Esposo infiel -
Capítulo 41
Capítulo 41:
Siempre supo que era la amante, hasta hace poco quería que el mundo descubriera lo nuestro y ahora llora como si la más afectada fuera ella y no mi esposa quien ha de estar destruida en casa, preguntándose en qué momento comencé a engañarla y no la culpo.
Intento no pensar en Ava porque lo que se me cruza por la mente no son más que escenas desgarradoras de las preguntas que hará. Para cuando llegamos al piso, Kim va hasta la puerta, intentando abrir, pero ve que el seguro no está puesto. La puerta está abierta.
“¿La dejaste así?”, pregunto, con el ceño fruncido.
“No, siempre cierro”, ella niega.
Abre la puerta. Por seguridad soy el primero en entrar y lo que ven mis ojos, es imposible de creer.
Con las piernas cruzadas, el cabello suelto y el maquillaje un poco corrido, Ava está sentada en el sofá, con el brazo descansando sobre el respaldo y en su otra mano, una copa de vino blanco. Ni siquiera nos mira cuando entramos, lo que me resulta extraño y demasiado confuso.
Kim me da una mirada de completo pavor. Me pregunto dónde quedó la mujer que quería que enfrentara a mi esposa y quien dijo que lo haría ella misma si estaba dispuesto, pues ahora parece que quiere salir corriendo del apartamento que creyó, ya era suyo.
“¿Ava?”, pregunto.
Se termina el poco de vino que tiene en la copa.
“Supuse que el primer lugar donde vendrías, sería aquí. A su nidito de amor”, dice, con amargura en su voz.
Sacudo la cabeza, para mí, esto no es más que un p%to sueño. ¿Cómo pudo haber sabido eso? Entonces clava la mirada en nosotros, y no veo más que desprecio en ellos, lo que me altera porque yo quiero tener sus ojos soñadores y enamorados sobre mí, no esto, no esta versión.
“Espero que nos les moleste que les haga una visita”, comenta.
“Ava, cariño, no sé qué estás pensando ahora mismo, pero puedo explicarlo todo ¿Sí? Ese vídeo, no fue real, nada de eso…”, doy un paso al frente.
Rueda los ojos.
“¿Podrías dejar de intentar tomarme como idiota? Yo sé lo que vi”, pregunta, con una ceja en alto.
“Señora Byrne, le aseguro…”, Kim se une a mí.
“Tú ni siquiera te atrevas a hablarle ¿Quién demonios te crees para ponerte a mi nivel? ¿Piensas que por c%gerte a este imbécil tienes el mismo poder e importancia que tengo yo?”, ladra, sirviéndose otro trago.
Parpadeo sorprendido. Esta mujer fuerte y prepotente, no es la misma Ava que vi en casa, que escogí, sino que es otra versión, una que parece estar tan molesta con el mundo, que ni siquiera le importa lo que pase.
Entonces un olor inunda mis fosas nasales. Comienzo a buscar de dónde proviene porque lo que huelo es humo.
“Ava, ¿Qué hiciste?”, pregunto.
“Una fogata”, sonríe de lado.
Su manera inocente de decirlo me lleva a comprender que prendió fuego algo dentro del departamento por lo que tanto Kim como yo salimos corriendo hasta las habitaciones, buscando de donde proviene antes de que las alarmas contra incendios comiencen a enloquecer.
Veo que todo está revuelto, no hay nada aquí que luzca como un hogar y mientras Kim se lamenta por todas sus cosas hechas pedazos, yo encuentro la fogata de Ava en la bañera del baño de invitados, donde no solo hay ropa, joyas y algunos bolsos, sino también dinero. Mucho efectivo, que es lo que comenzó el incendio.
“¡Mis ahorros, no puede ser, mis ahorros!”, grita Kim.
Intenta entrar a rescatar algo donde no hay nada más que cenizas, mientras yo abro la canilla para que el agua apague el incendio que, para este momento, ya ha dejado inservible todo lo que estaba dentro.
No entiendo nada, no entiendo absolutamente nada y no soy el único, pues Kim sale detrás de mí, empujándome, directamente a enfrentarla. Ava está tranquila en el sofá, disfrutando de su copa de vino, sonriendo por el daño que acaba de causar y de verdad, la desconozco.
