Esposo infiel -
Capítulo 67
Capítulo 67:
“¿Viniste a visitar a Adam solo para abofetearlo?”, pregunta.
Su madre se acomoda su cartera sobre el hombro.
“Vine para llevarte a casa con nosotros. No vas a ir a vivir con él de nuevo. Te lo prohíbo”, aclara, dejando a mi esposa sorprendida.
“¿Me lo prohíbes?”, Ava se ríe mientras sacude la cabeza.
“Así es”, responde.
“¿Es que olvidas que soy una adulta? Mamá, tú no puedes prohibirme nada, así lo quieras”, espeta.
Ava no dice nada más, solo viene hacia la cama, cerrando la maleta donde tengo mis cosas, luego de guardar lo que seguramente son papeles con ordenes médicas para posibles chequeos.
La situación es un poco incómoda, su madre continúa de pie en el cuarto y ella intenta hacer como que nada pasa, cuando en realidad, pasa de todo. Quiere salir del cuarto, pero la tomo del brazo, obligándola a que me mire,
“¿Qué sucede?”, pregunta.
“Habla con ella. Tienes que hacerlo”, susurro.
Frunce el ceño.
“No tengo nada de qué hablar. No soy una jovencita enamorada, soy una adulta que es capaz de tomar sus propias decisiones sin importar lo que diga su madre ¿Quieres que siga sus órdenes?”, dice en voz alta.
“No, quiero que te lleves bien con ella porque no me gusta que se peleen por mí”, digo.
“¡Nadie pelea por ti! ¿Crees que esto es por ti, maldito egocéntrico? Esto es porque sin importar lo que le hagas, parece que ella jamás se alejará de ti. Tiene que ver con que le has lavado el cerebro seguramente, prometiéndole cambiar y una vida llena de felicidad ahora que tu amante te abandonó”, me grita mi suegra.
Aprieto la mandíbula, recordándome que es la madre de Ava. No quiero gritarle, mucho menos ser irrespetuoso con ella, pero es que se está ganando unas cuantas verdades que, hasta ahora, nadie se atrevió a decirle a la cara.
“¿Qué le dijiste? ¿Qué serías fiel y harías lo que fuera con tal de que te perdonara? Él no va a cambiar, hija. Los hombres como él no cambian jamás. Te engañó tres años, cogió en tu oficina, en tu departamento, quizás también en la cama que compartieron durante ese tiempo y…”, continúa.
Me volteo a enfrentarla.
“La cagué, pero eso jamás pasó. Lo que pase en mi matrimonio solo nos concierne a nosotros. Ni a usted, ni a su esposo ni mi padre tiene por qué entrometerse”, digo enfurecido.
Esto es cosa de a dos, y si decidimos estar juntos, tenemos nuestras razones. Mismas que no debemos decírselas a nadie porque no necesitamos ni el permiso ni la credibilidad de ninguno de ustedes.
Hubiera continuado diciendo algunas cosas más, pero Ava me detiene, jalándome hasta la puerta. Veo en su expresión que las palabras de su madre le han causado daño y es que el tema de la infidelidad todavía sigue latente, demasiado diría yo, y siento hasta mi posición, los latidos acelerados de su corazón.
No va a demostrar que está sufriendo, se lo guardará debajo de esa coraza antiblindaje que se forjó debido a mis malas acciones.
“Te llamaré pronto, mamá, y prometo que hablaremos, pero ahora mismo no tengo ganas de tus regaños”, le dice, antes de empujarme hasta la salida.
Saluda a su padre cuando lo ve, pero sale apresurada del pasillo, caminando hasta el ascensor donde presiona el botón y para su suerte, se abren las puertas metálicas al cabo de unos cuantos segundos.
No dice absolutamente nada en todo el camino, manteniendo la cabeza gacha para que no pueda ver su expresión en todo el viaje hasta el estacionamiento donde supongo que nos estarán esperando.
Yo tampoco pregunto. A este paso comprendí que es mejor dejar que analice sus emociones, que las sienta, más cuando tienen que ver con sus padres y ahora, con mi tiempo con Kim. Cada vez que me recuerdan lo que hice, miro a la mujer que ha sido mi esposa por tanto tiempo y me siento fatal.
