Esposo infiel -
Capítulo 111
Capítulo 111:
POV Ava.
“Señorita Dawson. Necesito que se calme. Está en un hospital en Miami. Está segura y nadie puede hacerle daño”, susurra, presionando algunos botones, para luego fijar la mirada en mí.
Trago grueso, negando con mi cabeza. El dolor en el pecho es casi incontrolable y por más que intento respirar como me pide que haga, creo que mi cuerpo entiende lo contrario pues comienzo a hiperventilar.
Mi mano va a mi pecho, siento que en cualquier momento se me saldrá de lugar, pero entonces ella inyecta algo en mi suero que hace me calme a los pocos minutos. Las pulsaciones van bajando, mi propio estrés también y solo queda mirarla para imitar sus respiraciones profundas.
“Eso es, respire conmigo”, me pide, respirando profundo de nuevo.
Hacemos lo mismo varias veces, hasta que por fin puedo respirar con tranquilidad. Mi mente se ha quedado serena, con todos los pensamientos claros mientras mi cuerpo está igual.
“Señorita Dawson, tengo que informar al doctor que se despertó. Ahora regreso, ¿De acuerdo?”, dice.
Asiento. La veo marchar y por más que quiero moverme, me siento demasiado pesada como para siquiera hacer el intento de voltear la mirada. Creo que me va a poner a dormir, pues de repente siento tanta pesadez en mis párpados que es casi imposible de controlar.
Estoy en el limbo de la inconsciencia cuando veo que un doctor ingresa junto a la enfermera que me inyectó.
“Tuve que colocarle un sedante, aunque en poca cantidad. Estaba teniendo un ataque de ansiedad”, le comenta.
“De acuerdo. Señorita Dawson. ¿Sabe dónde está?”, me dice el doctor.
“En un hospital”, parpadeo lentamente, como en cámara lenta.
Él sonríe, asintiendo.
“Eso es. ¿Recuerda lo que pasó? ¿Recuerda por qué está aquí?”, me pregunta.
Trago grueso. No quisiera recordar absolutamente nada, pero lo hago. Recuerdo todo, desde el momento en el que puse un pie en ese barco hasta que caí rendida sobre el piso de madera, el mismo donde Nick yacía asesinado a solos unos metros de distancia.
“Fui secuestrada”, susurro, con el tono de mi voz demasiado bajo.
El doctor se acerca a mí, presionando mi maño en señal de apoyo. Mi cuerpo se está dando por vencido de nuevo, así que incapaz de poder hablar de nuevo por la pesadez que sienten mis labios, me concentro en lo que dicen.
“Dormirá unas horas, Señorita Dawson. No se preocupe, está en buenas manos”, me dice, antes de voltearse hacia la enfermera.
“Tiene buenos signos. El que recuerde todo es una buena señal porque está con sus capacidades perfectas, así que, avísame cuando despierte”, explica el doctor.
“Claro, pero ¿Que le digo si pregunta por su esposo?”.
“Dile que todavía está en cirugía. Ese tema quisiera hablarlo personalmente”, él suspira de forma pesada.
Antes de poder escuchar algo más, mi cuerpo se deja llevar, cayendo de nuevo en ese estado en el que solo puedo dedicarme a respirar. Voces diferentes resuenan en mi cabeza.
No sé cuánto tiempo llevo dormida, pero lo importante es que apenas comienzo a recobrar el conocimiento, sé exactamente lo que sucedió antes y dónde estoy, por lo que cuando despierto no me siento tan asustada ni preocupada, pero sí me llevo una gran sorpresa al ver a mi madre junto a mí, mientras que papá está detrás suyo.
“Está despertando”, dice mi madre, con una clara emoción en su voz.
“Mi niña, ¿Cómo te sientes? Oh, por Dios, mira cómo dejaron a nuestra pequeña, Harold”.
Mi padre apoya sus manos sobre sus hombros. Se nota en su rostro que no ha dormido nada. Se los nota cansados, incluso creo que están peor que yo si es que eso es posible en mi estado.
