Esposo arrepentido -
Capítulo 26
Capítulo 26:
No pienso demasiado en lo que dice porque para mí me resulta imposible pensar en que Adam pedirá cosas impensadas como por ejemplo, tiempo de visita más allá de lo normal u otras cosas, pero cierta parte de mi mente, no le parece tan descabellado.
Intentando no pensar demasiado, me subo a mi coche comenzando a conducir hasta el hotel donde Adam me pidió ir.
No está muy lejos de la oficina principal donde él trabaja, pero sí bastante cerca del centro de la ciudad.
Durante el camino, pido que el tránsito esté abarrotado, para al menos tener un poco de tiempo para mí, pero eso no sucede.
Las calles, sorprendentemente están vacías y un camino que debió de ser de treinta minutos, se convierte en la mitad y llego al hotel incluso antes de la hora prevista.
Me veo en la obligación de entrar al estacionamiento.
Tengo la idea de quedarme a esperar aquí, pero sé que me sentiré más cómoda si espero en la habitación, al menos para conocer el espacio e identificarme un poco más, así que salgo del coche directo a la recepción.
Menciono el nombre de Adam, quien hizo la reservación y me entregan la llave del cuarto.
Obligo a mis pies a reaccionar, porque la recepcionista me mira con cierta confusión al ver que no me muevo.
Apenas las puertas se abren, trago grueso, intentando pasar la gran bola de nerviosismo e incertidumbre que se ha creado en el centro de mi garganta.
Tengo que hacer esto, es más que obvio, pero más que nada, es bastante obvia la razón.
Me digo que nada de esto es por mí, sino por la niña que merece tener un padre, y por ese padre que merece saber que tiene una hija.
Las puertas se abren en la planta donde está el cuarto.
Camino hacia allí, ingresando con la llave electrónica.
El cuarto no es grande, no es matrimonial ni nada de eso, sino un cuarto simple que tiene una pequeña ante sala antes de llegar a la habitación.
Está bien para tener una conversación.
Dejo mi bolso sobre la cama, yendo directo hasta el balcón el cual abro de par en par.
Tampoco es grande, solo lo suficiente como para poner dos sillas y una mesa donde tomo asiento durante un par de minutos.
Intento respirar profundo, observando el reloj demasiadas veces como para alterarme más que nada, así que me levanto en busca del minibar donde saco una botella pequeña de whisky.
Preparo mi vaso llevándolo hacia el balcón, admirando la vista preciosa de toda la ciudad mientras intento ignorar el hecho de que los minutos están pasando y cuanto menos lo note, esa puerta se abrirá y Adam ingresará.
Estaremos los dos en un ambiente demasiado controlado para nuestro propio bien.
Dado que nuestras discusiones anteriores solían salirse de las manos, comienzo a pensar que el balcón abierto es una mala idea, pero descarto eso de inmediato.
Adam podrá ser muchas cosas, pero jamás se pondría agresivo conmigo.
Eso nunca.
Inhalo profundo, enfoco la vista en la ciudad, en las luces encendidas que la hacen parecer un maldito sueño desde este punto tan alto, cuando de repente, la puerta abriéndose me deja paralizada.
Estoy nerviosa, demasiado nerviosa como para voltear.
Incluso cuando siento esos pasos viniendo hacia mí.
Ahora mismo, soy yo quien se plantea la posibilidad de lanzarse por el balcón, aunque sé que tengo que hacer esto.
Quizás lo deje para el final.
Siento que estoy sudando por los nervios.
Adam, al parecer, se ha quedado detenido en el minibar también pues siento la puerta cerrarse y luego el sonido de algunos vasos, pero eso se termina y camina de nuevo.
El sonido es cada vez más fuerte, hasta que…
“Tiene una linda vista ¿Cierto?”, dice, obligándome a cerrar los ojos.
Nunca creí que volveríamos a estar de nuevo como ahora y la verdad es que se siente bien.
Tomo valor, girando el rostro justo para verlo tomar asiento junto a mí, en la silla vacía.
Tal y como yo lo hice, observa la ciudad, creo que también intentando tener esa paz que tanto necesitamos en estos momentos.
“Sí, es linda. ¿La escogiste por esto?»
Niega con su cabeza.
“No. No tenía idea de que tuviera esta vista”, se sincera, para luego soltar un suspiro.
“¿Qué tal tus padres?»
“En casa, odiándote. ¿Qué tal tu padre?»
Se ríe, bajando la mirada.
“En algún lugar de la ciudad haciendo lo mismo”
Compartimos una leve risa, hasta que su mirada recae en la mía.
Ambos sabemos a qué vinimos, y aunque él fue quien hizo la cita, soy yo quien debe hablar y con muchas verdades en la punta de la lengua.
Su intensidad, esos ojos azules tan fuertes y dominantes como los de mi hija, solo me recuerdan por qué estamos aquí.
Aunque quiera, las palabras no salen de mi boca por voluntad y mi mente ahora ha comenzado a repasar todas las cosas malas que podrían salir de aquí en adelante.
Él se termina su vaso, dejándolo sobre la mesa.
“Querías que nos juntásemos a hablar y ahora no dices nada”, susurra.
“No sé por dónde comenzar»
Clavo su mirada en mí.
“¿Qué te parece iniciar desde que te fuiste?»
Me encojo de hombros, aferrándome a mi trago.
No quiero divagar, tampoco quiero darle las impresiones equivocadas hablando sobre lo que sentí sobre él, lo que me provoca o lo que pasé intentando olvidarlo, así que pienso demasiado en qué es lo que podría decir para intentar reparar este error que cometí.
“De acuerdo. Yo haré las preguntas y tú me das las respuestas ¿Qué te parece?»
“Eso está mejor», susurro, con una clara angustia en mi voz.
“Bueno, ¿Qué tal fueron los primeros meses en Londres?»
“Difíciles. ¿Qué hay de ti? ¿Cómo lo pasaste?»
Bufa, alzando las cejas.
“Horrendo. ¿Qué pasó en ese tiempo? Directo al grano”
“Fui a terapia para tratar mis traumas. Por ahí supe que tú también lo hiciste y…”
Alza la mano, deteniéndome.
Adam clava la mirada un rato en la vista, pero luego la posa en mí, observándome con el ceño fruncido mientras niega con su cabeza.
Ahora mismo quisiera tener el poder de leer las mentes para saber qué está cruzando por esa cabeza suya.
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