Esposo arrepentido
Capítulo 86

Capítulo 86:

«¿No quieres jugar conmigo?»

Muerdo mi labio inferior.

Mi mente de inmediato me dice que algo extraordinario va a suceder, y mi miembro también siente la tensión dentro de mis pantalones.

«¿Por qué no sales? Quiero verte”

«Siéntate, cariño”

Obedientemente, tomo asiento en el sofá.

Mis piernas están ansiosas, mis manos juegan consigo mismas y mi mente está siendo incapaz de creer que esto esté sucediendo.

Sabía que en algún momento tendríamos un tiempo a solas, solo que jamás esperé que llegara tan pronto.

Obedientemente, tomo asiento en el sofá.

Mis piernas están ansiosas, mis manos juegan consigo mismas y mi mente está siendo incapaz de creer que esto esté sucediendo.

Sabía que en algún momento tendríamos un tiempo a solas, solo que jamás esperé que llegara tan pronto.

Seguro que parezco un niño esperando por su dulce favorito, pero me da igual.

Estoy ansioso esperando a ver de dónde sale y por qué hay tanto misterio, hasta que siento el resonar de los tacones por todo el lugar.

Estamos tan en silencio que se escucha absolutamente todo, incluso la sensualidad de los tacones, los cuales también aceleran los latidos de mi ansioso corazón.

De un momento a otro, mi oído capta el lugar por el que viene y cuando mis ojos conectan con los suyos, me cuesta creer que la mujer que tengo en frente sea incluso real.

“Carajo”, susurro, siendo esto lo único que puedo llegar a decir.

Con una bata negra, tacones extremadamente altos del mismo color y su cabello suelto, luce como toda una modelo.

Las piernas largas y tersas, sus senos resaltando por debajo de la tela y los labios rojos haciéndolos lucir extremadamente carnosos, me tienen a mil en cuestión de segundos.

¿Es posible tener un infarto por algo tan sensual?

Pues si es posible.

Ava será la única responsable de mi salud.

“¿Quieres jugar conmigo?”, pregunta mi esposa, en un tono tan sexy que me eriza la piel en segundos.

“He estado esperando a que despertaras, cariño”.

Trago grueso.

“Yo… am… sí, si quiero”.

Ella sonríe levemente, levanta sus manos entonces, acariciándose el cuerpo levemente con las yemas de sus dedos.

Se detiene frente a mí, acariciando mis piernas con sus tacones, separándolas al mismo tiempo para quedar entre ellas.

La tela de satén brilla y gracias a la luz, noto lo endurecidos que tiene los pezones debajo de ella, lo que me vuelve agua pura la boca.

El deseo de tocarla me está matando, pero la dejo tener el control porque es justamente lo que quiere, además de que esta tensión me excita demasiado.

“¿A qué quieres jugar?”

Encuentro voz para preguntar.

Se encoge de hombros levemente.

“¿Qué tal al doctor?”

Suelto un suspiro, intentando mantener la calma.

“¿Qué tan enfermo quieres que esté?”

“Mucho, casi tanto como para no moverte”, comenta, sacando pecho, sabiendo que es lo que más me prende de su cuerpo.

“¿Lo prometes?”

Asiento de inmediato,

“Sí”.

“¿Prometes no moverte? Eso significa que no puedes tocarme y que yo tendré todo el control, cariño”.

A este punto podría pedirme que actúe de perrito y lo haré sin rechistar así que no tardo en asentir.

Este espectáculo de seguro valdrá la pena, y es lo que me lleva a aceptar que me lance contra el respaldo del sofá, con las manos sobre mis piernas para tenerlas a la vista.

Ava se aleja y lentamente se desata el nudo de la bata.

Si su mera imagen con la bata puesta ya me tenía al mil, el ver el conjunto que trae debajo me hace arrepentirme de inmediato el haber aceptado quedarme con las manos quietas, porque solo quiero tocarla.

Por todas partes.

Con un brasier sensual, el cual tiene solo el arco sosteniendo sus senos perfectos y grandes, mantiene sus pezones al aire con tiras que envuelven su pequeña cintura y abdomen, bajando hacia un conjunto de ropa interior tan diminuto que ni siquiera cubre sus labios gruesos y perfectamente depilados.

Con tiras envolviendo sus piernas, Ava está prácticamente desnuda ante mí demostrando que esa pequeña pieza triangular que no la cubre en absoluto, también tiene una abertura en el centro el cual me da completo acceso a su entrada.

“Maldición”

Mascullo, falto de aire, de pensamiento racional y sensatez.

Estiro la mano para alcanzarla, pero de inmediato me la baja de un golpe.

“Prometiste mantener las manos quietas”, me recuerda.

“No puedes hacerme esto. Es… es cruel. Carajo, es incluso torturante ¿Es que disfrutas de mi sufrimiento?”

Sonríe, asintiendo.

“En estos momentos, sí. ¿Es que no puedes aguantarte un poco? Todavía ni he empezado”

Bufo, negando con mi cabeza.

“Necesitas terminar con esto rápido o perderé la paciencia”.

Se muerde su labio inferior.

“¿Por qué? Si ni siquiera me he tocado”, susurra.

Eleva sus manos, con ellas tira las correas que la envuelven, haciéndolas resonar al chocar contra su piel cuando las estira, sonriendo al ver cómo me pone.

“¿Te gusta mi conjunto? Lo compré especialmente para la ocasión”.

“Me fascina”.

“¿Ves cómo sostiene mis senos? Mira, tiene buen soporte”

La muy maldita se toma ambos senos jugando con ellos, subiéndolos y bajando, provocando más dureza en esos pezones que me piden a gritos que los tome en mi boca, saborearlos con mi lengua y morderlos para dejar marcas en ellos durante días enteros.

“¡Maldición, deja que te toque!”

Cuando estiro la mano de nuevo, ella toma la tira de su bata, la aleja de la tela y con la misma envuelve mis muñecas, apretando, pero no tanto.

“Vas a ser un niño bueno o tendré que inyectarte”.

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