“Hija, cariño…”, mi madre, creo que, siendo la primera vez, baja la mirada cuando las lágrimas se asoman, lo que me tiene sorprendida. Mucho más del hecho de que se encuentren aquí.
“Hola”, susurro.
Hago el intento de estirarme, pero me duele todo. Es como si un camión con toneladas de carga me hubiera pasado por encima. Casi ni puedo moverme.
“¿Qué pasó? ¿Cómo llegué aquí?”, digo.
“La policía los encontró. Estaban malheridos y tuvieron que trasladarlos de urgencia. ¿Cómo te sientes?”, mi madre sorbe por su nariz, tomando mi mano entre las suyas.
Me quejo, porque incluso respirar se siente como un esfuerzo tremendo.
“Como si me hubiera arrollado un tren”, admito.
“¿Quién los llamó? ¿Saben algo de Adam?”, espeto.
Ambos se mueven incómodos en el lugar. Se nota que no quieren hablar del tema pues mi madre me comenta que la llamaron desde el departamento de policía de Miami para informarles que había sido secuestrada.
Se tomaron un vuelo privado para poder llegar al hospital y desde entonces no se han separado de mi lado, cosa que agradezco, pero me quedo callada porque la respuesta que quiero, no me la están proporcionando y dudo mucho que quieran.
“¿Dónde está Adam?”, repito.
“¿Qué pasó con él?”, los miro fijamente, dejando en claro que no voy a confirmarme con absolutamente nada que no sea la verdad.
El que guarden silencio, se muestren reacios a responderme y los pequeños recuerdos reflejos de los comentarios del doctor, me llevan a pensar lo peor. ¿Y si Adam murió? El golpe invisible a mi pecho comienza a sentirse doloroso y demasiado para mi corazón, el cual comienza a palpitar como un loco alertando a mis padres.
“Tienes que calmarte, querida. Por ahora no sabemos nada de Adam. Llegamos a verte, nos quedamos aquí y su padre no llegó así que no pueden darnos información”, dice mamá, soltando un suspiro
“Soy su esposa. Quiero saber cómo está”, frunzo el ceño.
“Ava, tienes que descansar. Tu rostro…”.
“¡No me importa mi rostro! ¿Dónde está? ¿Cómo está? ¿Todavía vive? ¡Eso es lo que quiero saber!”, grito, sorprendiéndolos a ambos.
Mi cuerpo parece haber descansado lo suficiente como para poder intentar al menos ponerse de pie. Hago el esfuerzo, por más doloroso que me parezca. Estoy a punto de arrancarme todos los aparatos e intravenosas, cuando el doctor ingresa, observando el panorama con el ceño fruncido.
“Señorita Dawson, supe que despertaría pronto ¿Cómo se siente?”, dice.
Mi madre me obliga a recostarme de nuevo.
“¿Dónde está mi esposo?”, pregunto, sin rodeos.
Sorprendido por mi forma abrupta de preguntar, parpadea con las cejas en alto.
“¿No quiere hablar de su salud primero?”, me pregunta.
“No, solo quiero saber si sigue vivo”, sacudo la cabeza.
“El Señor Byrne sigue en cirugía. La herida de arma blanca que recibió causó demasiados daños, sin contar que perdió demasiada sangre y las transfusiones se las acaba en cuestión de minutos”, suelta un suspiro.
Respiro profundo, recostándome contra la cama. Mi mente intenta comprender las palabras que salen de su boca y solo puedo intentar calmarme mientras me hago a la idea de que sigue vivo en alguna parte de este hospital.
“¿Necesita donadores? Porque si somos compatibles, puede sacarme toda la sangre que quiera”, digo, obteniendo una mirada de mi madre.
“El banco de sangre se encarga de eso. Por supuesto que alguno quisiera donar luego de esto, no estaría mal, pero ahora lo importante es que él está siendo atendido como se debe y en cuanto tenga alguna información, podría venir a dársela”, espeta el doctor.
Sacudo la cabeza.
“No hemos terminado con él”, dice.
“Usted lo vio ¿Cierto? Conoce el caso así que dígame, por favor, si es que tiene alguna posibilidad de salvarse porque yo…”, susurro.
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