Esposo arrepentido -
Capítulo 28
Capítulo 28:
Sé la verdad, pero el oírlo de su boca me quita demasiado de encima.
Noches enteras pensando en cómo sería este momento, ahora mismo no puedo ni siquiera mirarla a la cara porque no me nace hacerlo.
No puedo.
“Lo supe al mes de estar en Londres. Me tomó por sorpresa, no sabía cómo reaccionar cuando el test dio positivo. Juro que creí que era mentira, además, fue irónico el momento ¿No crees? »
Intenta hacer una broma, pero al ver que no me da gracia, respira profundo.
“Jamás estuvo en mi mente la idea de deshacerme de nuestro bebé. Lo afrontaría, eso decidí y eso hice. Dejé de lado mis preocupaciones y males y me enfoqué en ella. En que llegara bien a este mundo, que tuviera una vida feliz y que fuera una gran persona. Es todo lo que siempre he querido para ella”
Ava busca mi mirada, y al ver que me mantengo el silencio, observando el paisaje, se pone nerviosa. Tan nerviosa como para respirar agitada.
“Intenté contactarte, pero jamás me respondiste”
Una risa amarga sale de mí.
“Me pediste cero contacto ¿Ya no recuerdas?»
“Sí, lo sé, pero pensé que si insistía ibas a responder”
Niego con mi cabeza.
“En el hospital dijiste que necesitabas alejarte de mí porque sabías que regresarías tarde o temprano. Esa fue la idea principal de poner un océano entre nosotros, y ahora quieres culparme por no responder el puto teléfono ¿Cierto?»
“¿Qué? No, claro que no, Adam, no te estoy culpando”.
“No es lo que dice tu discurso”.
“Quería que respondieras, sí, pero entendí por qué no lo hiciste y lo acepté”.
Bufo, claramente molesto.
Y es que lo estoy, porque jamás pensé que tuviera tantas excusas idiotas como para no decirme lo de su embarazo.
“Tiene que ser una broma”, mascullo.
“Intentas un par de veces, yo no respondo y ¿Qué? ¿Decides hacerlo todo sola?”
La dureza en mi voz le afecta tanto que tiene que desviar la mirada porque no puede con la verdad de la mía, mucho menos con mi ira.
“Quería decírtelo”, susurra.
“No, no querías”.
“Adam, tú no tienes idea de lo que pasé así que no…”
“Claramente no tengo idea porque no me dijiste nada”, digo enfurecido sin levantar la voz, intentando ser razonable todavía.
“Y no pongas de excusa que no respondí el teléfono, porque sabes dónde vivo y de haber querido que formara parte de la vida de esa niña, habrías venido a buscarme”.
Sus ojos se cristalizan.
“Pero no querías ¿Cierto?”
“No, yo…”
«¿Qué pensaste? ¿Qué sería un mal padre o simplemente querías olvidar que era mía en primer lugar?”
Tengo preguntas.
Por más tranquilo que esté no puedo evitar hacerlas porque estoy en mi derecho. Ava pasó por encima de mí en esto y tengo que saber, por más rudo y malo que suene, tengo que saber.
“Tenía miedo”, dice en voz baja.
“Tenía miedo de venir a verte porque sabía…”
“¿Qué sabías?”
Busco su mirada, pero no quiere enfocarse en mí. Intenta ocultarse, lo veo en sus ojos, en la forma en que quiere desaparecer de esta habitación.
“¿Qué sabías, Ava?”
La pincho.
“¿Sabías que me haría cargo? ¿Qué tomaría el papel de padre? ¿Qué te acompañaría?”
“Sabía que no me darías espacio”
Cuando lo dice y la forma en que lo hace, una risa irónica sale de mí porque busca hacerme quedar como el culpable, el que no respondió el teléfono cuando llamó, cuando la realidad es que ella jamás tuvo la intención de decirme la verdad en su momento y ambos lo sabemos.
“Necesitaba espacio de ti, del pasado, de lo que fuimos. Me fui para tener una nueva vida, para buscar una razón por la que sobrevivir y la encontré. Intenté llamar, buscarte, pero no respondiste y me pareció que no era el momento. Lo tomé como una señal, así que no insistí, tienes razón, pero fuiste tú quien no respondió”.
“¿¡Acaso no te das cuenta de que esa excusa es patética? De verdad, ¿A eso te aferraste todo este tiempo para tener la consciencia tranquila? Porque de ser así, vives en un mundo de fantasía”.
“No es una excusa”.
“Lo es”, afirmo.
“Lo es porque me pides que me aleje cuando te de la gana y pretendes que adivine cuando es el momento adecuado para responder. ¿Crees que no quise responder? Porque te equivocas. Quise y durante días enteros me sentaba al lado del teléfono para oírlo sonar porque sabía que eras tú quien llamaba. ¿Quieres saber por qué no respondí? Porque dijiste que era tu debilidad, y no quería que regresaras sin estar lista. Lamento no haber desarrollado la habilidad de leer la mente en ese momento”.
Ella sacude la cabeza, lanzando un largo suspiro.
Está más que claro que ninguno de los dos quería que la conversación tomara este rumbo, pero a este punto es increíble que no haya perdido los estribos por la noticia que me ha dado, y por el dato que lanzó sobre no quererme con ella.
“Dijiste que hablarías con la verdad, así que admite, al menos ante mí, que no me querías allí”, gruño con angustia.
Sus ojos enrojecidos, cubiertos de lágrimas, denotan más que nada ¡ira en estos momentos.
Y lo veo, veo en ella el odio que me tiene, el resentimiento que guarda y no la culpo, yo la cagué, pero pagué el precio, creo.
“Necesitaba aferrarme a esa niña, a ese bebé, para sobrevivir”, admite, dejando en claro su egoísmo.
Me río con ironía.
“Y no pensaste jamás en que yo también necesitaba aferrarme a algo ¿Cierto? No, no lo pensaste nunca. Ni en un solo momento pensaste en mí”.
Se limpia las lágrimas con ira.
“Lo hice, pensé en ti”
“Solo para odiarme, para reforzar tu idea de que no era digno de estar cerca de nuestra hija ¿O me equivoco?”
“Te equivocas, y te llenas de odio en vano”.
“No siento odio, Ava”, digo, mirándola.
“¿Así es como piensas de mí? ¿Cómo un hombre lleno de odio y deseos de venganza? Porque te recuerdo que el alma vengativa aquí eres tú, no yo”.
Rueda los ojos.
“Eso quedó en el pasado”.
“¿Tú puedes traer mis errores del pasado como una excusa para alejarme de mi hija, pero yo no puedo usarlos contra ti? Por favor, no pensé jamás que fueras tan doble cara”.
“¡No digas eso, Adam!”, grita, poniéndose de pie.
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