Esposo arrepentido
Capítulo 40

Capítulo 40:

Estoy tan contenta que olvido por completo por qué estamos aquí en realidad, y solo vuelvo al presente cuando veo a Adam por el reflejo del cristal frente a mí.

«Sabía que te encontraría aquí», dice, casi sonriendo.

Volteo a verlo.

«¿Dónde quedó Brooklyn?».

«Ella está en su habitación».

«¿Tiene habitación?»

Se encoge de hombros.

«¿Por qué no la tendría? ¿Querías que la dejara durmiendo en el sofá con todos los cuartos que tiene esta casa?»

Suelto un suspiro.

Parte de mí quiere responder con sequedad e incluso con algo de ironía, pero aquello solo despertaría una larga conversación que terminaría con ambos molestos, y es apenas el primer día que vamos a vivir juntos.

Por eso suspiro, dejando salir aquellas ganas de responder mal.

«¿Quieres que te muestre dónde vas a dormir o quieres hablar de otra cosa?»

«¿Quién diseñó la casa?»

«Yo lo hice», responde con firmeza y un claro orgullo en su voz.

«¿Qué tiene de malo?»

Ruedo los ojos.

«No te estoy atacando, Adam, solo quiero tener una conversación normal”

«Lo siento, pero contigo nunca se sabe».

Ambos nos quedamos mirando fijamente.

Por mi parte, estoy dispuesta a siquiera ser cordial entre nosotros, pero no creo que de él quiera salir lo mismo porque no está siendo cooperativo.

Tiene demasiadas paredes levantadas cuando se trata de mí.

Puedo verlo y no necesariamente me gusta.

«La diseñé yo, con mis gustos y algunos otros retoques», murmura, mirando al suelo.

«¿Te gusta?»

Asiento.

«Es preciosa, pero los jardines necesitan un poco más de trabajo».

«Quizás de esa parte podrías encargarte tú».

«No, no me corresponde porque no será una casa donde viviremos mucho tiempo», digo, sin pensar en que estoy dejando en claro que apenas pueda, me largaré.

Él lo nota, por eso se carcajea levemente.

«Hablas de no atacarme, pero tu cuerpo y tus ojos no dicen lo mismo».

«¿Qué quieres que haga? Me llevaste a la corte para pedir derechos que te hubiera dado sin rechistar».

Niega con su cabeza.

«No lo habrías hecho».

«No sabes nada de lo que habría o no hecho, Adam».

Da un paso al frente, sosteniendo mi mirada.

«Claro que sí, todos lo saben y ¿Sabes por qué? Porque en cada oración que mencionas a Brooklyn dices ‘mi hija’, no nuestra, solo mía. Esa posesión que sientes es lo que no te está dejando ver las cosas con claridad y lamento si te jodí, ¿De acuerdo? Pero esto tenía que pasar».

Me quedo en silencio. Llevo tanto tiempo enfocándome solo en nosotras que jamás tuve en cuenta sus dichos.

Carraspeo levemente, elevando las cejas.

«¿Qué quieres que diga?»

«Nada. Nada que tenga que ver con el juicio, ni la tutela», dice con cansancio.

«Estoy harto de esto, de tener que discutir contigo por absolutamente todo».

«¿Y qué planeas? ¿Qué finjamos ser otras personas? ¿Qué dejemos el pasado atrás?»

Asiente con ganas.

«Eso es justamente lo que espero».

Es imposible no reír.

«Tienes que estar bromeando. Adam, ¿Quieres que finja tener demencia y que somos una familia feliz? Por favor, tengo demasiadas cosas presentes como para fingir que somos algo más que ex esposos».

«No quiero que finjas demencia ni que dejes todo de lado, solo quiero que pongas de tu parte para que estas semanas, mejore nuestra relación».

De inmediato me cruzo de brazos.

«Nosotros no tenemos una relación, Adam».

Se ríe levemente.

«Bien sabes que sí la tenemos».

Ruedo los ojos.

«¿Quieres que te recuerde cómo terminó nuestra relación?»

«No, pero ¿Quieres que te recuerde que jamás finalizaste el divorcio?» dice, dando un paso hacia mí.

Me deja muda, literalmente, porque no creí que sacaría el tema tan deprisa, sin embargo, intento mantener las apariencias.

«¿Por qué finges?»

«No tengo idea de lo que estás hablando».

«¿Por qué nunca me dijiste que seguíamos casados? ¿Por qué guardaste el secreto?»

Me encojo de hombros.

«No sabía que fuera un secreto y tú jamás preguntaste cómo terminó eso. No te interesó».

«Porque jamás me interesó divorciarme de ti», responde con firmeza y en solo segundos, con total sinceridad.

«¿Eso querías oír o no te lo esperabas después de cuatro años?»

Adam se está acercando demasiado y yo no tengo idea de cómo alejarme.

No estoy acorralada, tengo para dónde correr de ser necesario, pero no quiero.

Mi cuerpo no quiere alejarse.

«Siempre supiste que no estábamos divorciados y jamás dijiste ni una sola palabra», continúa, en voz baja.

«¿Quieres que adivine el por qué?»

Trago grueso, negando con mi cabeza.

«No podrías».

«Claro que sí. Es simple, tan simple como el que yo no quise firmar en primer lugar».

Me encojo de hombros.

«Pero lo hiciste, porque no te importó, claramente».

Suelta un suspiro.

“Lo hice por ti”, aclara.

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