Esposo infiel -
Capítulo 54
Capítulo 54:
Él solo asistió, y no lloró cuando me vio de blanco, algo que siempre pensé que pasaría con la persona que pasaría el resto de mi vida. Supongo que fueron señales a las que no les presté atención, pues de haberlo hecho quizás no estaríamos en esta posición.
Me jodió demasiado saber que tenía a otra porque lo intenté y eso es lo que más me cabrea, que sabiendo que era un hijo de p%ta, pensé que, siendo amable, honesta y cariñosa con él, llegaría a despertar siquiera un poco de cariño a mi persona, cosa que jamás sucedió porque no jodes a alguien a quien quieres.
Cuando pienso en eso, me doy cuenta de lo errada que he estado todo este tiempo.
Una nube roja de ira se apoderó de mí en el momento en el que vi que estaba con otra mujer en el día de nuestro aniversario y desde entonces no he dejado de preguntarme por qué fue capaz de hacerme esto cuando se suponía que éramos felices juntos, y ahora me doy cuenta que quizás solo yo lo vi de esa forma.
Jamás me puse a pensar en si él era feliz porque no tenía ninguna clase de obligación de amarme. Lo supe en el momento en el que acepté casarme con él, lo supe en cuanto me dijo que no podía esperar mucho de su parte porque nos casamos solo porque… estábamos destinados.
Una risa tonta sale de mi garganta, en medio de las lágrimas, y es que me engañé sola creyendo que iba a serme fiel cuando desde el primer momento, dejó claro, de manera implícita, que lo nuestro no era más que negocios.
Los primeros años de nuestro matrimonio, al menos para mí, fueron hermosos y es que ese es el p%to problema de nuevo, que todo es para mí y entonces surge la pregunta ¿Por qué nunca le pregunté cómo se sentía él?
Es como tener una epifanía.
Claro que no perdono lo que me hizo porque sea como sea, él prometió serme fiel, fingió quererme e incluso me dijo unas cuantas veces que me amaba y le creí, le creí por esta maldita necesidad de creer que nosotros no seriamos como nuestros padres, que nuestro matrimonio sí funcionaría, pero… ¿Y si desde el principio todo fue una mentira? ¿Y si él jamás fue feliz conmigo? ¿Y si todo nuestro matrimonio fue un engaño?
Con este pensamiento en mente, veo el amanecer por los ventanales de la oficina y sé que tengo que darme una ducha, cambiarme y por suerte, siempre dejo una muda de ropa en el armario de la oficina así que antes de que lleguen nuestros empleados, me dirijo al baño privado que tengo, el cual es completo.
Mi mente no ha dejado de trabajar desde la noche anterior, siento que tengo los ojos inflamados a más no poder por el peso y el ardor que cargo, seguramente también por la falta de sueño. Me digo a mí misma que al menos aguantaré las primeras horas para poder regresar a casa sana y salva pues no creo conducir de esta forma.
Termino de ducharme, me visto, estoy intentando darme un poco de color con el maquillaje mientras marco el primer número de la mañana para agendar una cita urgente, y el hombre detrás de la línea me asegura que vendrá en la primera hora de la jornada laboral, lo cual agradezco por ser de última hora.
Me acomodo el cabello, intento lucir un poco arreglada para el comienzo de la jornada y luego limpio mi escritorio guardando la comida que quedó, la cual, por desgracia, terminó siendo un desperdicio.
Al poco tiempo siento que los empleados comienzan a llegar. El bullicio de afuera me pone a trabajar, al menos a pedir un desayuno para poder tener algo en el estómago y ser al menos funcional por otra media jornada de trabajo.
No quiero salir de estas cuatro paredes, pero dado que soy la jefa, dejo abierta mi oficina para que cualquiera ingrese en caso de necesitarme. Por supuesto que las miradas no se hacen esperar.
A este punto de seguro piensan que terminamos discutiendo Adam y yo y por eso me quedé en la oficina, pero dado que ninguno fue tan leal hacia mí, después de conocerme por años, como para decirme que mi esposo cogía con otra en la oficina que nos pertenece a ambos, no me interesa lo que tengan para decir al respecto sobre cualquier cosa que no tenga que ver con el trabajo.
