Esposo infiel -
Capítulo 81
Capítulo 81:
POV Ava.
Suena demasiado romántico, seguramente todas las noches siguientes tendremos eventos como ser un ensayo de la boda o demás, y por eso necesito un buen equipaje para poder tener todo listo.
Lo primero que se cruza por mi mente son los productos de higiene personal, así que obligo a Adam a entrar a una farmacia. Luce como un pez fuera del agua, observando todos los productos que pongo en el carrito.
“Cariño, es una isla, no otro mundo ¿De verdad necesitas tantas cosas?”, bromea.
Me pongo de puntillas para poder alcanzar el protector solar que por alguna razón decidieron E ponerlo a la altura de gigantes, porque ni siquiera en esta posición soy capaz de alcanzarlo.
Estoy tan concentrada en lo mío, que cuando siento su cuerpo rozarme por detrás, solo soy consciente al tener un choque eléctrico en mí, que me eriza cada uno de los vellos que poseo.
Puedo sentir su miembro rozar mi espalda, pero solo por unos segundos y creo que ni siquiera fue intencional porque cuando volteo a verlo no tiene una sonrisa idiota en su rostro, sino que me tiende sereno el protector que quería alcanzar.
“¿Otra cosa que necesites?”, dice.
Trago grueso. Tengo que quitar de mi mente ese momento el cual me desequilibró y no por una buena razón. Dije que no me acostaría con él por obvias razones, pero el tiempo que ha pasado, el saber lo bien que lo hace y sus roces, sumado a que estoy a punto de ovular, es decir que el deseo ser se ha elevado.
Respiro profundo, tengo que voltearme para no caer en su mirada penetrante y hacer de cuentas que nada pasó.
“¿Ava?”, pregunta.
“¡Perfumes! Necesitamos perfumes”, espeto.
No se queja, no dice absolutamente nada y me cae genial porque a estas alturas, lo último que necesito es que se la pase quejándose. Termino poniendo de todo en la cesta, salimos con dos bolsas grandes de productos de higiene y después, finalmente, podemos avanzar con la ropa.
Primero buscamos lo suyo. Entramos a Dolce buscando un traje de playa, porque de seguro tendrá que vestir algo informal, y aunque quiero ayudarlo no soy la única puesto que las empleadas se pelean por ver quién lo atenderá. Creen que es alguien sumamente importante y con dinero, cosa que sí, pero además piensan que está soltero.
“Iré a ver allá”, dice, señalando la parte trasera del local.
Sonrío.
“Adelante, ahora voy contigo”, le digo.
Adam avanza y una vez que lo tengo unos cuantos metros lejos, me volteo hacia el grupo de Señoritas que no hace más que despotricar sobre quién lo atenderá.
Son tres, jovencitas, todas rubias como si eso fuera un requisito para trabajar aquí y esbeltas, como las modelos. Ni siquiera me determinan y no es hasta que me paro junto a ellas, que me notan.
“¿Necesita ayuda, Señorita?”, dice.
“Señora. Mi esposo y yo estamos buscando algo para una boda en la playa. ¿Alguna sería tan amable de enseñarnos algo?”, corrijo con firmeza.
Apunto a Adam, enseñando la sortija de matrimonio con el diamante brillante el cual no me he quitado desde que sé, él me lo devolvió mientras dormía.
Se miran entre sí y el color abunda en sus mejillas. Se sienten tan avergonzadas que causa risa, pero al menos una de ellas se recompone rápido, pidiendo que la acompañe.
En el camino no entiendo por qué demonios no fui capaz de dejar pasar su actitud, de todas maneras, muy pronto Adam será un hombre libre, aunque mi mente de inmediato me recuerda que sigo siendo su esposa, por lo tanto, me debe respeto.
Le entregan cinco cambios de ropa. Lo bueno de él es que no piensa demasiado y solo busca que le quede. Los primeros trajes son casuales, uno formal y de repente, abandona el probador con un pantaloncillo demasiado ajustado en la entrepierna, lo que deja ver su…
Tanto la empleada como yo nos quedamos atontadas al ver su er%cción prominente. Él parece ni siquiera notarlo sino hasta que clavo la mirada en su cosa pues de inmediato se cubre. Carraspeo, llamando la atención de la empleada.
