Esposo infiel
Capítulo 20

Capítulo 20:

POV Adam.

“¿Qué carajos fue eso, hijo? Creo que vi bien, pero espero que me confirmes lo que pasó ahí porque no estoy seguro”, dice.

“Lo que viste es lo que sucede dentro de un matrimonio normal, por si lo habías olvidado”, ruedo los ojos.

“No, claro que no lo he olvidado, así como tampoco olvido que, hasta hace unas semanas, querías que te diera permiso de separarte de Ava y que hablara en tu nombre para recuperar mi parte de la empresa, que ahora te pertenece, por cierto. ¿Dónde quedó eso?”, cuestiona mi padre.

Suelto un suspiro. Sé que le pedí intervenir, más que nada porque a estas alturas, estar con Ava me resultaba imposible por la relación que tengo con Kim, pero ahora mismo, aquello ya no parece ser tan importante. Carraspeo, viendo hacia atrás, esperando que mi esposa no esté escuchando.

“Eso está en pausa. Quizás más adelante, peo ahora disfruto de mi matrimonio”, susurro.

“De la v$gina de tu esposa, más bien. ¿Es que hay problemas en la isla de los amantes?”, dice él.

“Es complicado”, le respondo.

“Oh, ¿Más complicado que engañar a tu esposa durante tres años con tu asistente? Quien de hecho es una niña”, espeta.

“No pasa nada. Es bastante grande como para decidir quedarse conmigo o no así que, deja eso”.

“Lo haré, lo dejaré, pero más que nada porque entiendo que quizás, estás poniendo de tu parte para que, al fin, tu matrimonio funcione, lo que me hace feliz”, alza ambas manos.

“¿Por qué?”, pregunto.

“Hijo, nunca me creíste, pero cuando te dije que casarte con Ava era la mejor decisión, no siempre hablaba por la parte económica. Es una gran mujer, inteligente, persuasiva, ahora hasta sensual. Ciertamente, desde que me contaste que tenías, una amante, no puedo entender cómo demonios no te conformabas con lo que tenías en casa, pero así somos los hombres, tenemos una mujer que roza la perfección y la perdemos”, dice mi padre.

Solo cuando está a miles de kilómetros entendemos lo que tuvimos y para ese entonces, el arrepentimiento no es suficiente. Alzo el mentón, ignorando por completo las palabras de mi padre.

“Eso no me pasará a mí”, digo con confianza.

“¿Cómo estás tan seguro?”, me pregunta.

“Porque Ava, está perdidamente enamorada de mí”, respondo.

Para cuando llega el fin de semana, la vieja costumbre de verme con Kim no me abandona y ciertamente las cosas han estado bien en casa, pero necesito hablar con ella, solucionar nuestros problemas porque esto de pasarnos de lado y no decirnos absolutamente nada cuando estábamos acostumbrados a otras cosas, no me gusta para nada.

Llevo casi un mes aguantándome su silencio, su completa falta de interés en lo que hago, sus miradas desviadas cuando paso junto a ella y más que nada, lleva todo ese tiempo sin pedirme dinero. Lo primero que hago en el día es levantarme temprano, como siempre, ducharme y salir hacia el centro comercial mientras Ava continúa durmiendo en la cama.

Sé que no tengo por qué disculparme con Kim. Desde el principio de nuestra relación supo que mi vida de casado era otra cuestión, una donde ella no tendría nunca ni voz ni voto y creí que estaba bien con eso. No dejaré pasar el que me esté castigando por algo que es sumamente normal en un matrimonio e incluso, cuando es algo lógico. Al menos para mí.

El que yo haya dicho que quería divorciarme de Ava, no significa que nuestra vida de casados sea mala. Ella no es mala, no lo era al menos, jamás he tenido ninguna clase de problemas y supongo que es su necesidad ahora de llamar mi atención lo que nos tiene cercanos en estos momentos, pero sé que solo son eso, momentos.

Con Ava jamás quedamos bien. Lo nuestro, al parecer, no está hecho para funcionar, o al menos así lo veo yo.

Entiendo que es buena, que quizás sea demasiado buena para lo que tiene conmigo, sin embargo, la conozco tanto que, a este punto, siento que no podría nunca enamorarme perdidamente de esa mujer, ni siquiera de Kim.

