Esposo arrepentido
Capítulo 12

Capítulo 12:

Cuando me siento lista, bajo las escaleras hasta la cocina, donde me sorprende ver a mi madre con un mandil.

Si hay algo que ha caracterizado siempre a mi madre, es que jamás, por nada del mundo, la verías cerca de la cocina.

Lo sé porque me crio con la idea de que una esposa no se encarga de cocinar si su esposo tiene el dinero suficiente como para contratar una empleada que lo hiciera.

Según ella, el trabajo de una esposa consiste en siempre estar preciosa para seguir despertando el cariño de un hombre.

Retrogrado, demasiado, pero es como crecí, por eso al verla ahora, sosteniendo una sartén por el mango, me resulta demasiado sorprendente.

Las cosas no pueden cambiar tanto en cuatro años.

“Buenos días”, digo, captando su atención.

Me mira solo por dos segundos antes de regresar la mirada al huevo que trae en la otra mano.

“Buen día. ¿Dormiste bien?”

Tomo asiento en el taburete frente a ella.

“Habría dormido mejor con mi hija, pero sí, dormí bien. Gracias”

Bufa algo molesta.

“Estábamos a solo unos metros, pero yo también dormí bien. Resulta que tienes una niña muy inteligente”

Orgullosa, elevo el mentón.

“Gracias, es lindo saber que no he fallado en eso al menos”

Rueda los ojos.

“¡Puedo preguntar qué haces?”

“¿Qué, crees que hago? Intento preparar un desayuno para todos”

“Mamá”

Busco su mirada.

“¿Estás enferma o algo?”

Niega con su cabeza.

“Por qué lo dices?”

“Jamás, en todos mis años, te he visto preparar siquiera un huevo frito. ¿Qué es todo esto? ¿Siquiera sabes cómo funciona una cocina?”

Con una clara ira en sus ojos, me observa durante varios segundos en los que respira profundo.

“El que jamás me vieras no significa que sea una inútil. Tenemos empleada, lo sé, pero hoy quise hacer yo el desayuno. ¿Eso está mal?”

Entonces lo entiendo todo y debo decir que siempre creí que aquel dicho de que las personas cambiaban cuando se convertían en abuelos era solo un mito, pero ahora veo que no. Mi madre, quien jamás se pudo valer sola, está intentando preparar un desayuno para mi hija.

No sé realmente cómo sentirme, pero lo que más resalta es el orgullo.

Me fascina verla de esta forma tan radiante, como si fuera otra persona y no la mujer amargada con la que crecí.

Suelto un suspiro, acomodándome junto a ella después de rodear la isla de la cocina.

“Mira, le falta aceite a la sartén”

“¿Qué tiene?”

“El huevo se pegará”

Me mira con el ceño fruncido.

“Janet no hace los huevos con aceite”

“Claro que sí, solo que no mucho. Mira”

Sigo el mismo procedimiento que hago desde que me mudé sola a Londres. Coloco un poco de aceite en la sartén y luego rompo el huevo, logrando un perfecto círculo.

Luego le entrego el utensilio.

“Con eso lo sacas una vez que está al término que te gusta”

Mi madre, incómoda, carraspea tomando el lugar frente a la cocina. Levanta la mirada de vez en cuando, y sé que quiere preguntar algo, lo cual es gracioso. Jamás la vi incómoda en su propia casa.

“¿Qué término prefieres?”

Frunzo los labios para no sonreír.

“Medio, por favor. ¿Quieres que vaya preparando el café?”

“No necesito que me ayudes”

Me encojo de hombros.

“No es ayuda, solo pensé que te aligeraría las cosas. Papá bajará pronto”

Sacude la cabeza.

Principio del formulario

«No lo hará», comenta, concentrada en su tarea.

«Desde que tomó el retiro permanente, duerme hasta las nueve, así que tengo tiempo de equivocarme varias veces antes de que se atreva a abrir los ojos”

Tengo muchas ganas de preguntarle cómo ha sido la vida para ellos desde que yo me fui. Supe, durante los años, que se dedicaron a viajar por cruceros, a tener una vida digna de solteros ricos, pero jamás pregunté cómo se encontraban ellos como matrimonio.

Después de aquella vez en que me confesó que papá solía ser infiel, jamás tocamos de nuevo su intimidad y no es que quiera saber, solo que a veces pienso que mamá está tan sola, que tiene demasiadas cosas reservadas para sí misma.

Suelto un suspiro mientras preparo el café, que al final me pide que haga.

Me concentro tanto que ni siquiera presto atención a los cuatro huevos que lanza a la basura porque no salieron perfectos como ella esperaba.

Solo despabilo cuando da pequeños saltitos al sacar dos huevos completamente perfectos.

Le aplaudo la acción.

Es realmente impresionante.

«¿Quieres tocino?», pregunta, a lo que asiento.

«¿Dónde se prepara usualmente el tocino?»

«En la plancha”

Le entrego la herramienta y se pone manos a la obra de nuevo.

De repente me siento en una dimensión completamente diferente, porque jamás había experimentado un momento tan íntimo con mi madre.

Con ella todo se trató de clases de señorita, de piano, de canto, de todo, menos de cocina. Nunca la vi siquiera preocuparse por mí cuando estuve enferma de niña porque siempre tenía personas que hacían todo eso por ella.

Su papel de madre, y ahora, tomó realmente bien el papel de abuela, cosa que me sorprende.

«¿Qué sueles darle a Booky para el desayuno?», frunzo el ceño al verla.

«¡Booky?»

«Tu padre se lo puso anoche. Es dulce, ¿No crees?»

Hago una mueca, para sonreírle luego.

«Sí, supongo”

«¿Cómo sueles llamarla?»

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