“Necesitamos otra talla ¿Es que no te diste cuenta de la er%cción? ¡Maldición, piensa un poco!”, digo apresurada, acercándome a Adam quien regresa al probador
“No lo noté, es solo que… nada, olvídalo”, frustrado, sigue tapándose
El pequeño espacio que tiene para cambiarse llama mi atención, porque además de ser escaso los metros cuadrados, yo me acerqué demasiado, tanto así que de un simple alargue de mi mano y termino tomando su…
“¡Ava!”, grita.
“¿Qué sucede?”, subo la mirada a sus ojos.
“Nada, yo… te veo con ese vestido y tus p$zones están duros, no sé, quizás fue eso lo que lo despertó”, sacude la cabeza, mirando mis labios.
“Vamos, al menos eres sincero”, ruedo los ojos, intentando no caer en sus palabras.
De repente el aire comienza a faltar y como buena sobreviviente que soy, retrocedo varios pasos para poner distancia entre nosotros. No quiero ni si quiera verlo cuando salgo del vestidor, solo me enfoco en la empleada que trae consigo varios talles extras.
“Se las daré a su esposo”, susurra, pasando a mi lado.
Entrega las prendas casi sin ver, haciéndome reír. Resulta que al final sí puedo ser intimidante sin necesidad de decir palabra alguna, supongo.
Adam no sale para este cambio, solo escoge el que le va bien y luego lo sigo a la caja registradora donde paga todo con su tarjeta. Ninguno de los dos dice alguna cosa, caminamos en silencio por algunas tiendas, hasta que encuentra una donde venden vestidos preciosos.
Esa pequeña interacción que tuvimos es demasiado peligrosa, me doy cuenta de ello. Ahora mismo ni siquiera podemos hablarnos, pero hago un esfuerzo para que las cosas no sean tan incómodas.
“¿Crees que encontramos algo ahí?”, pregunto intentando parecer normal.
“Supongo. Podríamos entrar a ver”, él carraspea.
Lo hacemos. Al principio quedo maravillada con un vestido amarillo, cruzado al frente, demasiado informal, digno de la playa. Escojo seis vestidos de diferentes colores, shorts, tops, blusas, tacones.
Prácticamente un nuevo guardarropa, pero la parte más importante viene cuando llegan los trajes de baño.
Adam espera como todo un chico bueno fuera del vestidor, pero por alguna razón este juego entre nosotros de los roces y demás, está cobrando gran parte de mi propia cordura, por eso no lo pienso dos veces cuando me miro en el espejo con el traje de baño negro, calado en los senos, profundo en la entrepierna y apretado, antes de salir, obteniendo de inmediato su mirada en mí.
Veo que se ha quedado sin habla, y no es el único, pues un hombre también se detiene a ver, pero es su esposa quien lo arrastra hacia la salida. Mi esposo, quien no se dignó a mirarme en cinco años de matrimonio, está que bota baba de su boca ahora mismo mientras camino hacia él, sin romper el contacto visual.
“Carajo… ¿Estás segura de que quieres llevar esa cosa a la isla?”, pregunta, casi sin voz.
“¿Por qué no? Es bonito”.
“Es precioso. Es más que eso, estás hecha toda una diosa y tus caderas… mi%rda, esas caderas que…”, parpadea rápidamente.
“Adam…”.
“Cariño, ¿Buscas provocar más de un divorcio después de este viaje? Porque estoy seguro de que muchos querrán tenerte”, me dice.
Me encojo de hombros.
“Pero ninguno podrá, incluyéndote ¿Es demasiado?”, digo y le saco una sonrisa.
Suelta un suspiro, dejando su barbilla en su mano, analizando cada una de mis curvas como si se tratara de una obra de arte. Incluso siento que sus ojos me están quemando ahora mismo, sin embargo, no me muevo a ningún lado.
“No, es perfecto. ¿Hay más? Porque podría hacer toda la noche”, dice.
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