“¡Llamaré a la policía, no tenía ningún derecho a quemar mis cosas! ¡Pásame el teléfono, Adam, llamaré a la policía!”, grita Kim, alterada.
Ava sonríe.
“Adelante. Llama, diles que quemé las cosas que te obsequiaron con mi dinero, que quemé cosas en mi departamento y de paso, hazme un favor y diles que hay una indigente, vagabunda, arrastrada pr%stituta de cuarta, que se vendió por unos cuantos dólares, viviendo en un espacio que me corresponde y veremos a quién se llevan detenida”, dice, tendiéndole su móvil
Kim parpadea, completamente confundida. Ava se pone de pie e incluso así, siendo tan pequeña y menuda, le hace frente siendo ¡igual que un gigante.
“Llama”, insiste.
“¿Por qué me hace esto? Yo no… ¡Jamás le he pedido nada, él me dio todo porque quiso! ¿Por qué se molesta conmigo? ¿Para perdonarlo?”, Kim retrocede.
“¿Quién habló de perdón, querida Kim? Aquí no existe tal cosa, mucho menos olvido, eso tenla por seguro”, le responde.
Doy un paso al frente, cansado de no entender qué está pasando.
“Ava, cariño, ¿Por qué no vamos a casa? Podremos hablar tranquilos, quizás…”, digo.
“¿Hablar? Yo no quiero hablar, te di la oportunidad de decirme que tenías una amante, de disculparte y quizás había detenido todo esto, pero no lo hiciste”, dice, encogiéndose de hombros.
Parpadeo, sorprendido.
“Ya lo sabías. Tú… tú hiciste el video, tú hiciste eso”, dice.
Hace una mueca.
“No pueden probar nada”, comenta.
Ava es de carne y hueso, el secreto de los tres años de infidelidad salió a la luz, y fue ella quien lo descubrió.
“¿Hiciste ese video? ¿Cómo pudiste hacerme semejante humillación?”, apunta Kim, notando que nada de esto fue un error, mucho menos una tragedia, sino más una… una venganza
Ava ni siquiera se inmuta, solo bebe de su copa, como si Kim no fuera más que un estorbo.
La mujer que me acompañó tres años se ha quedado sin nada, prácticamente, porque sus ahorros están quemados en el baño junto a las pocas cosas de valor, vive en un lugar prestado, ni siquiera tiene trabajo ahora y seguramente, no conseguirá trabajo en ningún lado.
“¡Maldita cornuda de mi%rda! ¿Eso es lo que te molesta? Porque te aseguro que así rompas todo en mi vida, nada podrá borrar que quedarás como la más cornuda de Nueva York mañana por la mañana. Todos sabrán que la gran Ava, no es más que una mujer estúpida a la que le vieron la cara ¡Durante tres años!”, grita furiosa.
“Cierra la boca, Kim”, espeto.
“Tres años c%giéndome hasta en la oficina que presumes ahora; maldita loca de mi%rda! Años donde me besó, me tocó, me rogó porque no lo abandonara porque conmigo podía sentir, en cambio contigo, no podría ni siquiera lograr tener una er%cción porque no eres más que una tibia de mi%rda”, dice.
“Cierra la boca”, le grito de nuevo.
“Durante años vi cómo rechazaba tus llamadas, cómo fingía tener reuniones de negocios solo para pasarse por este departamento para c%germe días enteros con tal de escapar de ti ¿Te crees mucha mujer? Porque todos estos años, él me compró lo que quiso y te obsequió este departamento solo para poder c%germe cuando se le diera la p%ta gana”, continúa, presionando tanto que se va arrepentir pronto.
Se acerca a Ava, deteniéndose en su espalda, sin siquiera importarle que está corriendo riesgo porque si hay algo que sé de mi esposa, es que cuando explota, extermina todo a su paso.
“Se gastó dinero en mí, algo que jamás haría contigo porque no lo vales. Ni el tiempo, ni el esfuerzo y mucho menos la pena, tibia de mi%rda. ¿Qué se siente? Tener un esposo que se casó por posición, te c%gió por obligación y te utilizó por conveniencia”, espeta.
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