Esposo infiel
Capítulo 3

Capítulo 3:

Aquello, me cae mal. Digo, pueden decir que lo estoy imaginando o que incluso estoy siendo algo boba, pero ese pequeño acto, de disfrutar con otra persona, algo que solíamos hacer juntos, me destroza.

Ordenan comida y paso pendiente de ellos, como una loca, para ver algún tipo de mirada, toques o acercamientos, pero no veo nada más que dos personas almorzando, revisando papeles.

Al cabo de una hora, ambos se ponen de pie después de pagar y lo único que noto es que el le abre la puerta, nada más. Ni siquiera una sonrisa, lo cual me tranquiliza un poco.  Cuando regreso al coche, lo primero que pienso es que he enloquecido.

Finalmente le he probado a Adam que Janice es una mala influencia porque yo jamás habría tomado la decisión de venir a perseguirlo. Digo, esto no me lo enseñaron en las clases para Señoritas y si la Señora Higgins se entera, seguro y le da un infarto.

Juego en mi móvil, releo algunas páginas de mi libro online, pienso en retirarme hacia la casa mientras las horas pasan y yo muero lentamente por toda la mi%rda que pasa por mi cabeza.

De verdad, me he vuelto loca. ¿Cómo le explicaré a mi esposo que lo estuve persiguiendo todo el día para ver si hacía algo malo? Desde que llegué esta mañana, el pobre ni siquiera ha salido después del almuerzo porque seguramente tiene demasiado trabajo y sus problemas de actitud vienen acompañados de problemas laborales.

Después de esto, tendrá todo el derecho del mundo a molestar conmigo. Cuando nos casamos, ambos prometimos tenernos confianza, y es así que pusimos nuestro dinero en una cuenta común, mientras que, en otra separada, tenemos el dinero que nos pertenece por herencia, la cual sí tenemos en cuentas diferentes.

El caso es que el dinero jamás fue un problema porque sin importar cuánto gaste, siempre lo reponemos y eso es confianza, dar con ojos cerrados algo tan importante como tu estado económico a otra persona.

Di ese paso, el cual ni siquiera mi padre quería que diera. Peleé contra todos por ese punto, querían bienes mancomunados, pero Adam les aseguró que nuestro amor era para siempre, y yo le creí. Le creo.

Nunca me ha demostrado lo contrario. Siempre correcto, con las palabras adecuadas y en el momento justo, él… Adam es el cuento perfecto.

“Me cansé, me largo de aquí”, comento para mí misma, cuando veo que la mayoría de los empleados comienzan a salir para irse a sus hogares.

Cuanto más pasan los minutos, pienso más en que debería estar de camino a casa porque sé que él debe de estar por salir, pero tarda demasiado, y por eso me quedo, incluso después de haber encendido el coche.

“No quiero desconfiar de ti”.

Al cabo de veinte minutos del horario de la salida, decido llamarlo. Para él, estoy en casa y dado que el coche de Janice es blindado, el ruido de afuera no se siente para nada, así que me aviento. Pasan cinco tonos, una llamada pérdida, cinco tonos más y por fin responde.

“Hola. Estoy trabajando todavía”, dice a secas.

Trago grueso.

“’¿No vas a venir a casa hoy?

“No creo, tengo demasiado trabajo y de verdad necesito terminar”, duda unos segundos.

“Tienes un estudio en casa también”, le recuerdo.

“Ava, ¿Necesitas algo? Tengo que colgar”.

“¿A qué hora crees que llegarás? Me gustaría beber unas copas contigo. Hace tiempo que no pasamos una noche juntos comento”, suelto un suspiro.

“Pues no tengo tiempo. Quizás llegue pasada la medianoche así que no me esperes despierta. Adiós, Ava”, dice.

No me da tiempo ni siquiera a preguntarle algo más cuando cuelga y por más que llame de nuevo, sé que no responderá. Miles de preguntas inundan mi mente. ¿Será que Janice tenía razón o solo tiene demasiado trabajo como dijo? De ser lo segundo, comprendería que no quisiera dormir, pero

¿Llegar a medianoche? Todos saben que en Nueva York es peligroso conducir de madrugada en pleno invierno.

