Esposo arrepentido
Capítulo 61

Capítulo 61:

«No, amor, tu padre es Adam», le dice Ava, enfocada en nuestra hija.

La confusión en los ojos de Brooklyn es evidente, y siento el peso de la verdad que aún no hemos revelado por completo.

«Sí, cariño, yo soy tu padre», le aseguro, intentando ser firme pero comprensivo.

El silencio que sigue a esta revelación es abrumador, cada uno de nosotros intenta procesar la magnitud de este momento.

Ava se toma unos minutos para secar sus lágrimas, y yo me preparo para lo que viene a continuación.

«¿Te sientes bien, amor?», pregunta Ava, preocupada por Brooklyn, quien sigue en silencio con su paleta en la mano.

Mientras estaciono el coche en la entrada de la casa, noto que Ava está visiblemente consternada, y cuando rodeo el coche, descubro que Brooklyn no está.

«¿Hija? ¡Brooklyn!», grito, buscando frenéticamente por todas partes.

Intento mantener la calma mientras buscamos por todo el exterior de la casa, pero el miedo se apodera de nosotros mientras cada segundo pasa sin noticias de Brooklyn.

Ava y yo nos encontramos en el patio trasero, ambos luchando contra las lágrimas y la desesperación mientras buscamos a nuestra hija.

POV Adam.

Buscamos desesperadamente por el exterior de la casa.

Ava va en una dirección mientras yo me dirijo en la opuesta.

Finalmente, nos encontramos en el patio trasero, y en este momento, las lágrimas gruesas inundan los ojos de Ava.

Comprendo que está al borde de perder la cordura, y aunque intento mantener la calma, me doy cuenta de que también estoy al límite.

Con la necesidad de mantener la compostura, tomo a Ava por los hombros, obligándola a enfrentarme.

«¿Dónde está?», susurra con angustia.

«La encontraremos. Seguramente está dentro de la casa, así que yo revisaré la planta baja y el sótano, y tú revisas los dos pisos de arriba, ¿De acuerdo?»

«¿Y si no está aquí?», pregunta ella con miedo palpable.

«Vivimos en un barrio privado, cariño. Ella tiene que estar aquí dentro», intento tranquilizarla, aunque sé que mis propias dudas se filtran en mis palabras.

Entramos juntos a la casa y nos dispersamos. Reviso la planta baja mientras Ava sube apresuradamente las escaleras al primer piso.

Mi búsqueda en la planta baja es frenética.

Revuelvo el despacho principal, la biblioteca y la sala, incluso reviso lugares inverosímiles.

Sin embargo, no encuentro ni un solo rastro de Brooklyn.

La desesperación comienza a apoderarse de mí, y la idea de que Will, de alguna manera, esté involucrado cruza mi mente.

Al subir las escaleras, Ava me grita desde arriba.

«¡No está arriba! ¿Qué vamos a hacer?»

«Queda el sótano. Si no está allí, llamaremos a la policía para que ellos se encarguen», respondo, intentando infundir confianza a pesar de la creciente ansiedad.

Al abrir la puerta del sótano, noto que está limpio y apenas utilizado.

Enciendo la luz, y mientras busco entre las cajas y materiales de construcción, escuchamos un sonido extraño a lo lejos.

Ava y yo nos concentramos en el sonido, que parece ser alguien intentando respirar.

«¿Dónde está?», pregunta Ava, con miedo en sus ojos.

«No la veo aquí. Iré hasta el final», respondo, notando algo a lo lejos.

Al acercarme, descubro a Brooklyn en el suelo, luchando por respirar, con sus manos en la garganta.

«Hija», grito, corriendo hacia ella.

Ava se une a mí, y la escena es desgarradora.

Brooklyn está asustada, inflándose lentamente, y me doy cuenta de que la paleta rosa en el suelo es la culpable.

“Ay por dios”, grita Ava, tirándose a mi lado.

“¿Qué tiene? ¿Qué le sucede?”

La tomo en mis brazos, es tan pequeña y está tan asustada que poco a poco comienza a inflarse.

Su rostro, sus manitos, su garganta.

Todo se le está cerrando, impidiéndole que respire con normalidad.

“La paleta…”

Señala la paleta rosa que está en el suelo.

“Es de fresa, Adam, ella es alérgica”

Solo bastan esas palabras para sacarme corriendo de la casa con mi hija en brazos.

No sé si Ava viene detrás, ni siquiera lo noto, solo sé que me subo al coche con Brooklyn en mis brazos.

“Dámela, porque no vas a poder conducir”, me dice Ava, tomando asiento a mi lado.

Le entrego la bebé, enciendo el coche y las ruedas chillan por la velocidad en la que acelero hasta salir de la casa.

Tengo demasiadas cosas en mente en estos momentos, pero no puedo quitarme el sonido que hace su cuerpecito al intentar que el aire ingrese en sus pulmones.

Ava está llorando, no tenía idea de que fuera alérgica a cualquier cosa, y ahora mismo quisiera asesinar a la bendita psicóloga por no preguntar antes de darle esas paletas.

La verdad, es que existen muchos culpables, principalmente nosotros por haberle dicho semejante cosa.

Es una niña, pero inteligente a su edad, y por eso no me sorprende que necesitara de tiempo y espacio para comprender lo que pasó; más que nada porque apenas llevamos viviendo juntos una semana y me ha visto tan pocas veces que no debe ni de tener sentimientos hacia mí.

“Tranquila, cariño, intenta tranquilizarte”, le dice su madre, acariciando su rostro, infringiendo su propio consejo pues es incapaz de reservarse las lágrimas, cosa que entiendo.

Brooklyn es su vida entera, todo lo que tiene y no creo que jamás haya pasado por algo como esto pues el nerviosismo que denota no es de alguien que ya pasó por lo mismo.

Usualmente, se está más tranquilo cuando se sabe qué hacer.

Siento que Brooklyn comienza lentamente a perder el conocimiento y piso el acelerador a fondo.

Me importa un carajo cruzarme los semáforos en rojo, ciertamente solo quiero llegar y que alguien la atienda, así que cuando veo el hospital a lo lejos, inhalo profundo mientras toco la bocina varias veces pidiendo espacio.

Me detengo frente a la entrada de urgencias, donde los pacientes me observan con el ceño fruncido.

“¡Necesito ayuda, es mi hija!”, grito hacia adentro.

Regreso al coche, tomo a Brooklyn de los brazos de Ava, la aprisiono contra mi pecho para no ver lo azul que se está poniendo y corro hacia adentro, donde dos enfermeras y una doctora estaban saliendo con una camilla.

“Tiene alergia a las fresas y comió una paleta. Comenzó a toser, su garganta se cerró y…”

“Señor, la cuidaremos bien ¿De acuerdo? Tiene que tranquilizarse”, me dice una enfermera, poniéndose frente a mí, para evitar que siga a la camilla que movilizan hacia adentro.

Cruza ambas puertas dejándome de este lado, donde siento la mano de Ava tomar la mía en cuestión de segundos.

No sé cuánto tiempo nos quedamos así, solo sé que ahora mismo, ambos necesitamos el confort del otro.

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