Esposo arrepentido -
Capítulo 30
Capítulo 30:
“La vi correr hacia ti. No quería creerlo al principio, pero investigué ¿Sabes? Investigué porque vi en sus ojos mi sangre, y lo confirmé hace días”
Parpadea sorprendida, quedando estática, sin saber cómo moverse o cómo m!erda continuar después de esto.
Supongo que estaba lista para cualquier cosa, menos para esto.
“Lo sabías”, susurra.
“Sí, por eso mantuve la compostura. Tuve días para pensar, para enfadarme, para gritar. Tuve días para hacerme a la idea de que me quitaste a mi hija a nuestra hija su padre. Lo supe y no sabía qué hacer en el momento, y vine solo para oírlo de tu boca, para oír qué proponías y cómo lo tomarías, pero jamás pensé que oiría tanto egoísmo en tus palabras”.
“Tomé decisiones egoístas por nosotras”.
“Por ti”, la apunto.
“Las tomaste por ti, y está bien, nada me devolverá el tiempo perdido, pero nadie, ni siquiera tú, me alejará de lo que me pertenece”
Camino hacia la salida, sintiendo sus pasos apresurados detrás de mí.
Está alterada y sé que si no me voy, ninguno de los dos tendrá paz, así que me apresuro pensando en salir de estas cuatro paredes que no hacen más que asfixiarme con las excusas que me dio.
“(¡De qué estás hablando, Adam?” dice, persiguiéndome.
“¿Qué significa eso?”
Entonces llegamos a la puerta, donde dejé un sobre de manila sobre el pequeño recibidor, el cual le entrego con total tranquilidad.
“Vine aquí solo para escucharte, y esperaba una disculpa sincera o una razón verdadera. No obtuve nada más que culpas hacia mí, y está bien, pero como dije, no vas a alejarme y no te la llevarás”.
“Adam…”
“No seré un extraño en la vida de mi hija. Llena de lágrimas, recibe el sobre con las manos temblorosas”.
“¿De qué hablas?”
“Abre y verás”.
Supongo que sabe qué hay dentro, porque lo veo en su mirada, lo noto y cuando lee, veo cómo se desarma por fuera y por dentro, pero no hay nada que pueda hacer.
Niega con su cabeza, retrocede, se cubre la mano con su boca porque para ella es impensable lo que estoy haciendo, aunque cualquier persona razonable lo haría sin dudarlo.
“Dijiste… no, no… dijiste que no me lastimarías y esto, Adam, me está matando. Si tú… vas a matarme”.
Trago grueso, intentando que su dolor no me afecte.
Dado que ella decidió ver por sí misma, sin importarle ni nuestra hija, ni yo, decidí hacer lo mismo.
“No quiero hacerte daño, solo quiero el lugar que me corresponde”.
“¡Quieres quitármela!”
“Eso lo decidirá un juez. Te veo en la corte, Ava”.
POV Adam.
El dolor que siento en el pecho no disminuye, ni siquiera parece que va a desaparecer, justamente lo que yo quiero desde que salgo de esa habitación, la cual parecía estar ahogándome.
Presiono con ganas los botones del ascensor, llamándolo, pero el que Ava venga detrás de mí no ayuda para nada:
“¡No puedes hacerme esto!”, grita con ganas.
“¿Piensas que ya s a quitarme a mi hija? ¡Ella es mía!”
Sacudo la cabeza, mirando al suelo.
A este punto, ruego porque el bendito ascensor regrese porque la verdad es que ni siquiera sé qué responder.
De mi parte ya lo he dicho todo, he intentado mantener la cabeza clara y estar sereno, pero la posesión que tiene hace la niña es una clara señal de que no tenía intención de compartirla.
Ni conmigo, ni con nadie.
“¡Mírame!”
Volteo a verla, con la intención de que se quede tranquila.
Está destrozada, eso sí, pero el que yo no esté llorando hasta el punto de casi desfallecer como ella, no significa que no me esté quemando por dentro como lo hace.
“Brooklyn es mi hija. Yo la crío desde el momento en que nació y jamás te necesité para eso. La única razón por la que te dije es para que supieras que tenías una hija, no para que me la quitaras. ¡Deja de ser egoísta y permíteme ser feliz aunque sea una sola vez!”
Inhalo profundo.
Me digo a mí mismo que no debo reaccionar a sus ataques, porque es solo lo que son, ataques. Ava espera que reaccione y no de la mejor manera, así que no tengo más opción que seguir rogando porque el ascensor llegue.
“Brooklyn no conoce otra cosa que no sea Londres y yo. Quería hacer esto bien, darte privilegios, permitir que fueras a verla, que tuvieras contacto con ella, pero te ganaré la custodia si eso es lo que quieres”.
“¿Permitirme? ¿Piensas que son obsequios, que tú me estás haciendo un favor?”, gruño entonces, molesto por sus constantes muestras de egoísmo.
“Ava, ese es justamente el problema, que no son privilegios los que quiero, son derechos”.
“¡Es mi hija!”
“¡Es nuestra hija!”, le recuerdo.
“Me pides que deje de ser egoísta, que te permita ser feliz, pero eres tú quien nos está frenando. ¡Siempre nos frenas! ¿Cuándo dejarás de pensar solo en ti? Somos tres ahora, Ava, no solo importas tú y lo que tú quieras, por eso llevaremos esto a la corte”.
Niega con su cabeza, decidida a no escuchar, a no comportarse como una persona madura porque esto sí es inmadurez.
No puede entender que el pedido de custodia es solo para llegar a concesiones y que esas concesiones queden bajo la ley, nada más.
“¡No!”, grita.
“¿Sabes qué? Se acabó, me llevaré a Brooklyn a Londres, no podrás quitármela allí”.
Suelto un suspiro, mirando al techo.
“Por favor, no seas infantil. Estas son las consecuencias, Ava…”
“¡Me importa una m!erda!”
Dado que ella se va directo a la habitación, en dos segundos tengo dos opciones.
Podría subirme al ascensor, que acaba de llegar y me espera con las puertas abiertas, o bien podría ir en su búsqueda porque de repente todo se ha quedado demasiado silencioso.
Y ciertamente, no es como si fuera a escoger cualquier cosa por encima de ella.
Las puertas se cierran a los pocos segundos, y yo estoy de pie esperando tener el valor de enfrentarme a ella de nuevo cuando en realidad, lo único que quería de esto era hablar tranquilos y poder llegar a un acuerdo de cómo carajos haríamos con Brooklyn, pero está tan negada, que incluso se ha cegado a sí misma.
Caminando de regreso a la habitación, abro la puerta que ha quedado entreabierta.
“¿Ava?”, digo, caminando dentro.
No está en mi campo de visión, al menos no desde la entrada.
Cuando doy unos cuantos pasos más dentro, la encuentro sentada en la cama, respirando agitada, con la cabeza gacha y tan temblorosa que me asusta de inmediato.
“Mírame, cariño”.
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