Esposo arrepentido
Capítulo 7

Capítulo 7:

Según tengo entendido, es la persona con quien más se lleva, así que ahí estará cómoda. O al menos es lo que me digo para tranquilizarme.

El evento es en solo una semana.

Tengo los nervios a flor de piel de solo pensar en cómo terminaré esa noche y en cómo seré capaz de poner un pie dentro de ese lugar.

Sé que seguramente acabaré rendido apenas la vea y por eso acudí a una sesión de terapia anticipada, porque no había forma de calmar mis nervios después de que me confirmaran su presencia.

Es demasiado complicado el saber que después de tanto tiempo, la volveré a ver.

Desde que se marchó, ni siquiera sale mucho en los titulares y eso que la prensa se volvió loca cuando anunciamos nuestra separación en cuanto ella pisó Londres.

Me perseguían a todos lados, incluso llegaron a posarse en la puerta de entrada de mi apartamento y así fue durante los primeros meses.

Querían razones, pero en parte, el juicio y los detalles morbosos de aquella noche, desviaron un poco la atención sobre nuestra separación.

A nuestros clientes poco le importó porque la empresa no sufrió daños.

Ella tuvo los pedidos que quiso y yo igual, así que no los afectó en lo más mínimo, sin embargo a mí, el no verla en ningún titular no me hizo las cosas más fáciles, simplemente porque necesitaba de esa pequeña fuente de información.

Creo que me puso peor el no tener noticias que si las hubiera tenido.

Por las personas de esa sede, supe que iba a trabajar y que de repente, dejó de asistir.

Según sus padres, las terapias que tuvo que tomar la dejaban tan emocional que no quería que nadie la viera de esa forma y prefería quedarse en casa donde trabajó por algunos meses, hasta que regresaron.

Para cuando lo hice, por mi propia salud mental, dejé de preguntar cómo estaba o qué era de ella. Decidí enfocarme en mí, en sanar, en salir adelante, y creo que por eso fue que tomé la decisión de demoler la casa donde nos quedamos durante nuestro matrimonio.

Apenas bajo del coche, veo este nuevo hogar frente a mí, y me resulta completamente diferente.

Casi ni recuerdo cómo era la casa anterior, y si bien mandé a demolerla por toda la historia que tenía, mandé a construir una que hice con demasiado cariño y todavía no entiendo por qué.

Para mí, regresar a este lugar solo significaba dolor y un constante recordatorio de todo lo que hice mal, así que la destruí junto a todos los recuerdos horrendos dentro de ella.

La venganza de Ava, mis malas actitudes, lo idiota que fui al dejarla partir y lo imbécil que me sentía cada vez que caminaba dentro y recordaba lo amable y dulce que fue durante tanto tiempo y yo ni siquiera agradecí.

Era demasiado, mucho por asimilar, así que la derrumbé.

Esta nueva infraestructura, casi terminada a excepción de algunos detalles estéticos como terminar el jardín delantero y colocar la piscina infinita en la parte trasera, me genera mucha más y demasiada responsabilidad, porque fue algo que creé bajo mi propio mando y, sobre todo, algo que hice bajo mis propios gustos.

Cuando la recorro por dentro, quedo admirado del trabajo.

Hace tiempo que no venía por aquí, solo para evitar el viaje de los recuerdos, pero ahora mismo, con las paredes blancas listas para que una familia les ponga color, me doy cuenta de que es momento de dejar ir este lugar y venderlo, para que otra familia tenga la oportunidad de crear sus propios recuerdos, y con suerte, esos no serán para nada horrendos.

Estoy a punto de salir de la casa cuando mi móvil suena por todo lo alto.

No espero la llamada de nadie y dado que por mi reloj, sé que es hora de regresar al trabajo, decido dejar la llamada para después.

Con todo lo que tengo por hacer, me resulta imposible poder responder ahora y menos cuando veo que se trata de un número no agendado.

Regreso a la oficina en poco tiempo.