Para mí, el tener esa clase de compromiso, decir que amaré a una mujer por el resto de mi vida no me parece algo demasiado creíble. Tengo mis dudas, mis preferencias, y por este momento, quiero aclarar las cosas con Kim para no seguir perdiendo el tiempo.

En el centro comercial escojo algunas joyas para ella. Es de lujos, una mujer que le fascina tener cadenas de oro, dijes de diamantes e incluso anillos que cuestan demasiado.

Hace tiempo que no la consiento, que no le obsequio nada, así que además de eso retiro cierta cantidad en efectivo sabiendo que lo estará necesitando porque jamás conocí a alguien tan derrochadora como ella.

Kim es de las que siempre quiso ser rica, tener dinero a montones y su ambición no la llevó lejos todavía. Tiene algunas materias pendientes, a finales de año tendría que estar recibiendo su titularidad y no negaré que tuve que poner un poco de dinero en su carrera, pero finalmente podrá darse la vida que quiere, la que según ella merece.

Cuando estoy de camino recuerdo que no llevo llave del apartamento, porque seguramente no me abrirá, así que me veo obligado a regresar a la casa.

No soy ningún idiota y tres años de estar haciendo esto me han dado algunos pasos a seguir en caso de tener que regresar, y uno de ellos es detenerme cerca de casa, pasar las bolsas de obsequios hacia la cajuela y tirar los recibos en el primer tacho de basura que encuentro cerca.

Retomando el camino hacia la casa, estaciono en la entrada, cerca del mediodía es, así que apenas cruzo la puerta de entrada esperando encontrar a mi esposa desayunando o en la sala común, pero no está.

Los empleados no aparecen por lo que tengo que subir las escaleras hasta nuestra habitación, donde encuentro la puerta abierta y el sonido del agua cayendo es lo primero que capta mi atención. Lo segundo, es que ella no está en la cama.

Podría fácilmente tomar la llave que tengo oculta en mi gaveta de los relojes, sin embargo, mi cuerpo entero y mi mente más que nada, quieren deleitarse con el cuerpo desnudo de la mujer que duerme a mi lado cada noche así que tomo el camino hacia el baño.

Su escultural cuerpo reluce con las gotas brillantes del agua en su cuerpo. Es tan bella que cualquier hombre estaría agradecido de la mujer que tiene como esposa, y no soy la excepción. Ava es perfecta, tan perfecta que siento que no es para mí.

Suelto un suspiro, captando su atención. Sonríe, casi por inercia, algo que ha hecho desde el momento en que nos casamos.

“¿Dónde estabas?”, pregunta haciendo un puchero.

“Salí a dar un paseo. ¿Qué hay de ti?”, me encojo de hombros.

“Espera, ahora salgo”, dice.

Me apoyo en el marco de la puerta, esperando a que ella salga. Se estruja el cabello quitando el exceso de agua y luego sale, envolviendo una toalla a su alrededor, justo sobre sus senos. No negaré que es hermosa, porque lo es, cualquiera lo vería.

“¿Qué hiciste hoy?”, pregunta, pasando de mí, directo hacia el vestidor.

Como llevamos años juntos, esta es una de nuestras rutinas, aunque usualmente es al revés, conmigo saliendo de la ducha para despertarme o quitarme el aroma de otra mujer, y ella persiguiéndome por todo el vestidor haciendo preguntas que casi nunca tenían una respuesta sincera.

Veo que se mueve hacia su lado, pero no toma prendas de casa, sino que saca un vestido rojo, junto a unos tacones negros altos.

“Fui a pasear, ¿Qué estás haciendo?”, frunzo el ceño de inmediato.

No me mira. Se para junto a sus cajones para sacar un conjunto de ropa interior demasiado sexy para un sábado por la mañana, lo que me tiene confundido. Ningún sábado sale, ni siquiera a ver a sus padres ya que, según ella, como matrimonio debemos de pasar tiempo juntos.

“Ava”.

“Saldré, tengo un almuerzo”, responde.

“¿Un sábado?”, alzo una ceja.

“¿Y dónde vas tú?”, con una clara sonrisa, se voltea hacia mí.

“Saldré”, respondo.

“¿Un sábado? Vamos, es algo de trabajo. Regresaré después, y podremos ver una película juntos. Si es que vas a estar aquí”, inquiere con una sonrisa.

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