Embarazada de una noche con el Alfa -
Capítulo 67
Capítulo 67:
Su cabello negro, que llevaba elegantemente recogido, goteaba sobre su piel pálida y reluciente.
Su vestido rojo estaba empapado y se adhería a su cuerpo, acentuando cada una de sus delicadas curvas.
Se hallaba acurrucada bajo un árbol y su cuerpo se estremecía de frío; no pude evitar preguntarme si habría estado dispuesta a pasar allí toda la noche esperando mi llegada.
Sentí mucha curiosidad al pensar en ella. Quiso el azar que nos conociéramos y debo admitir que nunca he conocido a nadie que me tratara con tanta consideración.
La lealtad y paciencia que había demostrado al esperarme eran incomparables.
Quizás su actitud fuese tonta e imprudente, pero también tierna; me irritaba el extraño sentimiento de afecto que me invadía mientras caminaba hacia ella.
Punto de vista de Tanya
Me preparé para afrontar el frío lo mejor que pude, pero el agua escurría de las hojas del árbol bajo el cual estaba acurrucada, empapando mi vestido sin que yo pudiera evitarlo.
De repente, ya no sentía el agua cayendo sobre mí; sorprendida, alcé la mirada y allí estaba Marco, sosteniendo una sombrilla negra sobre mi cabeza.
Los latidos de mi corazón se aceleraron al verlo.
Sin musitar palabra, se despojó de la chaqueta y la echó sobre mis hombros para protegerme de la lluvia.
Examinó con evidente disgusto mi cuerpo tembloroso.
«No deberías estar a la intemperie con este clima.
¿Cuánto tiempo has estado aquí esperándome tontamente? Pareces una florecilla mojada y triste», me reprochó.
¿De veras ofrecía un aspecto tan lamentable? No podía decir con seguridad cuánto tiempo había pasado; hacía un buen rato había perdido la noción del tiempo.
Sin embargo, él finalmente había llegado, y eso era lo único que me importaba.
«No lo sé, pero no podía marcharme.
Temía que aparecieras y no me encontraras; no quería decepcionarte», repuse.
Meneó la cabeza en señal de desaprobación.
Tal vez yo había asumido una actitud infantil, pero aquella penosa espera había valido la pena, pues me había encontrado allí.
«Y por fin llegaste», dije con suavidad.
Guardó silencio por un momento, ponderando mis palabras mientras lo miraba; pequeñas gotas de lluvia cubrían mis pestañas.
Finalmente, suspiró y se pasó una mano por su empapado cabello.
«No fui yo quien te invitó a este restaurante esta noche.
Otra persona envió el ramo.
Yo no celebro el Día de San Valentín», explicó.
.
.
.
Si encuentras algún error (contenido no estándar, redirecciones de anuncios, enlaces rotos, etc.), por favor avísanos para que podamos solucionarlo lo antes posible.
Reportar