Esposo infiel
Capítulo 24

Capítulo 24:

De lo único que me arrepiento ahora mismo, es de haber bebido la cantidad que bebí porque para este punto me siento tan mal cuando abro los ojos, que lo único que quiero es un desayuno cargado para poder limpiar y tranquilizar mi estómago.

Gracias al sol que entra por las ventanas de mi cuarto, noto que he pasado todo el día de ayer durmiendo. Seguramente bebí hasta la tarde y por eso me dormí tanto. Lo único rescatable es que hoy es domingo y puedo quedarme en casa todo el día, viéndome obligada a regresar a la casa mañana. Quizás.

Me doy una ducha rápida en el baño privado de mi cuarto para quitarme un poco la resaca y el olor a alcohol que de seguro debo de tener.

Escojo en mi guardarropa, lo poco que me quedó aquí, un conjunto deportivo con un top que deja ver mi vientre plano y tonificado por las horas que gastaba yendo al gimnasio, diciendo que quería verme hermosa para mi esposo.

Me siento como una idiota de solo pensarlo, como si su aprobación me hubiera dado más valor, cosa que ahora mismo me resulta repulsivo.

Finalmente termino de cambiarme, dejo mi cabello suelto y húmedo, y bajo por las grandes escaleras hasta el primer piso, donde el olor de los huevos revueltos inunda mis fosas nasales en cuestión de segundos. Mi estómago ruge, mi estabilidad mental depende de que consiga un poco de comida, sin embargo, no contaba con la presencia de mis padres.

“Mi%rda”, mascullo, pensando en segundos si quiero tener esta conversación o no.

“¡Hija!”, grita mi padre.

El que papá me note hace que mi madre levante la mirada hacia mí. Después de años de lidiar con ella, su expresión me deja saber lo desilusionada que está de su pequeña y perfecta hija Ava.

Tengo que tragarme el cansancio, fingir que estoy bien, porque si llego a decir que estoy cansada desataré una guerra y no quiero.

Me acerco a papá, plantando un beso sobre su mejilla.

“Buenos días”, saludo.

“Toma asiento, cariño, desayuna con nosotros”, dice.

Mi madre, con su postura recta e intachable maquillaje, me da una de sus miradas más gélidas. Y es que toda la vida fue así, ella siendo la mano dura y papá enfocado en los negocios, siendo el único padre que intentó al menos darme un poco de amor.

“Apestas a alcohol”, comenta

“Es porque bebi”, me encojo de hombros, bebiendo un sorbo del café que la empleada deja frente a mí sobre la mesa.

“¿Y desde cuándo bebes?”, se ríe, completamente en shock.

“Desde ahora, supongo. Quería probar cosas nuevas”, le digo.

“¿Y qué opina Adam al respecto?”, dice.

“¿Qué tendría que opinar él? Es mi cuerpo, yo decido si quiero emborracharme o no”, frunzo el ceño.

Aquellas palabras terminan de desestabilizarla. Lanza con fuerzas el tenedor que tenía en la mano, cruzándose de brazos para fulminarme con la mirada.

“¿¡Estás escuchando lo que dice!?”, le pregunta a papá

“¿Por qué viniste a dormir?”, pregunta mi padre.

“¿Te molesta que lo haga?”, le digo.

“Es tu casa, hija, puedes venir cuando quieras”, mi padre acaricia mi mano.

“¡Tienes tu propia casa! ¿O es que olvidas que tienes un esposo?”, espeta mi madre.

“Eso sí que es difícil de olvidar, mucho más contigo cerca”, suelto un suspiro.

Niega con su cabeza.

“¿Cuál es tu problema? Vamos, hazme las preguntas que quieras que te las responderé con mucho gusto si con eso dejas de joder”, indago.

“Ava, hija, creo que tu madre…”.

“¿Dónde está Adam?”, interrumpe.

“En la casa, supongo”, respondo.

“¿Por qué bebiste?”, pregunta.