Varios de mis arquitectos me requieren para revisiones de último minuto y tengo una charla de quince minutos con la persona a cargo de pedir las pruebas de menú para la fiesta. Estamos a solo una semana y todavía no he contratado un servicio por la falta de diversidad en platillos, cosa que me resulta demasiado irónico dado que estamos en la ciudad de Nueva York.

Una llamada al teléfono de mi oficina, de mi padre, me tiene al menos media hora más.

Todavía me llama de vez en cuando para preguntarme cómo estoy y aunque no tenemos mucho más qué decirnos, siempre comento sobre mi trabajo, para poder tener un poco de desviación sobre el tema de mi salud mental, cosa que a él no le parece tan importante, pues en sus palabras, mi decadencia emocional se debió a una mujer y eso es inaceptable.

Finalmente, unos quince minutos antes de mi horario de salida, recuerdo aquella llamada y con el ceño fruncido saco mi móvil para poder devolver aquella llamada.

La primera vez no responden, y estoy pensando en que seguramente se trate de spam, pero cuando intento una segunda vez, a los pocos segundos, tengo una voz del otro lado.

Y no es cualquier voz.

“¿Adam?”

El estómago se me cierra de inmediato.

Toda la terapia, las miles de actuaciones en mi casa, a solas, imaginando este momento y lo que diría, quedan en la nada porque mi acción principal es colgar.

¡M!erda!

Miro por la ventanilla e intento enfocarme en la vista, pero mi mente repasa una y otra vez que todo haya quedado listo en Londres. Los planos en los que tengo que trabajar, las cosas que tengo que revisar, incluso las benditas reuniones por zoom que tendré que hacer, todo está listo y programado. Paso horas enteras revisando mi agenda, intentando reprogramar algunas reuniones importantes simplemente porque no sé cómo va a resultar todo.

Estoy nerviosa.

Apenas puedo respirar y aunque dejé la bebida hace más de cuatro años, me pido dos tragos seguidos para poder conciliar el sueño aunque sea solo unos minutos.

Me recuesto en el asiento, el silencio me hace las cosas más fáciles y para cuando quiero notarlo, ya estoy dormida y solo despierto cuando siento que mi bebé se mueve a mi lado.

Mi conexión con mi bebé es tan profunda que a veces despierto incluso antes que ella, solo para asegurarme de que se encuentra bien.

Al cabo de unas horas, sin saber cuántas realmente, anuncian por los altavoces que tenemos que asegurar nuestros cinturones de seguridad y amarro bien a mi niña antes de fijarme en mí.

Brooklyn todavía sigue algo adormilada así que solo me concentro en aferrarme a ella mientras el avión hace su descenso, al igual que mi presión arterial.

Pensar que me costó demasiado llegar hasta aquí, me tiene todavía con los nervios de punta porque, a decir verdad, casi tuve que arrastrarme de la cama a sabiendas de que el avión salía en unas cuántas horas, pero lo verdaderamente difícil fue pedirle a mis padres que regresaran a casa porque tenía algo importante que decirles, así que tuvieron que regresar antes de Los Hamptons.

Hicieron lo imposible por buscarme del aeropuerto, pero les aseguré que tenía contratado un servicio que me llevaría a casa, lugar donde estaré hospedándome hasta que pueda solucionar este asunto con Adam y ver en qué quedamos con respecto a nuestra hija.

Volteo a verla.

Tan preciosa, con su pequeño vestido rosa pastel y el cabello castaño, casi rubio, caer sobre sus pequeños hombros mientras está dormida, recostada en mi brazo, me deja sensaciones encontradas.

Estoy a punto de llevar a mi hija, a quien juré proteger desde el momento en que supe que venía en camino, a un campo de guerra. Así lo siento, como si fuera de camino al frente de una guerra donde saldremos heridas, porque lo sé.

Reconozco que tuve mis errores, pero ¿Cómo le hago entender a Adam que es conmigo con quien debe desquitarse y no con ella?

Digo, es difícil de creer que reaccionará bien, que querrá tener algo que ver con su hija y aunque mi mente me recuerda que él sí quería hijos, también me recuerda que gran parte de sus dichos fueron mentira.

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