Esposo infiel
Capítulo 66

Capítulo 66:

POV Adam.

“Creí estar enamorado, pero no fue así. Cuando el temor de perderte se hizo real, y hablo desde antes de la fiesta, desde el momento en que tuvimos esa conversación en nuestra habitación…”, le digo.

Cierra sus ojos, suspirando.

“Donde no pudiste admitir que me eras infiel”, recuerda.

“Desde ese momento, me di cuenta que el temor a perderte era más grande que mis sentimientos hacia ella”, digo, buscando su mirada

“Puede que no me creas y no te juzgo, porque fueron tres años, pero puedo asegurarte que si debo pasar el resto de mi vida intentando compensarte cada día que perdí, buscando en otro lado lo que tenía contigo, lo haré, así que destrúyeme, Ava, sé mandona conmigo, sé cruel, sé incluso abusiva si quieres, porque lo aceptaré todo con tal de estar a tu lado”, continúo diciendo.

Se aleja de mí, sacudiendo la cabeza, demostrando que detrás de esa fachada de mujer fuerte y dominante, está mi tierna Ava, la misma que me amó más de la cuenta.

“No digas esas cosas, tenemos que enfocarnos en que nadie nos haga daño y luego… firmamos los papeles del divorcio para que cada quien siga con su vida como le dé la gana”, termino de decir.

Inhalo profundo.

“Ava…”, digo.

“Entiende desde ahora que el tiempo que pasaremos juntos de ahora en más, será solo hasta que encontremos al culpable y no son una oportunidad para que me reconquistes ¿De acuerdo? Dejé en claro mi punto, yo sí quiero el divorcio así que…”, dice.

Doy un paso al frente, admirando la forma en que sus ojos brillan, ya sea de ira o pasión, cuando me tiene de esta forma.

“Te reconquistaré. Pero te pedí que te quedarás conmigo porque no dejaré que nadie te haga daño y detendré una bala con mi propio pecho en caso de ser necesario. ¿Entiendes? No dejaré que nadie, Ava, nadie, se atreva a herirte de nuevo, y moriré cumpliendo mi palabra”, le aseguro.

Ava todavía se muestra algo reticente a mis palabras. Sé bien que todo se demuestra con hechos y es algo en lo que siempre me ha ganado, incluso ahora que, en vez de ir a un hotel, porque nuestra casa está siendo refaccionada, prefirió quedarse a mi lado durante los días posteriores en la unidad del hospital donde estuve recluido.

No se movió, ni hablamos al respecto de un divorcio ni nada parecido, simplemente fuimos dos personas intentando disfrutar del momento que pasamos al lado del otro sin darle demasiada importancia al caos que se creó afuera.

Hoy por fin tengo mi libertad. Ella está firmando los papeles para nuestra salida, cosa que todavía no charlamos, cuando siento que dan dos golpes en la puerta de mi habitación, lo que me resulta extraño porque no esperábamos a nadie.

Al abrirse la puerta, lo que menos esperaba era ver a la madre de Ava, sin embargo, aquí esta, frente a mí, observándome con todo el desprecio que puede. Observa la habitación buscando a su hija, claramente, pero al ver que no está tampoco se marcha, solo cierra la puerta, colocando el seguro.

Sé bien lo que está por venir, entiendo su enojo, su ira dirigida hacia mí y más que nada, la comprendo, por eso dejo la maleta a un lado haciéndole frente.

Y la bofetada no tarda en llegar. De un momento a otro me voltea el rostro con tanta fuerza que me quita hasta el aire, pero no me quejo, ni siquiera me muevo porque, así como le fallé a Ava, también le fallé a la única mujer que se atrevió a tratarme como a un hijo.

“Llevo días enteros preguntándome cómo demonios hace mi hija para quedarse contigo, para apoyarte en estos momentos donde deberías estar hundido en la, mi%rda, y no puedo comprenderla. Por más que intente, no logro entender por qué demonios no se divorció de ti apenas supo que eras una mi%rda de persona”, la decepción en su mirada es tan notoria que incluso duele.

Trago grueso, intentando que sus palabras no me afecten como quiere.

“¿No vas a decir nada? Después de años de fingir amarla. Años de ir a casa, sentarte en mi mesa y fingir que querías formar una familia con mi hija, mientras tenías a esa puberta envuelta en tus garras. ¿Cómo siquiera te atreves a mostrar la casa? ¡Por respeto debiste divorciarte apenas ella lo supo!”, gruñe molesta.

