Esposo infiel -
Capítulo 5
Capítulo 5:
La compramos con la intención de vacacionar, aunque ninguno haya tenido muchas vacaciones estos últimos años. Si bien hay alguien que cuida la casa por nosotros, me niego a creer que la llevó allí cuando es mi lugar favorito en el mundo.
Mi propia mente me recuerda que la escogió sobre nuestro aniversario, lo que equivale a una puñalada hecha por mí misma. Suelto un suspiro.
“Adam tiene un viaje mañana. Me dijo que saldría por unos días, así que no será problema el quedarme”, recuerdo entonces.
“¿Y si no va?”.
“No puede obligarme a regresar a casa si no lo deseo y no creo que sea capaz, así que responderé, le diré que todavía me necesitas y que seguro regreso a casa antes de que él vuelva del viaje. Eso nos dará tiempo de averiguar qué se trae entre manos desde hace unos años”, me encojo de hombros.
“Si tú quieres, solo dile que no toque el timbre de madrugada que eso me cabrea”, ella hace una mueca.
Cuando la pantalla se ilumina de nuevo, espero al segundo tono para responder mientras inhalo profundo, intentando que la voz no me tiemble como lo hacen mis manos en estos momentos. Coloco el altavoz porque sé que Janice no me dejará pasar el ridículo si algo llega a salir mal, cuando siento su bufido al otro lado de la línea.
“¡Hasta que al fin respondes, nena! ¿Qué carajos sucede contigo? ¿Ya te olvidaste que tienes un esposo?”, dice.
Trago grueso.
“Ava”, dice.
“Hola. Yo… estaba ocupada para responder, lo siento”, susurro.
“¿Tres días ocupada?”, me pregunta.
Sí, llorando por saber que tienes una amante.
“Perdí mi móvil. Acabo de encontrarlo, ¿Necesitas algo?”, le pregunto.
“¿Qué si necesito? Eres mi esposa, Ava, tienes que regresar a casa. No vas hace tres noches.
“Me sorprende que lo notaras, digo, ya casi ni dormíamos juntos, pensé que no lo notarías”, suelto, arrepintiéndome al instante.
“Cariño, quizás no lo sepas, pero cada noche subo a darte un beso de buenas noches antes de seguir trabajando, ¿Qué cosas dices? Trabajo demasiado, pero eso no quiere decir que no me importe lo que pase contigo. Quiero que regreses”, me pide.
Trago grueso, intentando que las lágrimas no abandonen mis ojos.
“No puedo. Janice todavía tiene problemas, pero tú te vas de viaje así que no me echaras de menos”, susurro.
“Yo siempre te echo de menos”, dice.
¡Mentiroso!
“Tardaré unos días, quizás podríamos vernos antes para…”.
“No. Ahora no estoy en la ciudad, salimos a hacer unas compras, pero prometo que me verás cuando regreses y podrás contarme todo acerca del viaje ¿Qué dices?”, le corto.
Su respuesta se hace esperar y por unos segundos pienso que me dirá que no, que quiere que regrese.
Mi mente tonta y enamorada piensa que todavía quiere verme, que me rogará por un último beso, pero aquello no sucede y su falta de interés me regresa a la realidad donde su prioridad ya no soy yo ni nuestro matrimonio, sino su de turno.
“De acuerdo, como quieras. Nos vemos en unos días, Ava”, Adam cuelga la llamada y aquella sensación de ardor en el pecho se intensifica.
Ava. Solía ser amor, bebé, cosita, cariño, nena, y ahora solo soy Ava. Tres letras, me convertí en solo tres letras ligadas a su nombre.
Sé que dije que no enloquecería de nuevo, que el gritar y esas cosas me devolvieron un poco la tranquilidad, pero entonces vienen las preguntas a mi mente, aquellas que no me dejan en paz ni siquiera cuando pienso que lo mejor que puedo hacer es tranquilizarme porque nada sale bien cuando se hace a las apuradas, pero mi mente trabaja y los celos me pueden más, mucho más.
“No me gusta esa mirada Ava, ¿Vamos a hacer algo ilegal?”, menciona Janice.
