Esposo infiel
Capítulo 21

Capítulo 21:

Trago grueso. Algo en su discurso me deja confundido porque es como si estuviera sabiendo que no iré a hacer nada bueno, sin embargo, no me pelea, ni discute, ni cuestiona como en veces anteriores. Ahora mismo es relativamente sospechosa.

“Si. Estaré en casa para la tarde así que te espero ¿De acuerdo?”, digo con firmeza.

Asiente. Veo que se pone ese p%to vestido que le marca la figura, resaltando sus pechos y los tacones les dan estilización a sus piernas, dejándola como toda una mujer fatal.

Ava jamás fue de arreglarse el cabello, pero no sé qué le hizo que ahora con un simple cepillo y un secador, queda perfecta, como uno de publicidad, y ahora mismo utiliza maquillaje.

“¿No estás retrasado?”, me mira a través del espejo.

“¿Por qué te maquillas tanto?”.

“¿Tienes algún problema? Antes…”, suelta un suspiro.

“Antes no estabas así”, la apunto.

“Quieres decir que antes no te importaba si salía todo el día porque era horrenda y una mal vestida, y ahora que cambié solo un poco, ¿Piensas que todos los hombres van a caer a mis pies? Por favor, Adam, compórtate como un hombre”, rueda los ojos.

Sus palabras me hacen rabiar. A este punto, lo que menos quiero es discutir con ella porque llevamos semanas en buenos términos, y dado que yo no voy a ser un santo tampoco, me veo en la obligación de bajar un poco mi ánimo, y sonreír.

“Es una broma Te veré en unas horas, disfruta tu reunión”, susurro, besando su mejilla.

Ni siquiera la miro cuando salgo. Tomo la llave del apartamento y me largo de la casa sin mirar atrás, sin preocuparme de si viene o no, aunque sé que no viene detrás.

No quiero demostrarle que estoy molesto, ni siquiera yo quiero saber por qué carajos me molesta tanto si dejé que hiciera con su vida lo que le diera en gana durante mucho tiempo. Esto no es la excepción, ni siquiera es distinto.

Me lo repito durante todo el camino hacia la ciudad, donde me deslizo en el coche por las calles principales, las cuales ahora mismo están casi vacías, de no ser por algunos turistas que pasan todo el año por aquí.

Para cuando llego al estacionamiento, el asunto con Ava ya está casi olvidado. Tomo las bolsas, llamo al ascensor y presiono el número donde quiero que me lleve. Son solo minutos, pero me pregunto a mí mismo si a Kim le dará gusto verme.

Llevamos semanas enteras fingiendo que no queremos saber nada del otro, que, a fin de cuentas, he sido yo quien ha dado el brazo a torcer por primera vez desde que comenzamos, pues esta se podría decir que ha sido nuestra primera pelea.

Para cuando el ascensor anuncia mi llegada al piso correcto, saco la llave y la introduzco en la puerta de entrada.

Las luces están encendidas, Kim está en casa porque siento la música resonando por los parlantes y me adentro un poco más, hallando a la pequeña llorona en la cocina, con solo una de las tantas camisas que dejé aquí, picando verduras sobre la encimera.

Al verme, se queda paralizada. No dice nada por varios minutos, ni siquiera cuando le enseño las bolsas que traigo conmigo. Es como si se estuviera preguntando si soy real o si esto solo pasa en su mente, y entonces… camina hacia mí, limpiándose las manos con un trapo.

Sus ojos se cristalizan al instante, sin embargo, mantiene la compostura cuando queda frente a mí.

“¿Qué estás haciendo aquí?”, pregunta, con su voz rota.

“¿Hacemos las pases?”, me encojo de hombros.

“Me engañaste, Adam. Me dijiste que hace tiempo que no dormías con ella. y entonces… Estoy decepcionada”, dice y baja la mirada

“¿Por qué Kim? Estoy en un matrimonio, cumplo con ella para que no sospeche nada. Creo que deberías haberlo sabido, creí que no era un problema”, le reclamo.

“Pensé que conmigo te bastaba. ¿Es que no soy buena? ¿A mí también me engañarás con otra mujer? Porque ciertamente, creo que esto es un patrón en ti”, clava sus ojos en mí.

