Esposo infiel -
Capítulo 70
Capítulo 70:
“Ava…”.
“¿Si te pregunto algo, responderás con sinceridad?”, le digo.
Mi pregunta lo deja confundido.
“¿Qué quieres saber?”, cuestiona.
Clavo la mirada en él. Se nota nervioso y es que cada que está en esta posición, parece esperar lo peor, cuando en realidad esa sería mi tarea.
“La casa de Miami… ¿Fue uno de los lugares donde la llevaste?”, digo.
“¿A quién?”, pregunta.
“¿A quién más? No me hagas mencionarla”, ruedo los ojos.
“¿A Kim?”, dice.
Asiento.
Espero paciente por una respuesta que no llega, más que sus constantes miradas de un lado al otro, como intentando buscar una salida para no dar una respuesta que ya dio sin saberlo.
“Bueno, yo…”.
“No quiero que me andes con rodeos, Adam. La trajiste aquí ¿Sito no? Es simple”, digo.
“Sí, la traje aquí”, baja la mirada.
A este punto ya tendría que estar acostumbrada a los golpes que recibo de su parte, los cuales parecen ser interminables. Realmente, tendría que estar curtida por todas las veces en las que me ha lanzado verdades que me lastiman el pecho, el orgullo y el poco corazón que quedaba latiendo por él.
La casa de Miami no era especial, pero era mía. Nuestra.
Una donde se suponía que vendríamos a veranear juntos, visitando la playa que es mi delirio y visitando los p%tos restaurantes más elegantes de la ciudad. Esa casa fue comprada por los negocios que él y yo tenemos aquí, por los bancos y clientes que quedan a solo pasos, pero ahora… ahora tendremos que venderla.
“Fue algo repentino. Regresábamos de un viaje y Miami solo era una parada transitoria, pero el clima empeoró. No podíamos subirnos al avión sino hasta el día siguiente y sabes que los hoteles no me agradan así que fuimos a la casa”, dice apresurado.
“No quiero escucharlo”.
“Sí, si quieres. Al parecer necesitas de mis recuerdos para odiarme más de lo que ya lo haces, así que escucha con atención. Fuimos a la casa, dormimos ahí y al día siguiente regresamos a Nueva York”, reniega.
Lo miro con tanta intensidad, que incluso los ojos comienzan a dolerme, cosa que jamás me había sucedido y es que, todo el drama con mi madre, las verdades que me gritó y la frustración de tener que estar a su lado incluso ahora, me están pasando factura y es que llevo demasiado tiempo conteniendo todo lo que estoy sintiendo solo para no estallar y hacer de este viaje una completa pérdida, pero supongo que es lo que estaba destinado a suceder, porque no puedo contenerme más.
“¿C%gieron ahí?”.
“Ava, por favor…”, rueda los ojos, exasperado, buscando con la mirada su habitación para salir corriendo.
“¡¿C%gieron ahí?!”, espeto.
“¡Sí! Sí, c%gimos ahí, Ava. ¿Contenta? ¿Satisfecha, masoquista?”, grita, enfrentándome.
Me río, bajando la mirada para que mis ojos traicioneros no dejen ver la mi%rda que cruza por ellos al analizar sus palabras.
Todo a nuestro alrededor se queda en silencio, mi mente incluso se ha quedado repitiendo esos videos depravados de ambos desnudos, disfrutando de sus cuerpos, lo que me revuelve el estómago y despierta en mí esas ganas bestiales de beber litros de licor para poder olvidarlas, pues es la única forma.
Creo que, la única verdad que hay en sus palabras, es que de hecho sí soy una masoquista porque no puedo evitar preguntarme…
“¿Cuándo fue eso?”, pregunto.
“Cariño, ya no me hagas decirlo”, responde.
“Adam…”, inquiero.
“¡No quiero hacerte daño!”, espeta.
“Dime cuándo fue”, lo enfrento.
Suspira, agotado y frustrado, mirando al techo en busca de alguna señal divina de salvación, pero no hay salvación para los infieles como él y las malditas como yo.
“Adam…”.
“Hace tres meses”, admite.
Me río. Es lo único que me sale ahora mismo.
“Eres un hijo de p%ta”, gruño.
No le digo nada más, solo me aproximo hasta el botón del ascensor el cual presiono con fuerzas varias veces, como si hacer aquello fuera una forma de hacer que venga más rápido a mi lugar, cuando es todo lo contrario.
No quiero ni verlo, ni escucharlo, mucho menos tenerlo cerca por el asco que me da el saber que a esa fecha, donde él regresó de ese viaje, nosotros continuábamos teniendo se%o como un matrimonio normal, donde ese contacto era el único que teníamos.
Me revuelve el estómago de solo pensar que c%gió con ambas el mismo día.
“¿Dónde vas? Ava…”, dice.
“Vete, Adam…”, le corto.
“No hasta que me digas dónde vas. Si quieres voy contigo para…”, dice con firmeza.
Volteo para enfrentarlo.
“Voy a beber, cariño. Iré a beber hasta perder la consciencia para olvidar que tendré que vender esa casa infestada de tu porquería y la de ella, y quizás, incluso charlaré con un hombre para al menos pensar que no toda la gente es igual de hija de p%ta que tú”, digo, con toda la ira que puedo.
“Iré contigo, no puedes…”, aprieta la mandíbula.
“¡Claro que puedo! ¡Puedo y lo merezco, porque tengo que sacarme de la cabeza toda la mi%rda que me hiciste. Puedo beber y tengo permitido ser una p$rra, porque no hiciste más que joderme tres p%tos años seguidos sin siquiera preocuparte por mí o mis sentimientos, así que déjame que haga lo mismo al menos una vez, porque te juro, Adam, que la única forma en que soportaré estar a tu lado este tiempo, es sabiendo que sufres igual que yo”, grito furiosa.
“¿Planeas dormir con un desconocido solo para vengarte de mí?”, su mirada se endurece al oírme
“No, planeo dormir con alguien para saber que, sin ti, igual y sigo teniendo una vida. Esta noche, Adam, serás tú quien se desvele por primera vez, esperando a que yo llegue, cosa que quizás ni siquiera haga”, digo, entregándole mi sortija de matrimonio, la cual observa con total desconcierto porque desde que la puso en mi mano hace cinco años, jamás había dejado ese lugar. Hasta ahora.
Las puertas del ascensor se abren y yo ingreso, viendo el rostro desconcertado de Adam por última vez antes de que el metal nos divida, al igual que los pisos que comienzan a poner distancia entre nosotros.
Apenas llego a la planta baja, lo primero que noto es que todavía traigo la ropa con la que viajé, y de hecho, me siento algo sucia. Bien podría al menos darme un baño, pero ahora que estoy aquí, rodeada de visitantes que se pasean con poca ropa y sonriendo, me digo a mí misma que mi vestimenta no tiene nada de malo.
Camino por la recepción, repensando en qué haré y cómo soportaré las semanas siguientes, pero por ahora no encuentro ninguna solución a mis problemas, mucho menos al problema mayor, Adam.
¿Cómo se supone que pasaremos semanas juntos si a cada nada estamos discutiendo?
Y detesto discutir porque me convierto en una persona malvada que dice cosas que no debería, como que iría por un hombre. ¿Para qué demonios necesito un hombre ahora mismo?
Tengo un esposo y ya me ha dado bastantes problemas así que no necesito otro bastardo en mi vida. De hecho, creo que me cerraré por completo a los hombres. Si, eso haré. O al menos es lo que pienso hasta que voy al bar del hotel, donde me pido un cóctel, para poder comenzar la noche.
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