Esposo arrepentido
Capítulo 29

Capítulo 29:

“Hice lo que creí mejor para nuestra hija”.

Me pongo de pie también, haciéndole frente.

“No, hiciste lo que creíste mejor para ti”.

Sus ojos se llenan de lágrimas, otra vez, solo que ahora no las contiene y quisiera decir que me conmueve, pero llevo tantos días sintiendo este malestar cuando pienso en ella, que no me conmueve para nada.

“Nuestra hija necesitaba de ambos padres. Me necesitaba allí para sostenerla cuando nació, cuando llorase o cuando tuviera una cita médica, y yo también la necesité”, digo, con mi voz quebrándose al final.

“Yo también necesitaba aferrarme a algo para sobrevivir, y me hubiera fascinado ser padre. Tú lo sabías, por eso no dijiste nada, porque no querías cerca y fue tu decisión, lo entiendo, pero fue la incorrecta. Una cosa es decidir ambos sobre lo que pase entre nosotros, pero tú decidiste por nuestra hija, por mí y guardaste un secreto. Me robaste, Ava”.

“No”, repite, varias veces, mientras camina hacia dentro de la habitación.

Está perdiendo la cordura.

Yo jamás levanté la voz ni lo haré, a diferencia de ella que de seguro deben de oírla las habitaciones aledañas a la nuestra.

“Si no te dije nada es porque no creí que fueras suficiente para nuestra hija”.

Otro golpe más y siento que no terminan, aunque admito que admiro que al fin hable con la verdad.

“Las cosas que me hiciste… ¿Cómo podía confiar en que serías buen padre?”

“¿Las cosas que yo hice?”, doy un paso al frente.

“¿Y qué hay de ti? Porque en todo tu discurso te he oído culparme por absolutamente todo, sin hacerte cargo de nada, pero ¿Cómo puedes ser una buena madre después de todo lo que hiciste?”

“¡Yo me vengué por tu infidelidad!”

“¡Y yo lo acepté callado!”, digo en voz alta, dejándola callada.

“Lo acepté todo. Acepté mi error, que me trataras tan mal porque me lo merecía. Acepté el video porno que circulaste, el que me quitaras todo, que arruinaras mi carrera por completo y acepté el desastre que dejaste cuando te fuiste, porque yo lo afronté por ambos. Los medios, la presión social, las preguntas sobre nuestra ruptura. Tú te fuiste y yo lo acepté todo porque te lo debía, Ava, y lo sé bien, así como sé que parte de ocultar a nuestra hija no fue más que la cereza de tu pastel de venganza ¿No es así?”

“No, yo”

“El que haya sido una m!erda de esposo no significa que sería una m!erda de padre”, continúo, afectado hasta la médula por el daño que me causó.

“Pero supongo que así funciona ¿No? Yo te engaño por tres años y tú me ocultas a nuestra hija por cuatro”

“¿Querías ganar? Pues lo hiciste, ganaste. Eres la peor de los dos”.

“A no, no, no. Tú… no vas a volver esto contra mí ¿Entiendes? Lo de nuestro matrimonio fallido no tiene nada que ver con nuestra hija y su situación”

Me río amargamente.

“¿¡No!? Dile eso a tus acciones porque al parecer no lo comprendieron bien”.

“Vine aquí a decirte la verdad y ya la sabes”, comenta, caminando de un lado a otro.

“No vine a que me sacaras las cosas en cara”.

“De acuerdo, otra cosa que tú puedes hacer, pero yo no”

“¡La oculté porque no tenía nada más!”, grita entonces.

”No tenía nada, Adam, nada más que traumas. Necesitaba tenerla para recordarme lo que era vivir, lo que significaba que al menos hice una cosa bien y… lo siento ¿De acuerdo? Lamento haberla ocultado todo este tiempo, lo siento, lamento lo que le hice a mi hija, pero…”

“Nuestra hija”, digo, buscando su mirada.

“Nuestra hija, Ava. No lo olvides”.

Las lágrimas ruedan por sus mejillas mientras un puchero se forma en sus labios.

Noto que está angustiada, que siente mucho lo que está pasando, pero es una conversación que no puede detenerse, no ahora.

“Cómo llegamos hasta aquí no importa, Adam“, susurra.

“Quería decirte la verdad para que supieras que tienes una hija, y comprenderé si quieres pasar tiempo con ella, si quieres verla y demás, podemos arreglarlo, pero…”

Sacudo la cabeza, obligándola a detenerse.

“Ava, cómo llegamos hasta aquí sí importa”, gruño, dando un paso al frente.

“Me importan los años perdidos, los momentos que me robaste y me importa la poca importancia que me has dado en su vida. Me robaste la posibilidad de ser padre y le robaste a nuestra hija también. Puede que tú quieras hacer de cuentas que lo hiciste no fue nada, pero a mí me importa”.

Alterada, intenta tomarme de las manos, pero me niego.

Ahora mismo no veo más que su egoísmo saliendo por cada poro de su cuerpo.

Tiene miedo de las consecuencias, de lo que significa para ella que yo lo sepa y está bien. Tiene razón en temer.

“¿Crees que podemos olvidarlo y ya? ¿Qué simplemente olvide que tengo una hija de tres años de la que no sé nada y viceversa? ¿Pretendes que me consuele el hecho de verla una vez al año cuando decidas venir de vacaciones?”

Sacude la cabeza.

“No, no quería eso, yo…”

“¿Entonces qué querías? Porque no entiendo nada. Ni siquiera entiendo los motivos por los que me alejaste de ella”, gruño.

“Sé que querías sanar y yo también tenía que hacerlo, pero la excusa de que hubiera sido un padre de m!erda no es más que eso, m!erda. ¿Sabes qué creo? Que te aterraba la idea de tenerme cerca porque todavía me amabas. Te aterraba pensar que si lo notaba no me alejaría nunca más de tu vida y querías borrarme. Quisiste borrarme de sus vidas y lo hiciste, como si fuera desechable”.

Rueda los ojos, limpiándose las lágrimas.

“Tampoco tomes el papel de víctima porque no te corresponde. Tú me fallaste”

“¿Y por eso me merezco lo que me hiciste? ¿Ahora vamos así? ¿Haremos todo con tal de quedar a mano?”

“No, solo digo que no tomes tanto el papel de víctima, porque yo fui tu víctima tres años. Tú me mentiste, me fallaste, y…”

“Sí, fui una m!erda de esposo, m!erda de hombre y merezco todo lo que me pasó”, mascullo molesto.

“Lo merezco, lo sé y a diferencia de ti, lo admito, y sé que no lo ves, pero también soy tu víctima. Nuestra y yo somos víctimas de las decisiones egoístas que hiciste, porque el que te fallara no significa que le fallaría a ella”

Con su voz tomada por las emociones, susurra mi nombre.

“Yo no sabía eso. No eras un buen hombre, Adam, no lo eras y ella se merecía lo mejor, no alguien que le fallara”

“Pero igualmente no era tu decisión”, afirmo, dejándola en silencio.

“Tú no debías decidir por los tres, Ava, y me enfurece que no aceptes tu error. Me enfurece que pintaras tu egoísmo como protección a Brooklyn, porque no fue así”

Entonces tengo su mirada clavada en mí, porque no tardo en comprender que acabo de mencionar su nombre, y ella jamás me lo dijo.

“¿Cómo sabes su nombre? ¿La conoces?”

Trago grueso.

“La conocí en la fiesta. Se perdió y la ayudé a buscar a su mami”, clavo la mirada en ella.

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