Esposo infiel
Capítulo 69

Capítulo 69:

POV Ava.

Dado que viajamos en primera clase, no nos toma demasiado tiempo recibir nuestras maletas así que en poco tiempo, estamos en la salida, buscando un taxi que nos lleve hasta el destino que escogí. El, por supuesto, no pregunta nada.

Cree que dejando que decida todo me da espacio y la libertad de hacer con nuestras vidas lo que se me venga en gana, pero tampoco es algo absolutamente necesario, porque, a decir verdad, tomar las decisiones es lo de menos.

Yo puedo manejar su vida, pero no su corazón y eso es lo que me molesta, porque ese no me pertenece.

Quitando esos pensamientos tan negativos de mi mente, me enfoco en el camino. Intento, por todos los medios, hacer de cuentas que todavía estamos en la sala del hospital donde pasamos unas buenas noches haciéndonos compañía, conociéndonos un poco más, teniendo el espacio necesario para poder charlar de películas y cosas que nos agradan a ambos.

Pero las palabras de mi madre son las que me arrastran a ese lugar oscuro donde lo único que pienso y se repite varias veces, es la infidelidad de mi esposo.

Sinceramente, no puedo creer que mi madre se hubiera atrevido a hablarme de esa forma, cuando ella hizo eso mismo, quedarse con el infiel. Entiendo que, como madre, quiere lo mejor para mí, pero no deberías criticar a otro cuando tu vida no es ejemplo de nada.

Decir que estoy molesta es poco. Mi madre no tiene idea de que el permanecer al lado de Adam es puro instinto de supervivencia, y también un poco de amor de mi parte porque no me hubiera perdonado que algo grave le hubiera sucedido.

Parte de mi venganza era hacer pedazos su vida, más no herirlo de gravedad. Ese no es mi estilo. Yo soy más de arruinar su carrera, su vida personal, su status social y más que nada, su ranking de popularidad.

Cosa que logré con éxito porque las compañías solo quieren trabajar conmigo, mi agenda está tan llena que incluso podría tener trabajo hasta el año entrante mientras que a él, apenas le llegan remodelaciones de bajo nivel con las que no va a ganar casi nada.

Además, lo echaron de la mayoría de los clubes de caballeros donde estaba metido. Las personas con dinero de Nueva York ya no soportan a los infieles, mucho menos a los infieles tan hijos de p$rra como Adam, quienes en vez de c%gerlas y dejarlas, las tienen como trofeos durante años y años, haciéndoles pensar que dejarán a la esposa, cuando aquello claramente jamás va a suceder.

Mi propia mente se convierte en mi peor enemigo a veces, como ahora, que de solo pensar tengo una jaqueca terrible, lo que conlleva a tener un humor de perros.

“¿Dónde vamos? Porque la casa donde solíamos…”, pregunta entonces, abriendo la boca por primera vez.

“No iremos allí. Nos quedaremos en un hotel”, le corto.

“De acuerdo”.

No discute conmigo, ni siquiera pregunta en qué hotel o por qué, pero supongo que esa última pregunta tiene su respuesta ya que es más que obvio que no querré ir a la casa donde de seguro la llevó, donde estoy más que segura que c%gieron en la misma cama donde yo estaría durmiendo y donde los recuerdos no van a hacer más que ponerme de un humor de perros todo el día, sin contar que, por instinto de supervivencia, es mejor quedarnos en un lugar donde los demás no puedan rastrearnos.

En este caso, un hotel de lujo en el centro de Miami, donde los turistas se acoplan. Es el escenario de la mayoría de las películas rodadas aquí, así que tendremos bastante gente a nuestro alrededor, lo que me vendría bien porque no me he tomado unas vacaciones en mucho, mucho tiempo.

Para cuando estamos ingresando a la entrada del hotel, un botones viene hacia nosotros, tomando nuestro equipaje, para luego seguirnos. Ingreso primero, voy hacia la Señorita de recepción, donde me recibe con una sonrisa de oreja a oreja.

“Quisiera dos habitaciones para uno, por favor. En lo posible, que estén en el mismo piso, pero bastante lejos una de la otra”, digo.

