejará peor”, ruedo los ojos.

Me fascina esta etapa suya donde reniega de absolutamente cualquier hombre que se acerque a mí, lo cual es lindo. Se siente bien querer ser protegida de todo, pero al mismo tiempo me fascina la atención. Descubrí eso de mí.

Tener las miradas atentas a cada paso que doy, admirando mi belleza, mi cuerpo y mi elegancia, creo que es uno de los mejores momentos que vivo cuando salgo de casa. Y hoy no será la excepción.

El vestido blanco que se ciñe a mi cuerpo resaltando mis curvas, tiene un escote profundo que lleva al centro de mi vientre y aunque es un poco tentador, no pierde la elegancia. No llega a ser vulgar, solo… es la clase de vestido que usas como arma mortal.

Me coloco los tacones negros para combinar con el bolso que escogí y apenas salgo, los ojos de Adam me queman. Sus ojos me recorren como a un trozo de carne lo cual me fascina, más que nada porque estará pensando en qué demonios pasará en esa reunión hasta que regrese.

“¿Te gusta? ¿Crees que es demasiado?”, pregunto, usando mi tono más seductor, incluso modelo un poco para él

“Estás yendo muy lejos, Ava. Esto… carajo, no puedo soportarlo”, con frustración se frota la cara.

“¿Te gusta ponerme de esta forma? Sabiendo que no puedo tocarte, lo disfrutas como la p$rra que eres ¿No es así?”, dice y me hace sonreír.

Hago una reverencia sin descolocar un solo pelo de mi peinado.

“Esa soy yo. Te veré en unas horas”, camino hacia la salida.

“’¿Horas? No pensarás estar horas con él ¿Cierto?”.

“Adam, regresaré cuando la cita termine”, ruedo los ojos, volteando para enfrentarlo.

“Ahora es una cita”, alza las cejas.

Una pequeña carcajada sale de mi garganta mientras abro la puerta. Responderle sería una declaración de guerra entre comentarios que solo me harían perder el tiempo, así que escojo salir de mi propia habitación, casi corriendo al elevador para no oír con claridad lo que está gritando a todo pulmón.

Es algo gracioso cuando quiere y sus celos, cosa que no había conocido antes, me tienen demasiado contenta como para disimularlo porque si bien esto se trata de un plan para poder tener las cosas a nuestro favor, también tiene un punto en su contra, que es demostrarle que sin importar cuánto tiempo perdió con su amante, le dolerá más perderme a mí. Porque lo hará.

El divorcio es algo claro, por fin he logrado que él incluso desista de su tonta idea de querer permanecer casados cuando ni siquiera lo hicimos por amor la primera vez. Algo así tuvo que terminar, máximo un año después de haber cometido semejante idiotez de nuestra parte.

Las puertas del elevador se abren y obtengo la mirada de varias personas que caminan a mi alrededor. Mis pasos son firmes a la salida, no demuestro emoción alguna en mis facciones porque en el camino hacia el coche que espera en la entrada del hotel, el cual llamé, me doy cuenta de que esto se está volviendo algo serio.

El chófer me abre la puerta trasera permitiéndome el paso, le indico la dirección cuando sube poniéndonos en movimiento, para luego asegurarme de que dentro de mi bolso cargo mi gas pimienta y el paralizador. Dos cosas indispensables en el bolso de cualquier mujer.

Me concentro en el camino durante los minutos siguientes. Las calles de Miami son tan diferentes a la de mi ciudad pues aquí puedes transitar sin tener que preocuparte por ninguna clase de atasco en la carretera.

Las personas prefieren caminar o fácilmente las bicicletas para disfrutar más de la vista, cosa que me fascinaría poder hacer de no ser porque tengo dos psicópatas detrás de mí todo el p%to tiempo.

“Llegamos, Señora Byrne”, dice.

Me trago el comentario, saliendo del coche.

“Gracias. ¿Estarás aquí, cierto?”, pregunto.

El hombre asiente. Un hombre de edad, el cual me trata con tanto respeto que me recuerda a mi padre.

“Por supuesto que sí. Cuando acabe, yo la llevaré a su hogar”, comenta.

Le sonrío antes de entrar al restaurante, que como dije antes, es uno de los más elegantes, si es que no es el más elegante de todo Miami. La entrada es reluciente, el tono veraniego se deja ver en casi todos los locales a la redonda, pero sin perder la elegancia digna de alguien con dinero.

Doy mi nombre en recepción. La mujer me sonríe, toma una carta y me pide que la siga hasta la mesa donde mi acompañante ya ha llegado. Según ella, una hora antes.

“Ava, querida”, Nick se pone de pie para recibirme y de no ser porque intenta hacerme daño, hasta me parecería atractivo el infeliz.

Le sonrío, con toda la falsedad que puedo, mientras recibo algo incómoda su abrazo pues sé que la única razón de abrazarme, es porque quiere, sentir mi cuerpo cerca.

“Luces fantástica. Permíteme, por favor”, dice.

Abre la silla para mí y luego me acomoda mientras la recepcionista me entrega el menú con una sonrisa. Le doy las gracias, nos dejan solos y cuando él toma asiento frente a mí, noto que algo cambió en él pues la seriedad toma todas sus facciones.

“No me dijiste que venías a Miami”, comenta.

“Tú tampoco lo hiciste ¿Desde hace cuánto que estás aquí?”, sonrío, pegando los ojos en la carta.

“Una semana, quizás. ¿Tú?”, hace una mueca, restándole importancia.

“Más tiempo que ese. Me hubiera gustado que me dijeras que vendrías, así al menos nos habríamos visto con más frecuencia”, desvío la atención de aquella pregunta, respirando profundo para obtener su mirada en mis senos, algo que logro sin problemas

Sonríe, apoyándose contra el respaldo de su silla. Tiene un porte atractivo, típico porte de infeliz manipulador pues puedo ver a millas de distancia que está analizando con cuidado cada una de mis palabras, así como yo hago con las suyas.

“¿Y dónde está Adam?”, dice.

“Bueno, tuvimos que venirnos por los ataques en nuestra casa. Fue casi una orden de la policía el alejarnos. Y vinimos aquí, donde pensé que podríamos tener una oportunidad, pero él… Adam no sirve como esposo y era sabido que iba a volver a engañarme”; trago grueso. Finjo una sonrisa triste, bajando la mirada para que crea que, en realidad, él me duele.

“¿Te engañó aquí?”, pregunta.

Supe que apenas mencionara el tema de la infidelidad caería redondo. Y lo hizo.

“Sí. Con una lugareña, pero bueno, supongo que no tenía que esperar mucho de un hombre como el ¿Cierto? Tú lo dijiste, merezco algo mejor”, espeto.

“¿Y eso soy yo? ¿Quieres que tengamos una oportunidad?”, dice, acercándose a la mesa con cautela sin romper contacto visual.

“Solo si la propuesta sigue en pie. Dijiste que me esperarías”, me encojo de hombros.

Sonríe, como si hubiera ganado una guerra no declarada.

“Sigue en pie. Pero tengo condiciones”, asegura

“¿Condiciones?”, digo.

“Tienes que quitártelo y firmar los papeles del divorcio cuanto antes. No quiero que la prensa me acuse de ser infiel igual que él”, señala el anillo en mi dedo

“Eso no pasará, porque ya pedí el divorcio. Él también accedió”, le digo.

“¿Accedió? ¿Así sin pelear? ¿Qué hay de las acciones?”, frunce el ceño, interesado en el tema.

“¿Qué hay con ellas?”, pregunto.

“Las de la empresa, ¿Seguirán como socios?”, responde.

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