Incluso llegué a preguntarme cómo demonios permití que algo como eso sucediera, pero el recordar que apenas y nos estamos conociendo, con cinco años de casados, me permite tener una claridad de lo que pasaba por mi mente cada que tenía a Kim cerca.
Sacudo la cabeza, quitando de mi mente su nombre, su persona y el tiempo invertido en una relación que jamás debió de suceder.
Las puertas se abren dejándonos en el estacionamiento donde una de las camionetas que solíamos rentar, está esperándonos con la puerta trasera abierta y el chófer listo para guardar nuestra maleta en el maletero
Ella se desliza en el interior, seguida de mí. Por mi ojo no soy capaz de ver con claridad y todavía me mareo en ciertas circunstancias, como ahora, que debo recostar la cabeza echándome hacia atrás para poder respirar profundo y evitar uno de esos ataques.
Ava solo suspira. Quisiera tener un poco de fuerzas para preguntarle cómo se siente, pero en estos días aprendí que con ella es mejor dejarla sola mientras tiene sus crisis emocionales. Una vez que se le pasa, sola buscará la manera de sacar el tema a flote, pero por el momento, mantener la distancia es lo mejor.
Al menos distancia emocional, pero no física pues alargo la mano en el coche, tomando la suya, demostrándole que sin importar lo que pase por su cabeza, estoy a su lado. Y agradezco que no se mueva de lugar. Tampoco es que entrelazamos dedos o algo así, solo soy yo tocando su mano. Nada más que eso.
Durante el trayecto, los medicamentos comienzan a hacer efecto y termino durmiendo en el asiento. Las sacudidas no son nada para mí, solo despierto cuando siento que Ava se aleja de mi lado y es que hemos llegado.
Abro los ojos encontrándome con que estoy en la entrada de la que alguna vez fue nuestro hogar y por eso, bajo de inmediato imitándola
Cuando compramos la casa, a ella le fascinó. El jardín, la amplitud, incluso el vecindario, sin embargo, de aquel brillo tipo cuento de hadas, no queda nada.
Las flores del jardín están pisoteadas o quemadas, casi muertas. El césped está largo, la fuente ha dejado de funcionar y la puerta está manchada con aerosol negro, La entrada de nuestro hogar, fue vandalizado, y no quiero ni siquiera pensar en cómo estará el interior, pero debemos entrar.
Ella es la primera en hacerlo. Cruza la puerta, seguida de mí, y yo me quedo de pie en la sala, observando lo mismo que mi esposa. Cada adorno que ella colocó, cada pequeña cosa que hacía de este espacio tan grande un hogar está destruido.
Los sofás fueron abiertos de par en par, sacando el relleno que se ha esparcido por todo el lugar, los almohadones de adorno por los que discutimos varias veces, ya que fueron una pérdida de dinero y espacio para mí, están pintados o algunos ni siquiera parecen almohadones ya.
Los floreros están en el suelo, los cuadros con pintura negra, la mesa ratona rota en el centro, la alfombra cubierta de cristales y… la fotografía de nuestra boda, en la chimenea, cubierta de hollín para este momento.
El golpe es fuerte, y más cuando notamos que no fue la única parte de la casa que terminó hecha pedazos. La cocina, la biblioteca e incluso mi despacho están en igual forma.
“Esto ya no parece un hogar”, suelto en voz alta.
Me arrepiento al instante, porque lo que menos quiero es molestar, sin embargo, parece que es justo el efecto que consigo pues suelta una risa irónica, cargada de dolor que me atraviesa justo en el centro del pecho.
“Supongo que está igual que nuestro matrimonio. Destruido”, comenta.
“Ava…”.
“Recoge lo más que puedas de tus cosas, que tomaremos un avión en pocas horas. Yo haré lo mismo”, ordena.
No me permite decir nada más porque sale casi corriendo hasta el primer piso donde está su cuarto.
Ni siquiera soy capaz de verle la cara porque se fue con la cabeza gacha, y dado que mi plan de distanciamiento emocional continúa en pie, me veo casi obligado a moverme para hacer lo que me pidió.
Según las autoridades, no se llevaron absolutamente nada de la casa, que fuera de valor al menos, así que cuando voy al despacho en busca de los papeles importantes, consigo mi pasaporte y el de Ava y algunos números de clientes que son difíciles de conseguir.
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