Las calles se cubren de hielo, hay neblina y es casi imposible transitar con tranquilidad cuando es tan crudo el clima como este año, pero a él parece no importarle y juro que a mí tampoco me habría importado, de no ser porque veo que su coche sale del edificio casi cinco minutos después de hablar conmigo.

Con esa mujer al lado. Enciendo el coche marchando detrás de él.

No quiero pensar en nada, de verdad que intento que mi mente quede en blanco el mayor tiempo posible y es que me fascinaría tener la respuesta para este comportamiento, saber que está fingiendo para darme una sorpresa, que está planeando dejarla en alguna estación de bus para que regrese a su casa, pero cuando toma el camino contrario a nuestro hogar, los malos pensamientos me abarcan y las lágrimas me nublan la visión.

No quiero llorar. Apenas me detengo en un semáforo, me limpio el rostro para poder conducir mejor mientras los sigo a una distancia bastante corta, sin llegar a ser notoria.

Ruego porque no vayan a un motel, aquello sí que no podría soportarlo dado nuestro último encuentro se%ual la noche anterior, cuando llegó a despertarme para c%ger y luego dormirse sin siquiera haberme besado.

No quiero, me niego a creerlo.

Y justo cuando creo que voy a morir lentamente, él se detiene frente a un restaurante un poco modesto. Le abre la puerta, intento pasar el hecho de que le tome la mano, pero no puedo. No bajo del coche porque no es necesario ya que toman la mesa que da hacia el estacionamiento, donde tengo la visión perfecta de ambos.

Entonces sucede, él le toma la mano. Entrelazan sus dedos mientras les sirven una botella de champaña y se nota que ambos tienen una relación bastante cercana. Puedo notarlo por la forma en que la mira, como solía hacerlo conmigo.

Es en ese momento en que mi corazón necesita confirmar lo peor que de mis últimos años. Siendo masoquista de nacimiento, saco mi móvil marcando su número, siendo testigo de cómo rechaza la llamada apenas ve que se trata de mí y eso me quiebra, pero intento de nuevo.

Ella rueda los ojos, tornándose serie y él le pide unos minutos, haciendo seña de que se mantenga en silencio. Eso me cabrea. ¿Cuántas veces habré llamado y ellos tuvieron la misma interacción?

“Dime, Ava”.

Trago grueso.

“¿Podrías regresar?”, le digo.

“¿Qué sucede? ¿Estás enferma? Porque puedo llamar a Janice para que vaya a verte”.

“No quiero a Janice, quiero a mi esposo ¿Por qué no dejas el trabajo?”, digo con autoridad.

“¿Y perder horas invaluables? No, gracias. Nos vemos mañana si no tienes nada más qué decir”, veo que rueda los ojos.

Aprieto los dientes con fuerza.

“Iré a llevarte comida”, le digo.

“No es necesario. Estoy por cenar”.

“¿Con quién?”, pregunto.

“Solo ¿Algo más? ¿Quieres que envíe una fotografía? Veo que estás con tus delirios de nuevo”, responde.

Hijo de p%ta.

Está tan hastiado de mí, que le hace muecas para que ella sonría.

“Ava, deja de molestar que no estoy haciendo nada raro, te lo prometo”, espeta.

Trago grueso.

“¿Molesto?”, le digo.

“Si. Adiós, mañana hablaremos de tus histerias que tengo demasiado trabajo”, admite con firmeza.

Cuelga de nuevo, dejándome en ese coche sola, con frio, con un móvil en la mano y el corazón destrozado, para luego tomar asiento como si nada frente a ella, a quien coge de la mano de nuevo.

Ambos sonríen, son felices con el dolor que me provocan, con, la traición y eso lo sabe esa mujer. Quizás le habló de mí, quizás otros lo hicieron, pero sabe que es un hombre casado, y lo disfruta. Ser la amante para ella es lo mejor, se siente bien y lo noto. Es una…

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