“Porque se me da la regalada gana. Soy una adulta, una mujer que puede…”, no le quito la mirada de encima.

“¡Eres esposa, Ava! ¿Tienes idea de lo que los medios van a decir si alguien fue testigo de tu borrachera de anoche?, me corta, alterada

“Fue una simple borrachera, nada más”, ruedo los ojos.

“¿Simple? ¡Gritabas a todo pulmón en tu habitación!”, alza ambas cejas.

Frunzo el ceño. Sé que al discutir con mi madre tengo serias probabilidades de perder, por las exageraciones que suele hacer siempre que algo le molesta, sin embargo, al mirar a mi padre, veo en el la completa facción de la diversión.

“¿Papá?”, pregunto.

“Fuimos a cenar y cuando llegamos, te oímos cantar una canción a todo pulmón. Subimos a verte, estabas ebria, gritando…”, se encoge de hombros.

“No puede ser…”, digo.

“Cantabas See Red”, menciona mamá, aumentando a un nivel de locos mi vergüenza.

Ambos están frente a mí, preguntándome en silencio por qué demonios estoy aquí, en casa, sin mi esposo, sin responder las llamadas que tengo en el móvil. Pero mi madre lo sabe, con su mirada, sé que lo sabe.

“Adam me llamó preocupado, preguntando si estabas aquí porque no podía encontrarte”, comenta.

“¿Qué le dijiste?”, le pregunto.

“La verdad, obvio. ¿Por qué le mentiría? Es tu esposo, Ava, si algo va mal, tienen que solucionarlo porque un matrimonio es para toda la vida”, dice.

“¿Y si no?”, ruedo los ojos.

“¿Que?”.

“¿Y si no es así qué? ¿Dejaré de ser tu hija?”, digo.

“¿De qué estás hablando, Ava? ¿Dónde quieres llegar?”, cuestiona.

Tengo tanto en mi mente que mi función de detener el vómito verbal ahora mismo está siendo afectado por la evidente resaca que manejo, así que no puedo detenerme.

“Estoy teniendo ciertas dudas sobre mi matrimonio. Pienso que el divorcio no es algo significativamente malo, si se ponen a pensarlo bien”, admito, sorprendiendo a ambos, logrando que mi padre por primera vez desde que tengo memoria, baje el periódico.

Parece que a mi madre le está por dar un maldito infarto y actúa como tal, como si el aire le estuviera faltando en sus pulmones pues comienza a hiperventilar.

Jamás ha sido para ella motivo de orgullo mis estudios, mi título, el que haya salido primera de la casa de arquitectura, sino el que me casara con alguien adinerado como Adam Byrne, quien para ella era el candidato perfecto, aunque yo no fuera mucha cosa.

Así, tal cual, entonces, ahora que le planteo esto, tengo que soportar sus quejas siguientes porque sé que las tendré en cuanto deje el teatro. Mientras tanto, continúo comiendo mi desayuno con huevos.

“¡¿Es que has perdido la razón?! ¡Y todavía te quedas ahí, muy serena y alegre! ¿En qué demonios estás pensando?”, grita.

Me encojo de hombros, ignorándola, o al menos intentándolo.

“¿Piensas que alguien te va a querer después de que te divorcies? ¡Ava, por Dios! Pondrás en ridículo a toda la familia si…”, dice.

“Entonces, ¿No tengo que separarme para no manchar tu imagen de familia e hija perfecta? ¿No te interesa que sea infeliz?”, la miro, analizando sus palabras.

“¡Vas a arruinar tu vida si escoges divorciarte del único hombre que ha demostrado amarte!”, niega con su cabeza.

.

.

.

Consejo: Puedes usar las teclas de flecha izquierda y derecha del teclado para navegar entre capítulos.Toca el centro de la pantalla para mostrar las opciones de lectura.

Si encuentras algún error (contenido no estándar, redirecciones de anuncios, enlaces rotos, etc.), por favor avísanos para que podamos solucionarlo lo antes posible.

Reportar