Siento la presencia de Adam detrás de mí, quiere hablarme, pero me enfoco en la jovencita que busca lo que le pedí con cierta confusión en su rostro al ver mi sortija de matrimonio.

“¿Tienes algo?”, le pregunto.

“Señora. Tengo dos habitaciones en el piso cincuenta y tres, y…”.

“Quiero habitaciones de lujo, en lo posible”, espeto.

“Son de lujo, Señora”, ella me mira.

“De acuerdo. Las tomo”, respondo.

“¿Le gustaría dejar asentada su salida o desea pagar por día?”, pregunta.

Le entrego mi tarjeta de crédito.

“Estaremos aquí un tiempo, así que carga todo a esta tarjeta ¿Podemos subir a los cuartos?”, digo sonriendo.

“Por supuesto, cargaré todo, entregaré sus papeles y para cuando suban, estarán esperando sus maletas en sus respectivos cuartos”, responde.

Le agradezco la atención, también el que me entregue todo en un tiempo récord. El botones ya desapareció con nuestras maletas y yo me dirijo al ascensor seguida de Adam quien parece querer saltar hacia las escaleras.

Lo conozco tan bien que sé cuándo está frustrado, como ahora, que apenas puede mantener la boca quieta porque está demasiado furioso como para poder serenarse.

“¿Tienes algo qué decir?”, me atrevo a preguntar.

Clava la mirada en mí desde el reflejo de las puertas metálicas. Solo suspira pesado, no dice nada.

“Adam, tenemos más de veinte pisos por delante así que dime lo que tengas atorado en la garganta, porque parece que es mucho”, ordeno.

“Me alegro que mi malestar te resulte gracioso”, bufa, molesto.

“Tu malestar lo desconozco, lo que me resulta gracioso son tus expresiones. Luces como estreñido, pero adelante, dime qué pasó contigo”, digo.

“¿Lo que pasó conmigo? Esa pregunta debería de hacértela yo”, responde.

Lo miro, con el ceño fruncido. Estoy a punto de preguntarle a qué se refiere cuando las puertas se abren a mitad de camino permitiendo que dos personas ingresen. Tenemos que guardar silencio y durante el transcurso compartido, analizo sus expresiones.

No me cuesta entender por qué está molesto, porque, a decir verdad, esperaba esta reacción, lo que no entiendo es por qué se queda callado pues es algo que él jamás ha hecho.

Al menos conmigo. A mí, solía discutirme hasta porque la carne tenía dos minutos más de cocción, lo que era insoportable a veces. Veo que sí está haciendo un esfuerzo por intentar mejorar, así que no presiono demasiado cuando las puertas finalmente se abren en el piso donde se supone que ambos debemos de estar.

Espero a que las puertas se cierren, donde los extraños no van a ser testigos de nuestra seca y casi ultrajada relación, y me enfrento a un molesto Adam quien ni siquiera me está mirando en estos momentos.

Le tiendo su llave.

“Tu habitación está por allá Todo será cargado a la tarjeta de la empresa, así que pide lo que quieras”, apunto al final del pasillo.

“¿No vamos a hablar sobre esto?”, rueda los ojos.

“¿Sobre qué?”, espeto.

Señala nuestro alrededor.

“¡Esto! Tu decisión de venir a un hotel cuando tenemos una casa veraniega a tan solo una hora de aquí ¿Por qué no quisiste ir allí?”, apunta furioso.

“Quiero creer que no eres tan idiota como para en serio no saber la respuesta a esa pregunta”, cruzo los brazos sobre mi pecho.

“No, la verdad no tengo ni idea de por qué no quieres ir. Ilumíname”, niega con su cabeza.

Inhalo profundo.

Me dije a mí misma que cada vez que me tocara hablar sobre este tema, no iba a flaquear, mucho menos a demostrarle que en verdad me duele, pero cada vez que lo menciona, cada que recuerdo los videos interminables de ambos c%giendo en las oficinas, lo que me causa repulsión de solo tomarlo, tengo ganas de gritarle a todo pulmón lo idiota que fue, pero me contengo.

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