Esposo arrepentido
Capítulo 53

Capítulo 53:

Las cosas se salieron tanto de control, que cuando volteo a ver a Adam, verlo llorando en silencio me destruye lentamente.

Intento acercarme, pero de inmediato retrocede, con ambas manos en alto.

“Yo… dile a Brooklyn que lo lamento”, susurra, aproximándose a la puerta del garaje.

“ Adam… por favor…”

Mi voz lo detiene.

Quizas sienta la necesidad de gritarme, recriminar cada cosa que dijo Will y de haberlo hecho, lo entendería completamente, pero no lo hace, solo se queda allí, con el picaporte de la puerta en la mano, quizás pensando en qué demonios me va a decir o en si decirlo, sea lo correcto o no, hasta que decide. Se voltea a verme, con toda la decepción que puede mostrarme.

“Tenías razón ¿Sabes? Quizás sí te perdoné muy rápido”.

Finalmente hace resonar la puerta al salir y al poco tiempo siento que enciende el coche.

Necesita alejarse de aquí, lo entiendo, así como entiendo que él no fue único que falló en esta historia. Yo también…. fallé, miserablemente.

POV Ava.

Adam no regresó a dormir anoche.

Desde hace un tiempo me juré que jamás me desvelaría esperando a nadie, mucho menos a un hombre.

Lo hice bien durante todo este tiempo, a excepción de anoche, donde esperé sentada en el sofá de la sala, junto al teléfono y cerca de la puerta, con la ilusión de verlo entrar a casa, pero eso jamás sucedió.

A la mañana siguiente, después de no haber dormido un carajo, me obligo a mí misma a concentrarme en lo importante, que es la cita de hoy.

Tengo que llevar a mi hija a su cita con la psicóloga porque hoy comenzarán con el puente invisible hasta el conocimiento y la comprensión de lo que significa tener un padre.

Algo que espero con ansias, pues el acercamiento de mi hija con Will llegó a un punto en que se ha vuelto insostenible.

Pasé toda la noche pensando y me di cuenta de mi error.

Les fallé a todos a quienes amé algún día, me cegué creyendo que iba a poder con todo sola y ahora que no es así, es demasiado tarde como para fingir que la culpa es de alguien más.

Pude haber hecho miles de cosas para enfrentar a Adam desde un principio.

Pensé en todas las posibilidades, en medio de un siglo avanzado, donde la tecnología hace cosas increíbles y yo… no pude decirle la verdad durante todo este tiempo.

Literalmente, me siento como una hija de p%ta.

Nada más y nada menos que eso.

Una maldita que ha jugado con los sentimientos de tantas personas, que llegué a perder el hilo y la razón por la que lo hice en primer lugar.

Por eso es que decidí, que hoy tengo que asistir a esa cita.

Tengo que hacerlo.

Ya no importa si quiero o no, tengo que hacerlo, por mi bien, pero más que nada, tengo que hacerlo para intentar enmendar un poco las cosas entre el padre de mi hija y yo.

Brooklyn está entretenida por un programa de televisión hasta que sea el momento de irnos, mientras tanto, yo tomo el móvil marcando el número de Adam, una y otra vez.

Es nuestra primera sesión juntos, se supone que tiene que asistir, pero la pregunta de si a él le hicieron la misma proposición que a mí, significa que debe decidir si quiere o no avanzar, y eso lo sabré apenas lleguemos al consultorio.

Tomo aire, estoy guardando las cosas en el coche antes de buscar a mi hija, y mi mente no deja de pensar en qué demonios pasará cuando llegue y él no se presente.

¿Sería capaz de hacerlo?

¿Sería capaz de quedarse y terminar todo lo que queda de nosotros?

Trago grueso.

La gran bola de emociones que tengo atoradas en la garganta no me está permitiendo respirar con normalidad, pero tengo que hacer esto de una sola vez.

Regreso a la casa tomando a Brooklyn en mis brazos, luego la coloco en el asiento trasero, en su asiento de niño y voy hacia mi puesto, enciendo el coche.

Tengo que aclarar mi mente para que cada cosa que haga de ahora en más, sea responsable y de forma consciente.

No quiero un accidente, no con Brooklyn en el asiento trasero y no por pensar dónde está Adam. O lo peor, dónde estuvo.

«¿Estás lista para otra aventura, amor?», le pregunto con una sonrisa mientras reviso el espejo retrovisor y noto su expresión radiante.

“¿Dónde está Adam?”, pregunta de repente, y su expresión cambia a una de preocupación.

Me desconcierta un poco su pregunta.

“¿Qué?”, respondo con un puchero involuntario.

“Hoy no hizo el desayuno. Me gustan sus panqueques”, explica, y su tono revela cierta decepción.

Trato de mantener la compostura y sonrío levemente.

“Bueno… le diremos cuando lo veamos, que lo echaste de menos. ¿Qué te parece?”, sugiero, tratando de desviar la conversación.

Asiente con una sonrisa, y luego pregunta:

“¿Y Will vendrá con nosotros?”

Susurro suavemente mientras la miro a los ojos a través del espejo retrovisor.

“No, cariño. ¿Sabes algo? Creo que Will regresará a su casa y no lo veremos por un tiempo, así que evitemos hablar de él para no ponernos tristes ¿Quieres?”

Ella parece aceptar mi explicación con resignación.

“¿Por qué se tiene que ir?”, pregunta con curiosidad.

“Porque tiene que trabajar. Yo también trabajaré”, le explico brevemente.

“¿Harás casas?”, indaga con interés.

“Sí, amor. Haré casas, pero hablaremos de eso luego, mami tiene que conducir”, le respondo mientras me concentro en la carretera.

Mientras conducimos, mi mente se llena de pensamientos sobre Adam y lo que sucedió el día anterior. Ignoré las llamadas y los mensajes de Will durante toda la tarde, sin siquiera dignarme a responder.

Su comportamiento egoísta y desconsiderado solo confirmó lo que ya sabía: no tiene derecho a tomar decisiones sobre Brooklyn ni a asumir un papel que no le corresponde.

Es cierto que parte de la responsabilidad recae en mí.

En medio de mi depresión, me aferré a Will como a un salvavidas. Pero esa etapa ha terminado. Solo lamento no haberlo dejado atrás antes.

Cuando llegamos al consultorio, busco el auto de Adam entre los estacionados, pero no lo veo.

La decepción se refleja en mi rostro mientras saco a Brooklyn del asiento del auto y entramos al edificio.

La secretaria nos recibe y nos pide que esperemos en los asientos.

No pasan muchos minutos antes de que la psicóloga infantil llame a Brooklyn por su nombre y ella corra hacia ella, olvidándose de mi presencia por completo.

Mientras espero, la psicóloga Rose me recibe con una sonrisa en el consultorio.

“¿Sorprendida?”, pregunto al tomar asiento.

“Ciertamente, sí. Pensé que no querías saber nada con esto de las terapias grupales”, responde con curiosidad.

Suelto un suspiro antes de admitir:

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