Mi desayuno llega, casi al mismo tiempo que Nick. Con su habitual sonrisa, me mira y veo que se ensancha más todavía quizás al verme arreglada. La empleada deja mi desayuno sobre la mesa de mi escritorio mientras él espera a que quedemos solos para mirarme fijamente.
“Veo que decidiste dejar de beber anoche”.
“¿Necesitas algo?”, me encojo de hombros sin darle demasiada importancia al asunto.
“Solo quería ver cómo estabas. Más bien, asegurarme de que no seas una maldita alcohólica que necesitará centros de rehabilitación luego”, sacude la cabeza.
“¿Por qué no vas a trabajar, mejor? Qué para eso se te paga”, me río.
“Te veré más tarde, jefecita”, rueda los ojos acercándose a la salida.
Nick es como un golpe de aire fresco. Con él no existe pasado, ni presente. Es sencillo sentirse cómodo a su lado porque claramente es tan relajado que incluso un problema gigante, para él sería insignificante pues todo tiene solución, y ciertamente, tiene razón.
Quizás no sea tan mala compañía después de todo.
Al cabo de unos minutos, estoy bebiendo mi café que aún está humeando; cuando siento dos golpecitos en el marco de la puerta. Levanto la cabeza para ver que se trata de Terrence Nunes, uno de los mejores abogados de todo Nueva York.
Me pongo de pie para recibirlo, estrechando su mano, sorprendiéndome a mí misma de lo joven que es. Bueno, quizás tenga unos años más que yo, para la carrera que se forjó, siempre pensé que se vería de más edad, aunque siempre lo vi de lejos.
“Buenos días, Señora Byrne. Es un placer al fin conocerla”, dice.
“Gracias, por favor, tome asiento. ¿Desea un café?”, sonrío, apuntando la silla a su lado.
“No, gracias, apenas salí de casa y mi esposa tiene una regla estricta de tener que desayunar en casa con ella y los niños, pero le agradezco”, explica.
“Oh, tiene hijos”, comento.
“Cuatro. Puede que incluso tengamos otro más en camino”, sonríe abiertamente.
“Eso es grandioso. De acuerdo, no quisiera hacer esto, pero supongo que está al tanto de la situación”, alabo.
Cuando habla de sí mismo sonríe, pero ahora que hablo de mi situación, veo que la sonrisa poco a poco comienza a titubear en sus labios hasta formar una fina línea.
“Es lamentable, pero sí”, dice.
Termino mi café, lo dejo en la bandeja la cual hago a un lado y me enfrento al hombre de ojos negros.
“Bueno, tengo demasiadas preguntas, pero antes de eso, quisiera pedirle algo y es completa exclusividad. No quiero que esto salga en los medios, que se haga grande, otra noticia, porque a fin de cuentas es lo último que necesito”, espeto.
“No se preocupe, Señora Byrne. Esta reunión y lo que sea que suceda a partir de aquí, queda en completa confidencialidad”, niega con su cabeza.
Suelto un suspiro.
“No quiero que llegue a los medios”, repito.
“No lo hará, confíe en mí que no por nada soy el mejor”, asiente.
Aquello me deja tranquila porque en cierta forma tiene razón. Su reputación lo precede así que no hago más que asentir, presionando el botón en el intercomunicador.
“Dime”, responde Adam desde el otro lado.
“Te espero en mi oficina, ahora si es posible”, ordeno.
“De acuerdo”, responde.
Su tono de voz me deja saber que no está para nada contento con lo que pasó entre Nick y yo la noche anterior, pero supongo que esta lo alegrara.
Tanto el abogado como yo nos miramos fijamente hasta que sentimos que alguien se aproxima. Apenas cruza la puerta, noto en su rostro que, como yo, no ha dormido absolutamente nada.
La inflamación que tiene en sus ojos deja ver que quizás lloró demasiado o es la falta de sueño, aunque me inclino más por la segunda opción pues bastante he quedado como tonta ya como para seguir fingiendo que estaba llorando por mí. Nos ve y frunce el ceño de inmediato.
“Cierra la puerta, por favor”, le digo.
Lo hace, luego viene hacia mí, enfrentándose al hombre.
“Adam Bryne”.
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