“¿De qué estás hablando? No te engañe, Kim, de hecho, engaño a mi esposa contigo así que no esperaba que hicieras este teatro. Ni siquiera ella lo hizo en los años que llevo contigo, así que no sé qué esperas de mí”, niego con mi cabeza.

Rueda los ojos.

“No lo entiendes”, dice, caminando hacia la cocina.

“¿Qué cosa no entiendo?”, pregunto.

“Nada”, responde.

“Anda, dime”, la persigo.

“¿¡Que ya no es suficiente! No tengo suficiente, Adam. Creí que sí, que estaba bien con lo que teníamos, pero… mi%rda, el saber que duermes con ella me hizo pensar que quizás solo me buscabas cuando tu esposa no quería nada contigo y no se siente bien ¿Sabes?”, grita, volteándose.

Ella llora, se toma del borde de la isla de la cocina con la cabeza gacha mientras que yo tomo asiento en el taburete de la cocina.

“¿Qué quieres de mí? Te di todo lo que podrías desear y más. Tienes este departamento, te doy dinero, te compro cosas, y…”, suelto un suspiro

“Quiero que la dejes. Quiero que me escojas. Ser yo la madre de los hijos que le prometes a ella y quiero… quiero ser yo quien viva en esa casa contigo, donde podríamos ser felices, Adam”, dice con firmeza

“¿Crees que me harías feliz?”, le digo.

“¿No llevo haciéndolo ya tres años? Adam, por favor… déjala, échala de tu casa, que… que haga su vida en otro lado, a fin de cuentas, tú ni siquiera la quieres”, se encoge de hombros.

“Yo jamás dije eso”, inhalo profundo.

“¿Ahora me dirás que no la dejarás por que la amas? Vamos, una persona que ama a su pareja no lleva tres años de relación con otra. Eso es… ¡Eres un egoísta! Tenía que haber sabido que no la ibas a dejar nunca. Esto…”, frunce el ceño.

“¿Por qué no te calmas? Yo jamás dije que no la dejaré, solo que ahora no es el momento”, le digo.

“¿Y cuándo? ¿Cuándo tengas que divorciarte y pelear también por la tenencia de tus hijos? Porque al parecer eso esperas, dejarla embarazada para al fin pedir el divorcio, lo cual es injusto conmigo”, espeta.

Sacudo la cabeza.

“Yo no te pido que me esperes. Es cierto, Kim, no lo hago. Jamás te di esto con la intención de que seas solo mía, solo quería que vivieras bien, que nada te faltara, pero si decides terminar lo entenderé, a fin de cuentas, no soy yo quien saldrá perdiendo”, digo, sorprendiéndola

“¿Por qué no puedes darme lo que quiero?”, reclama Kim.

“Porque no soy así. No haré algo que no quiero y no creo conveniente en estos momentos ¿Entiendes? Mucho menos porque tú me lo exijas”, digo y me pongo de pie.

No tengo intenciones de quedarme, de hecho, creo que hasta el hambre se me fue, así que me encamino hacia la salida sin olvidar mi llave de repuesto.

“Piensa bien lo que quieres y házmelo saber, para no seguir perdiendo el tiempo”, le digo.

No le doy oportunidad de decir más, solo salgo y abandono el edificio a los diez minutos en mi coche. Durante todo el tiempo que estuvimos en una relación, creí que Kim entendía a la perfección el trato que teníamos.

Puede que se haya confundido un poco con las atenciones, creyendo que era algo más de lo que es en realidad, pero por alguna razón me encabrona que intente ponerme contra la espada y la pared, porque así no funcionan las cosas. No conmigo al menos.

Vine con la intención de reparar lo nuestro, esperando encontrar lo que dejé, pero veo que las cosas no van para mejor.

Estoy por tomar el camino a casa cuando mi móvil comienza a sonar una y otra vez. En el semáforo le doy un vistazo rápido. Me están etiquetando en una nota periodística así que abro el navegador buscando cuál es el nuevo chisme que tienen sobre mí y me golpea demasiado el ver que se trata de mi esposa, de hecho.

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