Esposo arrepentido
Capítulo 69

Capítulo 69:

“Papi», dice, con la boca llena.

“¿Sí, amor?»

“¿Por qué nos enfadamos?»

Me mira confundida.

“No quería molestarme con mamá, pero aquí dentro… me duele”

Suelto un suspiro cuando veo que se apunta directo al pecho.

“Te dolió que mamá te mintiera?», le pregunto mientras asiente.

“Está bien, no tienes que sentir culpa», le aseguro.

Hace un puchero, bajando su tenedor.

“Pero ahora ella está triste”

“Brooklyn…”, la interrumpo.

«Yo no quería que estuviera triste”

Tomo su pequeña mano y busco su mirada.

Me preocupa demasiado que esto le afecte, pero también me alegra ser un sistema de apoyo para que ella me cuente sus preocupaciones.

“Mami está triste», le digo.

“Lo sé, pero no es por ti. Ella te ama, hija. No hay nada que puedas hacer para que ella te ame menos ¿De acuerdo?»

Ella asiente, no muy convencida.

«Y con lo que sientes, está bien. Nos enfadamos porque esa es una defensa de los seres humanos ante el dolor o la frustración, y no tienes que esconderlo. Procesa tus sentimientos, hija, te hará sentir mejor”

“Pero no me siento bien”

“Ahora, pero verás que en unos días estarás mejor y mamá también. De aquí a un año, ni siquiera vas a recordar que te molestaste con mamá por algo”

“¿Lo prometes?», me pregunta.

“Lo prometo. Ahora termina tu almuerzo”

Durante los próximos minutos, en completo silencio, Brooklyn se termina su plato, casi limpiando todo.

Juntos recogemos la mesa, yo coloco todo en el lavavajillas y preparo el plato de Ava mientras mi hija sube a su habitación a ver la televisión.

No me preocupa que lo haga sola, el control parental la mantiene vigilada y eso me da el tiempo de ir hacia la habitación de Ava.

Al principio de esto, dos días atrás, tocaba la puerta esperando a que ella saliera, pero dado que noté que no lo va a hacer por las buenas, saco el juego de llaves de repuesto de cada puerta, abriendo sin pedir su permiso pues necesito asegurarme de que está bien.

Todo está apagado, a excepción de una tenue luz de una lámpara en su mesa de noche.

“Ava, te traje el almuerzo”

Dejo la comida en la misma mesa de noche, tomando asiento en la cama a su lado.

Está de costado, pero la conozco lo suficiente como para saber que no está durmiendo, solo intenta ignorarme.

“Necesito saber cuándo se terminará esto, Ava», susurro.

«Si necesitas unos días más o qué necesitas para estar mejor. Te lo daré, lo haré, solo… dime algo”

No obtengo respuestas.

“Brooklyn comenzó a pensar que es por su culpa que estás aquí encerrada y no quiero que esto le afecte», le digo, preocupado.

La escucho suspirar entrecortado, señal clara de que ha estado llorando.

“Necesito unos días más», dice finalmente.

“Solo unos días más y estaré bien”

“¿Segura?»

“Segura”

POV Adam:

Espero durante varios minutos sentado en el coche. Vamos retrasados, hoy tenemos nuestra sesión en pareja y aunque Brooklyn y yo ya estamos listos para irnos, Ava no está ni siquiera dentro del coche.

“Papi, ¿ya nos vamos?”, pregunta mi hija, completamente aburrida.

No trajo ninguno de sus aparatos porque jamás los trae cuando vamos a la oficina de la psicóloga, pero cuando empieza a enloquecer un poco eso me enloquece a mí también, porque no quiero que nada la altere.

Inhalo profundo, aprieto las manos al volante, listo para salir de la entrada de la casa cuando veo que la puerta principal se abre.

Ava sale, vistiendo ropa holgada, de esas que solo la veo utilizar rara vez cuando la pillo bajando las escaleras para comer algo.

Desde que cambió su vestimenta hace años, nunca le he visto salir en público con estas prendas, pero dada su expresión veo que la elección de prendas no es más que un reflejo de cómo se siente en su interior.

Toma asiento a mi lado, se abraza a sí misma y se acomoda en el asiento observando por la ventanilla.

“Vamos”, susurra.

Como sé que no quiere hablar, me lanzo sobre ella para tomar el cinturón de seguridad, lo paso por encima de su cuerpo y lo abrocho. Solo cuando noto que está segura, regreso a mi asiento encendiendo el coche.

Mi hija en el asiento trasero está callada.

Supongo que ambas tienen que sanar y necesitan tiempo, porque a pesar de que Brooklyn sea una niña, yo no invalido para nada sus sentimientos.

Si siente que alejarse un poco de su madre es lo mejor, ella sabrá cuándo regresar, pues no tiene idea de qué son los malos sentimientos.

Jamás los ha sufrido hasta ahora y es difícil para cualquiera hacerse a la idea a veces, de cómo sobrellevar las cosas.

Conduzco en silencio hasta el consultorio.

Como siempre, Ava es la primera en salir y saca a Brooklyn de su asiento con cariño, dejándola en el suelo, pero la niña, como es sabido ya, me espera a mí para tomar su mano. Eso no le hace gracia a su madre, de hecho, creo que la destruye un poco más de ser posible.

Para cuando llegamos, como es usual, a nuestra hija se la lleva su psicóloga infantil mientras nosotros esperamos unos minutos más hasta que nos vienen a buscar.

“¿Cómo estás?”, le pregunto, buscando su mirada, aunque no obtengo nada de su parte.

“Ava, tienes que hablar conmigo. No podemos seguir así”

Ella niega con su cabeza, soltando un suspiro.

Me ha pedido días y se los he dado, me pidió incluso que dejara de ir a verla y también accedí, pero esto ya es demasiado.

Llevamos días sin hablar, sin nada qué decirnos y ciertamente, su silencio ya comienza a ser ensordecedor.

Antes de poder decir algo más, la psicóloga nos llama desde la puerta de su consultorio, con su habitual sonrisa de siempre, la cual se desvanece cuando ve el estado en el que se encuentra Ava.

“Pasen, por favor”, comenta con seriedad entonces.

Me pongo de pie, ambos caminamos hacia el consultorio donde cierran la puerta cuando ingresamos.

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