Inhalo profundo.

Cada una de sus palabras viene cargada con tanta verdad que me resulta imposible no sentirme mal. Es más que obvio que para ella ahora mismo no soy nada y tiene razón. Fallé miserablemente a una mujer que no hizo más que entregarme su corazón y… merezco todo lo que venga de ahora en más. Incluso esto.

“Años de hacerla quedar en ridículo frente a todos, riéndote de ella a sus espaldas, de sacar a pasear a esa chica a los mismos lugares en que solías llevarla. ¿Cómo pudiste? ¡Yo te abrí las puertas de mi casa, de mi vida! ¡Te entregué a mi hija después de las declaraciones de amor eterno que hiciste! ¡Maldito ridículo!”

“Señora…”.

“¡Te cuidé, te alimenté y te besé porque creí que le serías fiel! ¿Cómo pudiste fallarle de esa forma? ¿Cómo pudiste convertirte en tu padre?”, me grita.

Aquello sí es un golpe duro. Durante toda mi vida dije que haría lo posible por no convertirme en mi padre porque fui consciente de cómo engañó a mi madre hasta el momento de su muerte, luego se casó sin siquiera tener un tiempo de luto y para colmo, ese matrimonio tampoco duró.

Su definición de amor es cambiar de pareja como cambian las estaciones en el año. Siempre lo vi como débil por no saber entregarse a una mujer y… me convertí en su viva imagen sin siquiera buscarlo.

“Convertiste a mi hija en el hazme reír de nuestra sociedad, te pavoneaste frente a todos con esta chica como si en verdad valiera la pena y ¿Ahora pretendes que te perdone lo mi%rda que fuiste? Porque eso no pasará, no dejaré que se quede contigo”, explica.

“Señora, Ava es una mujer mayor que puede tomar sus propias decisiones y…”.

“¡No puede quedarse contigo!”, espeta.

“Si ella quiere estar conmigo, no hay nada ni nadie pueda evitarlo. Las cosas son así”, respiro profundo, controlando mi temperamento y mis palabras, para no causar más daños a nadie.

Se carcajea, caminando por la habitación.

“¿Las cosas son así? Siempre pensé que eras más inteligente, que al menos tenías un poco de cerebro, pero veo que me equivoqué. Las cosas, Adam, son así porque personas como tú se conforman, pero no mi hija. Ella no se quedará contigo, así te esfuerces, Ava te dejará. Pronto”, se burla.

Asiento, dándole la razón.

“Si eso pasa, será su decisión. Pero nadie más la influirá, solo ella la tomará y estaré bien con eso, con lo que ella quiera en realidad”, afirmo, quitando la sonrisa de su rostro.

“¿De verdad crees tener oportunidad? Si se quedó contigo es para no…”, ofuscada, se planta frente a mí.

“Sea cual sea la razón por la que decidió quedarse, es suya y de nadie más”, le corto, perdiendo un poco la razón.

“No sé qué pretende, si quiere que ella me abandone o qué, pero le recuerdo que si nos casamos sin conocernos, fue por la presión que las dos familias ejercieron para dejar la empresa sobre nuestros hombros”, continúo diciendo.

“Si ella y yo no congeniamos como para ser esposos en su momento, fue su maldita culpa también porque creyeron que el amor nace de la nada, del dinero como le creció a usted, pero a nosotros esa táctica no nos funcionó, porque ninguno estaba desesperado por tener poder como usted cuando se ‘enamoró’ del padre de Ava”, termino de decir.

Aquellas palabras me valen otra maldita bofetada más y si sigue así, terminará por tirarme los dientes. Doy gracias al cielo que Ava desde afuera comienza a exigir que le abran la puerta y no tiene otra opción más que quitar el seguro, enfrentándose al ceño fruncido de su hija, quien posa la mirada en mi mejilla de seguro enrojecida.

“¿Qué te pasó? ¿Por qué la puerta tenía seguro?”, pregunta confundida.

Trago grueso, guardando silencio.

“¿Qué haces aquí mamá?”, pregunta Ava.

Por el tono de su voz, ser nota a leguas que ambas tuvieron más de una conversación incómoda porque se miran, además, como si hubieran quedado demasiadas cosas al aire y jamás he sido de entrometerme en su relación, más que nada porque intenté siempre no estar presente cuando se disgustaran, pero ahora mismo, se siente la tensión en el aire y es más que obvio que su tensión lleva nombre, y es el mío.

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