“¿Tendrías algún problema con eso?”, la miro
“No, pero necesito saber qué herramientas debo llevar entonces”, dice.
“Estaba pensando en que… ¿Y si va con ella? ¿Y si en verdad no es un viaje de trabajo?
“Pero se averigua rápido, solo llama a la empresa y pregunta por su agenta”, hace una mueca.
“Sabrán que algo va mal si no sé sobre su agenda”, niego con mi cabeza.
“Cariño, seguramente han cogido en esa oficina miles de veces y de seguro que tus empleados saben, así que no creo que tengan problema alguno en decirte lo que sucede”, rueda los ojos.
“No, eso queda descartado…”, respondo.
“¿Entonces los seguimos?”.
“¿Es muy tóxico de mi parte saber dónde vive y cómo se llama?”, muerdo mi labio.
“Ava, se está comiendo a tu esposo a escondidas, tienes todo el p%to derecho de saber quién mi%rda es”, Janice toma mi mano
Janice no es muy buena siendo la voz de la razón, si por ella fuera, haríamos un trabajo de inteligencia como dignas agentes del FBI, pero yo decidí que lo haríamos a mi manera, tal y como hice la primera vez.
Nos subimos a un coche que no podrá Adam identificar, condujimos hasta el edificio de mi empresa, nos estacionamos al frente a esperar el horario de salida, y entre un par de charlas sin sentido y un poco de imaginación sobre lo que haré cuando sepa toda la verdad, veo que su coche sale con ambos dentro, Janice conduce, cuidando de no acercarse demasiado.
Por un momento pienso que van a ir directo a un motel porque es justo lo que hacen los amantes, digo, no es como si yo fuera una profesional en ello, pero vi demasiadas películas como para saber que los amantes prefieren c%ger en cada oportunidad, de hecho, es el se%o la primera razón para buscar una amante, lo que no comprendo viniendo de Adam porque nuestra vida se%ual era bastante intensa.
No sé qué lo llevó a tener esta mujer en su vida, pero casi se me detiene el corazón cuando entramos en la zona de apartamentos, que es demasiado reconocida por mí. Y por Janice, y por cualquiera que nos conozca siquiera un poco.
“Hijo de p%ta”.
“No se atrevería”, digo en voz alta, quizás para convencerme a mí misma.
Janice estaciona frente al edificio donde Adam acaba de entrar. Uno de los más caros de toda la ciudad, siendo un lugar para personas privilegiadas, quienes pueden costearse algo como esto en realidad, lo que me tiene sorprendida porque de hecho es extraño que una simple asistente pueda costearse vivir en el mismo edificio donde él me obsequió el apartamento para nuestro aniversario.
“No se atrevería”, me repito.
“¿Tú crees? Acaba de entrar”, me dice.
Trago grueso.
“Él no… mi%rda, mi%rda…”.
“Esto se acaba ahora, vas a tener un p%to ataque”, Janice sale del coche antes de que pueda pedirle que se detenga, lo cual también es bastante qué pedir pues sé que no lo hará.
Veo que cruza la calle adentrándose en el edificio donde yo poseo un apartamento, y tengo un pequeño ataque de pánico.
Se supone que nosotros tendríamos nuestro felices para siempre, que él era el príncipe encantado que me amaría por toda la eternidad, que nuestro amor era más fuerte que cualquier otro lazo sobre la Tierra porque nos conocemos.
Él sabe mis miedos, mis peores temores, lo que yo más anhelo en esta vida. Él lo sabe todo y de a poco voy notando que le importa una mi%rda. Yo le importo una mi%rda.
Mantengo las manos unidas, los dedos entrelazados, rogando en silencio que de hecho todo lo que pienso sea una p$rra mentira, que él de verdad la haya traído solo para pasar la noche en otra habitación, pero cuando veo la expresión de Janice al acercarse al coche, pierdo toda esperanza.
Se mete en el asiento del conductor, mira hacia adelante y solo me tiende el móvil con el que ha grabado algo. Pulso el reproducir.
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